El pitazo final en Vicente López no solo decretó el ascenso del Club Atlético Gimnasia y Esgrima de Mendoza tras vencer en los penales al Deportivo Madryn. Para Diego Mondino, fue también el cierre de un viaje personal que atravesó provincias, países y momentos de incertidumbre.
Y si algo explica la magnitud del momento es la postal posterior: Mondino corriendo hacia su padre en la tribuna para entregarle la camiseta, fundirse en un abrazo interminable y, segundos más tarde, levantar en andas a su hijo dentro de la cancha: “Era lo que más soñaba: compartir esto con mi viejo, con mi hijo y con mi señora”, relató con la voz quebrada.
Los sacrificios que lo marcaron y el abrazo que lo dice todo
El camino hasta aquí no fue lineal. Mondino recuerda haber dejado su casa en Córdoba a los 17 años para probar suerte en Atlético Rafaela: “No tenía pensión, mis viejos y mi hermana hicieron un esfuerzo enorme para que no me faltara nada”, recordó. Esa primera etapa lejos del hogar fue una escuela de vida, donde aprendió a valorar cada pequeño logro.
Después vinieron los clubes del ascenso: Sportivo Belgrano, donde debutó como profesional; Defensores de Villa Ramallo, donde curtió su temple de defensor; y el desembarco en Gimnasia y Esgrima de Mendoza, club al que se entregó con alma y vida. Hubo también pasos difíciles, como su estadía en Agropecuario o la aventura en Perú con la Universidad Técnica de Cajamarca, donde no todo salió como esperaba. Sin embargo, cada traspié lo preparó para este presente.
Por eso, el abrazo con su padre y su hijo en Platense no fue solamente un festejo: fue el resumen de años de sacrificio, de viajes eternos en colectivos del Federal A, de partidos sin jugar, de dudas sobre el futuro: “Yo sólo hago lo que me gusta, lo que me apasiona. Los que realmente hicieron sacrificios fueron mi familia, los que siempre estuvieron”, confesó.
El líder silencioso del Lobo y un sueño todavía pendiente
En el campo de juego, Mondino fue mucho más que un central. Fue la voz calma en medio de la tormenta, el que pedía serenidad cuando el equipo se caía y el que levantaba la cabeza para recordar que el objetivo era uno solo. “Este grupo siempre habló de llegar a la final, nunca de reducido. No vi un plantel que trabajara tanto para conseguir algo. Yo aporté desde mi lugar y fui feliz de ser parte”, explicó.
Para él, Gimnasia no es sólo un club, es su casa: “Es donde soy feliz, donde crecí como persona y profesional. Recibo un cariño impagable de la gente y siento la necesidad de devolverlo siempre al máximo”. Esa conexión con la hinchada fue combustible en cada partido, en cada derrota que dolía como una herida, pero también en cada victoria que lo acercaba al sueño.
Hoy, con el ascenso consumado, Mondino asegura que si tuviera que definirlo en una palabra sería “épico”. Y aunque ya quedó en la historia grande del Lobo, todavía guarda un deseo: “Mi sueño es jugar un partido en Primera División. Toda la vida me preparé para eso y todavía no lo logré. Ojalá se dé. Después, que sea lo que tenga que ser”.
Tras el ascenso consumado, el plantel de Gimnasia ha quedado licenciado hasta el martes 28 de octubre. Los jugadores quedaron liberados y en principio no hay otros festejos programados.