Marcelo Colombo, a rzobispo de la provincia de Mendoza, fue elegido hoy como presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, decisión tomada por los casi 100 obispos que se reunieron en la casa de retiros de Pilar, donde se realizó la Asamblea General del episcopado.
Sucederá al monseñor Oscar Ojea y tendrá un mandato de tres años, elegido en una clara continuidad y alineamiento con el magisterio del papa Francisco.
Imagen de WhatsApp 2024-11-13 a las 11.05.46_8a7adc8c.jpg
Colombo tiene 63 años y en su vida religiosa dejó huellas por la diócesis de Orán y de La Rioja, siempre mostrando sus capacidades para relacionarse con la comunidad a la que acompaña. Se formó con el emblemático obispo Jorge Novak en Quilmes, además, en su participación en la provincia del norte impulsó la beatificación del monseñor Enrique Angelelli y los mártires riojanos, asesinados durante la dictadura militar en 1976.
Se estima que los obispos votaron una continuidad de conducción porque en el período anterior, que data desde el 2021, Marcelo Colombo se desempeñó como vicepresidente primero y, antes de ese período, actuó como vicepresidente segundo.
El cardenal de Córdoba, Ángel Sixto Rossi - arzobispo de esa provincia -, será vicepresidente primero; el monseñor César Daniel Fernández, obispo de Jujuy y exrector del seminario metropolitano de Villa Devoto, será vicepresidente segundo, y el monseñor Raúl Pizarro, obispo auxiliar de San Isidro, fue elegido secretario general.
Uno de los temas centrales a combatir será los altos niveles de pobreza que presenta Argentina y, con la colaboración y las posibles gestiones que pueda llegar a realizar la Iglesia, se intentará trabajar en el asunto para cambiar la realidad nacional.
La nueva comisión ejecutiva liderará en diciembre el encuentro de la comisión permanente, la cual estará compuesta por aproximadamente 20 obispos. Es habitual que las nuevas autoridades pidan una audiencia con el Presidente para hacer llegar los saludos de la Iglesia con motivo de las festividades navideñas.
Los cuatro mártires riojanos
Uno de ellos era un laico, Wenceslao Pedernera, oriundo de San Luis, que dejó inconclusos sus estudios primarios y desde muy joven trabajó primero en una calera y después en las bodegas Gargantini, en Mendoza. Conoció a Coca Cornejo con quien se casó y tuvieron tres hijas. A él dicen sus biógrafos "no le gustaban los curas" por lo cual no practicaba su fe. En una misión Coca empezó a asistir a los encuentros y al tercer día su esposo la acompañó. El mensaje del Evangelio le cambió la vida y a partir de ese momento la familia participó activamente del quehacer de la parroquia, se integró al movimiento rural de la Acción Católica y llegó a ser coordinador regional, empeñándose en la formación y la oración.
Mártires riojanos.jpg
Otros dos eran sacerdotes. El padre Gabriel Longueville y Carlos de Dios Murias. Longueville había nacido en Estable, Francia, en 1931, en una familia campesina de profunda fe católica. Tras ordenarse sacerdote en 1957, en 1969 se fue de misionero a las comunidades indígenas de México, donde aprendió el castellano, y en 1971 se incorporó a la diócesis de La Rioja. Hombre sensible, aficionado al arte, principalmente al dibujo y la escultura, hablaba varios idiomas. Sencillo y silencioso, era muy pacífico y odiaba la violencia, la mentira y la injusticia, era parróco de esa localidad.
A su vez, el padre Murias había nacido en Córdoba en 1945, estudió en el Liceo Militar y luego empezó a cursar la carrera de ingeniería. Llamado a vivir una vida más entregada, luego de un retiro en una Mariápolis (centro de espiritualidad del Movimiento de los Focolares) entró a la orden franciscana y en 1972 fue ordenado sacerdote. En 1975 solicitó ir a La Rioja y lo destinaron a la localidad de Chamical, donde se desempeñaba vicario parroquial. Consciente del fuerte clima de hostilidad hacia el proyecto pastoral del obispo, les escribe a sus hermanos de comunidad: "Acá al obispo lo persiguen, a los curas los cuestionan, en cualquier momento nos van a matar".
El 18 de Julio de 1976 en Chamical, mientras Murias y Longeville terminaban de cenar en la casa de unas monjas, se presentaron hombres uniformados que dijeron ser de la Policía Federal y que les comunicaron que debían acompañarlos a declarar a la capital provincial. En verdad, los llevaron a la base aérea de Chamical, donde fueron torturados durante varias horas, luego fusilados; sus cuerpos fueron hallados dos días después por un grupo de trabajadores ferroviarios junto a las vías de un tren. A Wenceslao lo fueron a buscar de madrugada el 25 de julio de 1976 a su rancho tres personas encapuchadas que le dispararon delante de su mujer y sus hijas.
Finalmente, el monseñor Angelelli, volviendo del velorio de los dos sacerdotes, sufrió un presunto accidente automovilístico. Llevaba una carpeta con información sobre los asesinatos que no apareció en el auto accidentado. La justicia determinó en 2014 que no se trató de un accidente, sino de un asesinato. Monseñor Angelelli, ampliamente conocido por su preocupación por los más necesitados era autor de una frase que sintetiza las vidas de estos futuros mártires: "Con un oído en el pueblo y otro en el Evangelio". Solo hay que saber que el "oír" y obrar en consecuencia puede costar la vida.