En cuestión de días, la inteligencia artificial volvió a sacudir el tablero. A 34 años del primer sitio web público y apenas 32 meses desde la irrupción de ChatGPT 3, nos despertamos con un anuncio que parecía ciencia ficción: Mark Zuckerberg (Meta) aseguraba que, en sus laboratorios, la IA había comenzado a mejorarse a sí misma.
Un paso clave para empezar a hablar, de un tema que cada día parece estar más presente (o al menos, más cerca), la superinteligencia: sistemas que superan nuestras capacidades humanas.
Inteligencia artificial: entre la promesa de la superinteligencia y el vértigo social
Diez días bastaron para condensar hitos que, antes, hubiesen necesitado años, o, al menos, meses. La Unión Europea puso en vigor nuevas regulaciones para las llamadas “IA de propósito general”, buscando marcar ciertos límites en un terreno que avanza sin pedir permiso. Justo cuando una discusión (mediática para pocos) saltó a la agenda: las conversaciones que mantenemos con sistemas como ChatGPT podrían ser solicitadas por la Justicia, tal como hoy sucede con los chats de WhatsApp.
Y, mientras la educación se replanteaba como si fuera poco, Además, mientras, la educación quedaba (una vez más) en el centro del debate por un trabajo académico del MIT que insinuó que el uso de IA podría volvernos más “tontos”, ambos gigantes estrenaron “modos de estudio” para que cualquiera pueda usar la IA como aliada para aprender, no para sustituir el aprendizaje mismo.
Y, finalmente, OpenAI lanzó oficialmente ChatGPT-5. El gran hito que se hizo esperar durante meses, con un hype que se infló tanto de más, que terminó por mostrar su decepción a los pocos días de lanzado.
Y la novedad más impactante, la trajo Google, desde DeepMind. Presentó Genie 3, y aunque parece ciencia ficción, ya es capaz de crear mundos enteros y navegables a partir de una simple “instrucción”.
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Inteligencia artificial: entre la promesa de la superinteligencia y el vértigo social
Una Inteligencia Artificial cada vez más emocional
Todo esto sucede en medio de una aceleración que desafía nuestra percepción del tiempo. Hace décadas hablábamos de la Ley de Moore, nombre que llevaba el crecimiento lineal y constante de la capacidad de los microprocesadores. Hoy, tenemos una nueva “nueva ley de Moore” que se muestra exponencial: cada vez más en menos tiempo, ocurren cambios significativos.
Esa velocidad no es una anécdota técnica: es una percepción social y personal. Cada vez debemos procesar más (muchas veces, más de la que podemos digerir). Debemos digerir información, pero también presiones sociales, cambios en el merado laboral, modas, conflictos bélicos, anuncios políticos, “novedades” en la economía, formas de criar, de ser familia, adolescente, niño o adulto.
Y contrario a los dichos, una IA cada vez más inteligente nos obliga a pensar cada vez más, y mejor. No menos. No delegando nuestras “funciones cognitivas”.
Y una tecnología cada vez más emocional, nos obliga a volver a preguntarnosqué es realmente “un amigo”, y cuán importante es tomarse un café con quienes duplican o dividen por dos nuestra edad.
Cuanta más inteligencia, más parar a pensar
Y una red cada vez acelerada y global, nos obliga a hacer cada vez más comunidad; “a la humana”: juntarnos, abrazarnos, pensar, conversar, cada vez más, para poder darle sentido, para pensar críticamente, para tomar postura. Al menos, para preguntarnos si la dirección en la que corremos es realmente la que queremos seguir.
Eso, requiere necesariamente encontrar espacios para hacer una pausa (personal, social, empresarial, organizativa). Porque la avalancha es tal, que el desafío no es estar a día con las novedades, sino compartirlas y decidir qué hacer con ellas.
Quizá ahí esté la paradoja de estos tiempos: cuanta más velocidad, más vital se hace frenar.Cuanta más inteligencia, más parar a pensar. Cuanto más apoyo sintético, más abrazar. Cuanta más red, más conversar. Porque en esta carrera vertiginosa, probablemente, nuestra mayor rebeldía sea, respirar juntos.