Navidad con corazón: historias reales de quienes encarnan a Papá Noel en Mendoza
Desde el Polo Norte hasta la provincia de Mendoza, dos Papá Noel cuentan qué significa llevar alegría, escuchar deseos y sostener la magia de la Navidad.
Navidad en Mendoza: dos Papá Noel y una misma misión de amor.
La Navidad se acerca y, con ella, ese clima difícil de explicar pero fácil de sentir. Las calles se llenan de luces, los niños miran las vidrieras con ojos brillantes y los adultos se permiten volver a creer por un momento. En Mendoza, ese espíritu navideño toma forma concreta en dos hombres que, desde lugares y recorridos muy distintos, se calzan el traje rojo de Papá Noel para cumplir una misma misión: llevar alegría, escuchar deseos y encarnar, aunque sea por unos minutos, la magia de las fiestas.
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"El amor de la familia acá es muy, muy evidente”, destaca uno de los Papá Noel.
Foto: Yemel Fil
Dos Papás Noel, una misma misión: esparcir alegría
Uno de ellos llegó desde el Polo Norte. El otro nació y creció en esta tierra. David Beach y Darío Anís comparten barba, sonrisa y personaje, pero sobre todo comparten una convicción profunda: ser Papá Noel no es solo un trabajo, sino un acto de amor, de presencia y de escucha atenta hacia la infancia.
David Beach recibe a los chicos en el Mendoza Shopping, uno de los centros comerciales más concurridos durante las fiestas de fin de año. Su español es pausado y atraviesa el relato con un acento extranjero, pero su lenguaje principal no necesita traducción. “Yo hablo un poquito de todos los idiomas del mundo. Pero, particularmente, yo entiendo a los chicos. Es como un lenguaje universal: el del amor”, explica a SITIO ANDINO, completamente en personaje y con una sonrisa constante.
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David Beach, el papá Noel que "viajó" desde el Polo Norte para alegrar a familias de Mendoza.
Foto: Yemel Fil
Cuando se le pregunta cómo comenzó su camino como Papá Noel, responde apelando al juego y la fantasía: “Hace dos mil años había una competición por un trabajo, un examen muy difícil, y yo aprobé. El resto es historia. Ahora vivo en el Polo Norte y desde allá recorro todos los países”. En su paso por la provincia, destaca el clima y la calidez humana. “Me gusta Mendoza, es un lugar perfectamente cálido. Pero lo que más me gusta son las familias. El amor de la familia acá es muy, muy evidente”.
Su relación con los niños se construye desde la cercanía y el respeto, por ello reconoce que los más pequeños reaccionan de manera distinta. “Los bebés, de entre seis meses hasta tres años, me tienen un poco de miedo al principio, porque con mi barba y mi traje rojo les parezco raro”, admite. Sin embargo, aclara que esa sensación dura poco: “Después hay mucha alegría, cariño y risas”.
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“Me gusta Mendoza, es un lugar perfectamente cálido. Pero lo que más me gusta son las familias", cuenta David Beach.
Foto: Yemel Fil
Para David, el encuentro va más allá del regalo. “Yo comienzo a preguntarles por sus familias, si tienen hermanos, abuelos. Es información para hacer una conexión”, explica. Los pedidos, dice, mantienen una base clásica: “Juguetes, videojuegos, muñecas, juguetes de acción, patines. Esos juegos tradicionales se mantienen, aunque cambien las modas”.
También recibe pedidos de adultos y abuelos. “Sí, muchos”, confirma. Y al contar qué solicitan, su respuesta sintetiza el espíritu de estas fechas: “Piden por el bien de sus seres queridos”.
A pocas cuadras de allí, en el centro de la Ciudad de Mendoza, Darío Anís vive las fiestas desde otro lugar, pero con la misma entrega emocional. Su primer acercamiento a Papá Noel fue casi accidental. “Fue por una publicidad en televisión. Me pidieron hacer el personaje y gustó tanto que después me llamaron para estar toda la semana de Navidad repartiendo caramelos”, recuerda. Aquella experiencia ocurrió hace 30 años y marcó un antes y un después en su vida.
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Darío Anís, el Papá Noel del centro mendocino.
Foto: Gentileza Darío Anís.
Desde entonces, Darío no se bajó del trineo. Para él, lo esencial no está en los regalos sino en el vínculo. “Lo más importante es ver la carita de los chicos cuando se acercan. Vienen corriendo, te abrazan, se sacan la foto. Eso es impagable, no tiene precio”, afirma con emoción.
Pedidos que emocionan y dejan huella
Los pedidos navideños, reconoce, cambiaron con el tiempo. “Hoy piden juguetes de actualidad. Ayer uno me pidió una PlayStation 5 y un Lamborghini, pero para pasear con su familia”, cuenta, entre risas, a este medio. Antes, asegura, los pedidos eran más simples. “Ahora la tecnología y el bombardeo de imágenes influyen mucho”. Aun así, muchos niños sorprenden con pedidos sencillos: “Traeme lo que puedas, lo que quieras”.
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"Un niño me pidió una PlayStation 5 y un Lamborghini, pero para pasear con su familia”, cuenta entre risas Darío.
Foto: Gentileza Darío Anís.
Sin embargo, hay pedidos que dejan huella profunda. Darío recuerda uno que lo marcó para siempre: “Un niño me pidió que le trajera a su mamá que estaba en el cielo, que si yo la veía la pusiera en el trineo y se la trajera”. La emoción aparece incluso hoy.
“Fue muy fuerte para mí. Me emociono cuando lo recuerdo. Ahora que yo no tengo a mi vieja, capaz que le pediría lo mismo a Papá Noel”.
Cuando ponerse el traje también transforma al adulto
Convertirse en Papá Noel también transformó su manera de vivir las fiestas. “Me hace vivir la Navidad de otra manera. Recupera mi parte esencial: la alegría, la emoción, esa ingenuidad que tienen los chicos”, reflexiona. Incluso, dice, lo rejuvenece. “Cuando me saco el traje me siento más joven, más activo, con más energía”.
Aunque David Beach y Darío Anís no comparten escenario, sus historias dialogan. Uno habla de renos descansando en Malargüe; el otro, de visitas nocturnas a casas de amigos. Ambos coinciden en algo central: la Navidad no está en lo material, sino en el encuentro, en la escucha y en la emoción compartida.
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"Los adultos piden por el bien de sus seres queridos”, cuenta Beach.
Foto: Yemel Fil
En tiempos marcados por la urgencia y las preocupaciones, ellos recuerdan —desde el corazón del espíritu navideño— que la magia todavía existe. Y que, a veces, solo hace falta alguien dispuesto a ponerse un traje rojo y creer para que vuelva a latir.