La Aplanadora del Rock se presentó en un estadio El Santo casi colmado. Durante más de dos horas y media, el grupo liderado por Ricardo Mollo repitió su fórmula pero, otra vez, dejó marcado a fuego su talento y energía sobre el escenario.
La repetición en el mundo del arte es muchas veces condenada y separada. Se suele buscar lo original y algo que se renueve constantemente, pero de vez en cuando se manifiestan ciertos espectáculos y artistas que confirman la excepción a la regla. Ese es el caso de Divididos y sus shows en vivo.
Con un estadio El Santo casi colmado, la Aplanadora del rock argentino se dispuso en la noche del sábado a volver a cautivar a los mendocinos, como lo hace cada año. El reloj marcaba las 23 y el power trío se presentaba en el escenario con su habitual simpleza, saludando y arrancando el show con algún jamming en el que ninguno de los integrantes se distrae un solo segundo.
Para comenzar, el grupo se decidió por utilizar algunos de sus más afamados covers. El Ojo Blindado, de Sumo, y Tengo, de Sandro, calentaron a la audiencia en un recital que sería punzante y adrenalínico. Ricardo Mollo apenas esbozaba algunas palabras al público, y el ritmo frenético seguía tema a tema, sin dar descanso.
Recién cuando había transcurrido una hora de show, el grupo se tomó un pequeño descanso. Pero el regreso fue aún más electrizante, en donde las versiones extendidas de sus canciones más celebradas derrocharon talento y precisión. Es allí donde Divididos demuestra cada vez que tocan por qué es uno de los espectáculos más profesionales del rock argentino.
Esta vez, el núcleo del setlist estuvo enclavado en versiones furiosas y en los tracks más ágiles de su discografía, a pesar de que la agrupación generó su momento de intimidad con Spaghetti del Rock, Par Mil y Sisters, donde se subió al escenario el guitarrista Diego Florentino. Después de esto, el trío continuó con su intención de usar su pared de equipos hasta que no dieran más.
La juventud de Catriel Ciavarella contrasta con la ductilidad de su performance.
La formación de la banda es perfecta, no sólo por su comunión interna, sino también por sus individualidades. Mollo, marcado a fuego por sus influencias (Hendrix, Page y la base fundacional del rock vernáculo), usa su guitarra de la manera más completa posible. Catriel Ciavarella, el baterista, le saca astillas a las baquetas y entrega una fluidez con los parches que hacen que sea, quizás, el mejor en su especialidad dentro del país; mientras que el bajista Diego Cóndor Arnedo revienta las cuerdas en una mezcla exacta entre virtuosidad y espíritu punk.
Son varios los años que se acumulan entre disco y disco de Divididos. En ese tiempo el grupo, si bien no presenta nada nuevo, aprovecha para hacer crecer su afirmación, e agregarle un plus en cada concierto que dan. ¿Cuál es esa afirmación? Son la banda que más fuerte y mejor suena en el país, así de simple.
Cerca del final, el líder utilizó a Amapola del 66 (de su último álbum homónimo) para recordar a Luis Alberto Spinetta y a Pappo, y tomarlos como referencia e influencia a la hora de salir adelante con su arte, a pesar de las múltiples adversidades. Como cierre, y luego de 2 horas 40 minutos de show, el guitarrista dejó abierto el loop al terminar su versión de Next Week, y fue a saludar a los que estaban en la valla, pirueta que repite siempre pero es, en cada show y al igual que su recital - , un poco mejor. De esta manera, Divididos estuvo una vez más en Mendoza, regaló otro concierto memorable y dejó la puerta abierta para regresar en lo que queda del año.