En el marco de la presentación del estudio sobre la incidencia de las cooperativas vitivinícolas en la economía de Mendoza, José Zuccardi ofreció una reflexión profunda sobre el presente y el futuro de la vitivinicultura argentina, en el marco de la polémica por la desregulación de las normas del Instituto Nacional de Vitivinicultura.
Su exposición, cargada de advertencias y análisis estructurales, se centró en un punto que considera crítico para la actividad: el avance de políticas de desregulación que, según afirmó, desconocen la naturaleza singular del vino y amenazan con diluir décadas de desarrollo institucional.
Zuccardi inició su intervención destacando el rol de las instituciones y organizaciones productivas en el sostenimiento de cualquier actividad económica. En el caso argentino, sostuvo, la vitivinicultura “tiene un pilar muy sólido en el sistema cooperativo”, donde se articula buena parte del mercado nacional. Ese entramado institucional -construido a lo largo de varias generaciones- permitió, en su análisis, garantizar estabilidad, inversión y capacidad de respuesta ante los ciclos críticos.
Desde la implementación del Plan Estratégico Vitivinícola original y su reformulación hacia 2030, la integración productiva y comercial se consolidó como un objetivo vital para la competitividad del sector. Para Zuccardi, la integración no es un concepto abstracto: es la condición que permite sostener la calidad, atributo que define el perfil del vino argentino y que, según insistió, será el único camino para enfrentar los desafíos globales.
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José Zuccardi, tomó el guante y salió fuerte al cruce del comunicado de Bodegas de Argentina y la desregulación del INV
“El vino no es alcohol”: la disputa cultural
Uno de los tramos más enfáticos del discurso estuvo dirigido al creciente cuestionamiento internacional contra el consumo de vino. Zuccardi criticó duramente lo que considera una campaña global que equipara el vino con el alcohol en general, y cuestionó -con especial énfasis- la legislación argentina de tolerancia cero al volante, posición que viene sosteniendo desde siempre.
Señaló el carácter paradójico de que un país donde el vino forma parte de la identidad cultural lo trate igual que a otras bebidas, y atribuyó la aprobación de la norma a la presión de sectores económicos interesados en desplazar al vino de la mesa familiar. “El vino no es alcohol, es un alimento”, afirmó, destacando que se trata de un producto natural cuyo contenido alcohólico proviene exclusivamente de la fermentación de la uva.
Al mismo tiempo, remarcó la “falta de conciencia” sobre los efectos sanitarios comprobados de las bebidas azucaradas, que -según dijo- cuentan con un tratamiento político mucho más indulgente pese a su impacto en la salud infantil y en los costos del sistema público.
La desregulación una amenaza estructural
El núcleo conceptual del discurso se concentró en el avance de políticas de desregulación generalizada, impulsadas desde ámbitos oficiales, que -a juicio de Zuccardi- parten de un “profundo desconocimiento” sobre la naturaleza del vino. Allí se ubicó el señalamiento más severo del dirigente empresario.
Según advirtió, en las recientes reuniones con las autoridades nacionales quedó en evidencia que quienes impulsan la desregulación “creen que se puede desregular el vino de la misma manera que el acero o el tráfico naval del Paraná”. Para Zuccardi, ese error conceptual constituye un riesgo directo para la identidad del sector: el vino es un producto vivo, con un origen geográfico determinante y con procesos de elaboración que requieren estándares técnicos y sanitarios estrictos.
La actividad, recordó, ya realizó ajustes profundos en las últimas décadas, desde la reconversión productiva hasta la modernización industrial. El sector perdió más de 100.000 hectáreas en el proceso, pero elevó sus niveles de calidad y fortaleció su reputación internacional. “La vitivinicultura ha hecho ya muchos deberes”, subrayó.
En ese marco, afirmó que no existe una oposición dogmática a las reformas. Lo que preocupa, dijo, es que una desregulación indiscriminada derive en desorden, pérdida de identidad, incumplimiento de acuerdos internacionales, afectación de indicaciones geográficas e incluso un proceso de informalización que contradiga los estándares que el sector consolidó durante décadas.
Zuccardi convocó al conjunto de la actividad -y en particular a los productores mendocinos- a “cerrar filas” para defender lo que definió como logros colectivos. La vitivinicultura, insistió, no sólo está formalizada: es esa formalización la que permite gestionar inversiones, certificar calidad y competir en mercados externos.
En su visión, la única respuesta posible ante los cambios globales en hábitos de consumo y ante la presión regulatoria internacional es apostar aún más por la calidad, la innovación y la integración institucional. “Organizaciones como el sistema cooperativo son herramientas enormes para transmitir la verdadera identidad de nuestro vino”, afirmó.
Zuccardi cerró su intervención con un mensaje optimista: nunca el vino argentino tuvo tanto reconocimiento internacional como en la actualidad. Ese capital simbólico, sostuvo, es una herramienta estratégica para enfrentar la incertidumbre y para reafirmar el lugar del vino en la economía y la cultura argentinas.