La confirmación del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) de la inflación del 2,3% en octubre de 2025, vuelve a poner en primer plano el dilema económico central de la Argentina: el uso del tipo de cambio como ancla para contener precios, y su correlato inevitable, el atraso cambiario provocando un dólar "barato".
Este escenario en el cual insiste el equipo económico, actualizando las bandas a un ritmo equivalente a la mitad de la inflación mensualmente, requiere una lectura que articule los dos fenómenos -la inflación persistente y el tipo de cambio real retrasado- como manifestaciones de una misma debilidad: la falta de competitividad, la restricción externa y el uso del dólar como válvula de escape ante desequilibrios internos.
En octubre, el alza del índice de precios al consumidor superó los dos puntos porcentuales nuevamente, alcanzando 2,3%. Esta cifra muestra una leve aceleración respecto a septiembre (2,1%) y un crecimiento por quinto mes consecutivo. Si se considera el acumulado anual, se mantiene en torno al 25% y la interanual supera el 30%.
Los rubros que lideraron los aumentos en octubre fueron Transporte (3,5%) y Vivienda, agua, electricidad, gas y otros combustibles (2,8%). En cambio, Equipamiento del hogar y Recreación y cultura presentaron los incrementos más moderados (1,6%).
La persistencia de una inflación mensual por encima del 2% evidencia que, más allá del discurso de “contenemos los precios”, el mecanismo de anclaje está dando muestras de fatiga. En particular, cuando ese anclaje es el tipo de cambio oficial, la presión sobre la competitividad empieza a notarse.
El atraso del dólar: ancla sin futuro
El atraso cambiario se produce cuando el tipo de cambio nominal no se ajusta al ritmo de la inflación interna ni al comportamiento de los precios relativos internacionales, lo que conduce a un tipo de cambio real barato.
En el caso argentino, el Banco Central de la República Argentina (BCRA) publica el Índice de Tipo de Cambio Real Multilateral (ITCRM), que mide la competitividad respecto de los principales doce socios comerciales. Estudios recientes indican que el atraso cambiario es una condición estructural desde 2010 y no se ha revertido completamente, incluso con devaluaciones puntuales.
De esta manera, el “ancla cambiaria” que se utiliza para frenar la inflación actúa a la vez como freno del crecimiento exportador, aniquila la industria y genera un círculo vicioso: menor competitividad, menor crecimiento de divisas, mayor restricción externa, mayor presión inflacionaria por vía importaciones y depreciación futura.
El lazo inflación–atraso cambiario–deuda
La conjunción de inflación elevada y tipo de cambio retrasado se transforma en una trampa de crecimiento. Con un peso que pierde valor como reserva y un dólar oficial que no ajusta suficientemente, los agentes económicos buscan refugio en el billete verde y la fuga de capitales, lo que obliga al Estado a endeudarse o a ahorrar reservas.
Así, el atraso cambiario refuerza una estructura de dependencia: menor competitividad industrial, mayor vulnerabilidad externa, y menor margen para una política macroeconómica autónoma. Eso se combina con la senda inflacionaria para debilitar la capacidad de acumulación de capital, un punto clave para explicar por qué la inversión bruta promedio argentina (16,5% del PBI entre 1980 y 2024) estuvo por debajo de la de Brasil (18,6%) y Chile (24,4%).
El Gobierno se enfrenta al dilema clásico de todos los gobiernos nacionales: ¿seguir utilizando el tipo de cambio como ancla para controlar la inflación -y pagar el costo en términos de dinamismo exportador e industrial- o permitir una depreciación más acelerada para recomponer competitividad y arriesgar un salto inflacionario de corto plazo?
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Con el dólar perdiendo contra la inflación y los precios relativos internacionales, la industria entra en una zona que puede ser sin retorno
Los riesgos que no desaparecen
Con el dato de octubre ya cerrado, la inflación sigue firme, aunque con signos de moderación respecto a picos anteriores. El desafío inmediato es evitar que la moderación se transforme en complacencia. Si se prioriza el ajuste cambiario rápido, existe el riesgo de un rebrote inflacionario. Si se sigue anclando el tipo de cambio, el daño a la industria y al empleo formal se profundizará.
El entorno externo plantea exigencias adicionales: para sostener un tipo de cambio competitivo es esencial generar dólares genuinos vía exportaciones y minimizar importaciones no estratégicas. Eso exige políticas de largo plazo, no solo medidas de emergencia. En ese sentido, el atraso cambiario no es simplemente un mal relativo, sino un freno estructural al desarrollo.
En el corto plazo, el crecimiento de precios por encima de los dos puntos mensuales mantiene viva la espiral inflacionaria. Y en el mediano plazo, la persistencia del atraso cambiario pone en riesgo el crecimiento sostenible, la generación de empleo y la solvencia externa.
Inflación, no es un fenómeno aislado
La inflación de octubre pone de relieve que, en la Argentina, la lucha contra los precios no puede entenderse aisladamente como un simple fenómeno monetario, como pregona el Gobierno. El verdadero desafío radica en recomponer la competitividad, ajustar el tipo de cambio real y consolidar un sendero de crecimiento que reduzca la dependencia externa. El atraso cambiario no es un efecto colateral, sino una causa oculta del estancamiento.
Para avanzar es necesario alinear políticas monetarias y fiscales coherentes, un tipo de cambio real que no penalice a la industria y promover exportaciones de valor agregado que generen reservas genuinas y no que solo se consigan dólares vía endeudamiento, como lo viene haciendo el equipo económico.
La contención momentánea de los precios mediante un dólar bajo solo posterga el día en que la competitividad se resquebraje y el ajuste termine imponiéndose. En ese contexto, la estabilización no es solo cuestión de números: es una cuestión de soberanía productiva y económica.