Una velada de teatro imperdible: "El Loco y la Camisa", un combo ideal en escena
La obra de teatro dirigida por Laura Preziosa y con la producción de Willy Olarte tuvo una nueva función en El Taller.
Poco frecuente es decir en Mendoza: voy alteatro a ver “una obra teatral” con todo lo que implica esa expresión en lo que atañe a la dramaturgia, esto es crear, componer, escenificar y representar un drama para transformarlo en un espectáculo teatral. Pues, esto fue lo que hice y repetí por tercera vez con “El Loco y la Camisa” de Nelson Valente en una brillante y no menos irónica adaptación a la idiosincrasia de nuestra provincia. Sin llegar al fanatismo, lo cual se agradece, hay en la obra una acertada crítica a temas cuestionables y ampliamente discutibles de la sociedad actual en cuanto a los roles que se cumplen en la familia, valores éticos que atraviesan a ciertas profesiones, usos y costumbres de la “aldea” mendocina, la comunicación interpersonal y el humor, el bendito humor que nos salva y evita que todo termine en una inminente tragedia.
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El Loco y la Camisa, es una obra que plantea con un lenguaje coloquial y accesible, situaciones tremendas en las relaciones entre miembros de una familia, que nos enfrenta a la mirada que tenemos los seres humanos sobre ciertas dolencias mentales, de las que no estamos exentos, en una sociedad acostumbrada a encerrar todo lo que la atemoriza o la avergüenza y en donde se llega a perder de vista esa delgada línea que existe entre cordura y locura y del darse cuenta de en qué lado de esa línea nos encontramos los unos y los otros.
Nos interpela sobre la degradación que está sufriendo la comunicación interpersonal, particularmente en una pareja matrimonial donde la lectura del diario por parte del “jefe de familia” anula cruelmente la conversación que trata de mantener su mujer, mientras cumple con su “propia” tarea de planchar la ropa. Sin ir más lejos, viene a mi cabeza la imagen de dos personas tomando café en un restaurante y cada una con la cabeza “metida” en su celular.
Es un “cachetazo” que desenmascara nuestras miserias con una suficiente dosis de humor que hace mucho más tolerable tanta verdad expuesta. Nos pone frente a la frustración que genera una profesión que no pudo ejercerse por verse compelido a cumplir con un rol de madre, por dar un ejemplo. Lo mejor de todo es que, a pesar de verte reflejado dolorosamente en cada uno de los personajes de la escena, te vas de la sala con una sonrisa plena y una sensación de haber vivido un momento extraordinariamente feliz, sin olvidar que tal era el fin último que perseguía el teatro en la antigua Grecia: la catarsis y un medio para educar al pueblo en valores éticos.
El Loco y la Camisa y particularmente, esta puesta que disfruté por tercera vez, cumplen acabadamente con ese fin. El mérito está expresado en una escenificación minimalista que recrea con muy pocos elementos la ambientación del drama, producto del diseño escenográfico de Álvaro Benavente, pero fundamentalmente en la interpretación que hace cada uno de los actores y actrices de los personajes de la obra.
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Una obra de teatro, con todas sus letras
Destaco el rol de Beto, que se mueve como un hilo conductor de toda la trama y que de alguna manera representa el grado de locura que adolece cada uno de los personajes y que los espectadores asumen como propio. Es la voz de la conciencia que descubre en cada personaje su talón de Aquiles y lo lleva a situaciones absolutamente hilarantes y a la vez dramáticas. Es el ángel vengador que con su palabra flamígera viene a decirte que dejes de una buena vez el “deber ser” y rompas esa hipócrita envoltura social para, por fin, ser quien realmente eres y no te animas.
Cuando vi la obra por primera vez, este rol fue encarnado por Álvaro Benavente y su actuación fue singularmente brillante. En las dos oportunidades siguientes, este rol fue construido magistralmente por Andrés Sosa y debo decir que superó sobradamente mis expectativas. Su actuación fue mucho más allá de la mera interpretación, a tal punto que cuesta ver al actor y no al personaje durante los saludos de rigor.
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No le van en saga el resto de los protagonistas. Aldo Cáceres como José, el “jefe de familia”, es convincente a más no poder, con un manejo de la gestualidad apropiado a su personaje y una dicción que proyecta muy bien su voz en toda la sala.
Josefa Spatola como Matilde, una abnegada y dulce madre sufrida, sacrificada y conciliadora, tan buena en su interpretación que cuesta ver a la actriz detrás del personaje. Viene a mi memoria, en casos así, la imagen de la adorable China Zorrilla que siempre era ella misma más allá del personaje, sin quitar mérito a su figura.
Flor Penna Aruta como María Pía, la hermana de Beto, es magnífica en sus reacciones dramáticas, el cambio de tonos vocales siempre ajustados correctamente a cada situación y sus miradas con un brillo muy particular en las escenas más intensas.
Pablo Cazorla, como Mariano, el novio de María Pía, con gran desempeño en su poco grato rol dentro de la trama de la historia y muy versátil en sus tonos vocales según las circunstancias escénicas.
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El mérito de la Dirección General, a cargo de Laura Preziosa, no reside solo en el resultado artístico que pude disfrutar cada vez que lo vi, sino también en la selección de los actores y actrices que le dieron vida, consecuentemente a sus respectivos talentos y el no menos importante fisic du role, como también al concepto estético que impera en la obra.
La asistencia de dirección a cargo de Denis Arnáez, foto en escena de Mauro Vargas, fotoportada de Alber Piazza, diseño gráfico y de marca de Hernán Iguacel y producción ejecutiva de Willy Olarte, dan como resultado un combo ideal para ver y disfrutar como locos de una velada teatral imperdible.