El 2025 comienza su retirada y, como todo cierre de ciclo, comienzan los balances y aparecen flotando dos preguntas inevitables: ¿qué fue lo que pasó y qué nos quedó de todo eso? El año arrancó con la promesa de que laInteligencia Artificial se volvería realmente útil.
No solo sorprendente, no solo llamativa, sino funcional, integrada, cotidiana. Con el ciclo cumplido, vale preguntarse cuánto de esa promesa se cumplió y qué quedó en el terreno de las expectativas.
Si miramos hacia atrás, los últimos años se parecen bastante a un experimento a gran escala. Un experimento no solo tecnológico, sino también social, económico y cultural. Uno que vino sin manual, sin prospectos y casi sin darnos cuenta. Una tecnología extraordinariamente poderosa salió de los laboratorios y quedó disponible al alcance del público general. Ese punto de quiebre fue ChatGPT.
En 2022 dominó la sorpresa: brilló por su novedad, aunque todavía se usaba a ciegas, sin manuales ni buenas prácticas. En 2023 empezamos a domesticarla mientras se multiplicaba su alcance: no era solo texto, también generaba imágenes, asomaban avances en video y aparecía la música. En 2024, muchas de esas promesas maduraron. Las herramientas comenzaron a ser confiables y funcionales, aunque los casos de uso reales recién empezaban a tomar forma. La norma era “si querés ser innovador, tenés que sumar IA”. El problema era que el para qué y el cómo. Seguían siendo preguntas abiertas.
Cuando la IA se volvió masiva
En 2025 confluyeron dos fenómenos clave. Por un lado, muchas personas dejaron de temerle a la IA o mirarla con recelo y comenzaron a interesarse genuinamente. Por otro, la IA generativa dejó de ser una curiosidad de nicho para convertirse en un fenómeno verdaderamente masivo. Quizás para quienes estábamos inmersos en el tema este salto no fue tan evidente, pero para el público general sí lo fue.
Como conversábamos acá, en Sitio Andino, ya comenzábamos a observar una mirada más positiva de la IA. Dejaba de percibirse como una amenaza de ciencia ficción y pasaba a ser vista como algo potencialmente útil para la vida cotidiana. Y un dato no menor: los picos de adopción masiva no llegaron por el texto, sino por el poder de las imágenes.
Los dos hitos que lograron colar millones de nuevos usuarios al mundo de la IA fueron justamente explosiones visuales. Primero, el boom de las imágenes estilo “Estudio Ghibli”, que inundó las redes y obligó a frenar nuevos lanzamientos por la sobrecarga de los servidores. Más tarde, Nano Banana trajo la edición de imágenes a un nuevo nivel. Cualquiera tenía en sus bolsillos el poder de recrearse en situaciones imposibles e inimaginables. La foto con Messi en un asado o Shakira abrazándote, sin moverte de tu casa. La puerta de entrada fue a partir del juego, cumpliendo fantasías y compartiendo en redes.
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En 2025 muchas personas dejaron de temerle a la IA o mirarla con recelo y comenzaron a interesarse genuinamente.
Por supuesto, esta masificación trajo consigo otros fenómenos que van mucho más allá del juego y del mundo laboral. Si bien las empresas venían observando mejoras de productividad desde 2024, el 2025 puso en primer plano algo distinto: el uso de la IA como apoyo psicoemocional.
Cuándo se volvió necesario saber los riesgos de la IA
Ya hacia marzo se evidenciaba que este era uno de los usos más frecuentes. El tema generó debate y también alertas. Así como en 2023 parecía urgente mostrar el potencial de la IA y la brecha que generaría no usarla, en 2025 se volvió necesario advertir sobre los riesgos en los vínculos que se empezaban a construirse de manera generalizada con la IA (lo que nos recordada a la película de Her y a algunos capítulos de la serie de Black Mirror). Por varios medios se hizo necesario tener conversaciones abiertas sobre la vulnerabilidad a la que nos disponíamos teniendo estos vínculos y de ponerle nombre a la IA. No por casualidad, una de las primeras notas del año en este medio se dio en el marco del Día del Amigo.
De a poco, le fuimos perdiendo el miedo a la IA, pero también cierta inocencia. Cuando idealizamos demasiado a algo (o a alguien), se vuelve muy difícil ser críticos. Algo de eso sucedió con la Inteligencia Artificial.
El punto más álgido del año vino con el hype alrededor de ChatGPT 5. Una decepción que no solo marcó un quiebre en las expectativas, también fue un punto de cruce que Google supo tomar la oportunidad y de a poco, con la paciencia de un gigante, fue ganando terreno y apoderándose de los elogios populares gracias a Gemini 3, Nano Banana y la herramienta IA del año, NotebookLM.
Sin embargo, el brillo de la novedad también empezó a apagarse. Los nuevos lanzamientos, si bien cada vez son más sorprendentes, ya no tienen el efecto que tenían hasta hace poco. Incluso considerando que la relación precio versus potencia se redujo unas 26 mil veces. Lo curioso, es que la curva exponencial sigue en alza, nunca el avance tecnológico aceleró tanto. Y eso, se siente.
El hype se desinfla, la IA se normaliza y el miedo se atenúa
En paralelo, empieza a escucharse con más fuerza la idea de una posible burbuja de la IA, similar al de las puntocom. Mientras algunos indican que estamos a un puñado de meses, otros creen que no hay tal burbuja. El tema está en el aire y conviene aclarar algo: una posible burbuja financiera no implica que toda la promesa tecnológica sea vacía o puro humo. Entre promesas y realidades tecnológicas existen momentos de inspiración que luego deben concretarse (apertura y clausura).
Otro aspecto que se volvió evidente en 2025 es el impacto en el empleo. Los despidos asociados al avance de la IA ya no son una hipótesis. De todos modos, el golpe no es parejo: quienes recién inician su recorrido profesional son los más expuestos, mientras que los perfiles con experiencia tienden a beneficiarse más. La curva de disponibilidad de empleo y de despidos afectan principalmente a los perfiles juniors. El mercado laboral se mueve principalmente afectando a los más jóvenes y los perfiles de entrada.
En este contexto, el conocimiento empieza a comportarse como una commodity, el valor del conocimiento se reduce, y la experiencia convertida en saber se revaloriza. Las competencias requeridas para navegar el mundo actual cambian, lo humano se volverá premium, y lo basado en tecnología, el estándar.
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Las habilidades humanas no técnicas ganan valor en un contexto donde la IA automatiza tareas repetitivas.
Las habilidades humanas no técnicas ganan valor en un contexto donde la IA automatiza tareas repetitivas. Muchas carreras deben repensarse y modificarse de cara a estos cambios. Los polímatas se convierten en claves, aquellos que puedas trazar líneas imprevisibles entre ámbitos de saber impensado. También me gusta la idea de los “perfiles M”, aquellos que logren especializarse en varios campos y conjugar conexiones entre ellos. Aparecen perfiles híbridos, nuevas formas de crear y trabajar, y el debate sobre la delegación excesiva.
En el mundo del trabajo, el vibe-coding como modelo inicial de programar por “vibras” o por “sensaciones”, va alcanzando otras áreas. Podemos empezar a pensar sobre el vibe-designing, el vibe-writing o el vibe-projecting como un nuevo modelo de trabajo en el que los primeros impulsos lleven a construir algo a grandes velocidades que permitan validar una idea, mostrarla, auspiciar de boceto, para luego dedicarle el tiempo y energía que requiere (si se muestra prometedor). Resulta que esto ya está pasando hasta en los campos como la ciencia, donde primero se simulan una gran cantidad de experimentos y luego se busca investigar en laboratorio con ellos si resultan prometedores. ¿Resultados? El avance de las ciencias queda fuertemente reforzado por estas oportunidades tecnológicas.
Todo parece indicar que el camino es cada vez más “prompt first” (primero, lo que la IA diga, luego lo que pensamos). Lo curioso es que mientras este “vibe-toding” nos hace más efectivos, también corremos el riesgo de estar perdiendo algo valioso. Competir con la Inteligencia Artificial ya resulta, en muchos sentidos, un planteo ridículo. La IA nos está superando (y nos superará) en muchos campos, aunque no en todos. Frente a este escenario, el verdadero valor no está en la competencia, sino en la inteligencia híbrida.
El horizonte tecnológico seguirá dando que hablar
En el horizonte aparecen tecnologías que prometen saltar de la ciencia ficción a la vida cotidiana.
La robótica doméstica ya empieza a hacerse visible entre los early adopters, esos perfiles que incorporan la tecnología antes que el resto. Los primeros robots al estilo “Robotina” comienzan a llegar: todavía son más promesa que realidad, pero ya dejan de habitar exclusivamente el terreno del “algún día”.
El Internet de las Cosas (IoT) encuentra también una nueva oportunidad, ahora no solo vinculando dispositivos, sino grandes cantidades de datos cotidianos, pudiendo otorgarles sentido como nunca antes. Las interfaces por voz se vuelven cada vez más frecuentes, transformando servicios y aplicaciones en conversaciones cotidianas, tan naturales como las que mantenemos a diario.
Y aunque me gustaría que sucediera antes, todo indica que la realidad virtual y la realidad aumentada están próximas a vivir un nuevo impulso, apalancadas por una IA que redujo drásticamente los tiempos y costos de producción, más allá de lo que imaginábamos posible.
Y así como el 2025 prometía ser el año en que la IA se volviera realmente útil, el 2026 asoma como el año en que la IA empezará, de a poco, a volverse invisible, integrándose a casi todas las tareas cotidianas. Se convertirá en una “infraestructura silenciosa”.
De a poco, la IA dejará de ser novedad para convertirse en “lo evidente”; una commodity comparable a Internet o al agua que sale del grifo, cuya presencia damos por sentada y cuya importancia solo advertimos cuando falla o se desconecta.
Hacia ese mundo nos dirigimos. Y aunque la IA se vuelva cotidiana, no dejará de darnos motivos para sorprendernos.