La economía argentina entra en una semana con aroma a decisiva. La jugada de Javier Milei de adelantar públicamente las negociaciones con Estados Unidos por una especie de swap y apostar todo a un encuentro con Donald Trump el martes (qué aún no está confirmado) ha dejado el panorama como si la moneda estuviera en el aire: cara o seca, sin reclamos.
El gobierno ha llevado sin pausa a la economía argentina a un punto de inflexión, donde las decisiones políticas y económicas se han vuelto inevitablemente dolorosas por impericia propia. A pesar de los esfuerzos oficiales por mostrar una senda de ordenamiento fiscal, el mercado continúa enviando una señal clara y contundente: el modelo actual se torna insostenible.
El eventual préstamo del Tesoro de Estados Unidos, que ha dominado la agenda mediática reciente, no es más que una potencial prórroga cuyo impacto real dependerá de las condiciones impuestas y no resuelve las distorsiones estructurales que asfixian a la producción nacional.
La coincidencia en que la corrección del camino económico y, sobre todo, de la política cambiaria es inevitable no tiene color ideológico: desde la ortodoxia hasta la heterodoxia, desde la derecha al progresismo, señalan que los tiempos se agotan.
La oportunidad perdida de comprar reservas y ajustar el tipo de cambio cuando se levantó una parte del cepo en abril tiene sus consecuencias, y ahora la corrección necesaria debe ser de carácter integral. Hasta publicaciones extranjeras especializadas como el Financial Times destacan que ya no se trata solamente de modificar el tipo de cambio, sino de resetear el esquema monetario, cambiario y financiero en su conjunto, lo que implica simultáneamente ajustar la tasa de devaluación y reducir las tasas reales de interés.
Si bien una devaluación per se no soluciona nada, la situación actual se vuelve apremiante debido a la excesiva apreciación que experimentó la moneda bajo esta administración. El mercado, a través de la alta tasa de interés y el nivel histórico e inusitado de encajes, está indicando que el nivel actual de la divisa “no se aguanta” y debe subir.
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Mientras el dólar y el riesgo país se disparan el gobierno apuesta a reuniones de Javier Milei con Kristalina Georgieva y Donald Trump para conseguir oxigeno extra.
El dilema del financiamiento externo y los condicionamientos geopolíticos
Frente a la presión, la administración de Javier Milei busca -una vez más- apoyo financiero internacional, con la esperanza puesta en un eventual desembolso del Tesoro estadounidense. No obstante, el flujo de dólares, ya sea por 10.000, 20.000 o 30.000 millones, plantea una pregunta clave: ¿cuánto tiempo durará?
La expectativa del mercado es que ese capital eventualmente se consumirá más temprano que tarde, mientras los dólares permanezcan “baratos” en relación con el precio esperado. Para colmo, en medio de un proceso electoral desfavorable al oficialismo, la demanda de divisas persistirá.
Además del factor temporal, cualquier préstamo viene acompañado de interrogantes sobre las condicionalidades, en un momento geopolítico complejo por las políticas de Donald Trump. El swap con China constituye una parte significativa de las reservas, equivalente a 18.000 millones de dólares. Meses atrás, Estados Unidos, a través de su secretario del Tesoro, expresó su deseo de que Argentina no mantuviera dicho swap.
Washington podría pedir, a cambio del préstamo, algún tipo de movimiento relacionado con este acuerdo bilateral. Si se diera el escenario de que Estados Unidos preste fondos para que Argentina pague su deuda con China, la operación resultaría extraña, aunque coherente con las políticas republicanas. En tal caso, si se prestaran 20.000 millones para devolver 18.000 millones a China, la ganancia neta en liquidez sería mínima.
El subsidio al gasto externo y la crisis productiva
La necesidad de buscar fondos externos se explica, en gran medida, por la política cambiaria implementada. A pesar de una cosecha récord, un blanqueo de capitales exitoso y el ingreso de dólares del FMI, Argentina no ha logrado acumular reservas. El problema de fondo reside en la política de tipo de cambio bajo, utilizada por el gobierno como una de las tres anclas para intentar frenar la inflación.
El tipo de cambio artificialmente bajo genera un subsidio implícito para gastar fuera del país. Dicho subsidio facilita tanto las importaciones de consumo como los viajes al exterior y la formación de activos externos (comúnmente llamada fuga de capitales). Aunque estas actividades ocurren en cualquier economía, en el modelo argentino de restricción externa provocan que los dólares se vayan en usos que, si bien son legítimos, no contribuyen a la acumulación de reservas.
La señal que transmite el gobierno al gastar todas sus herramientas (deuda del FMI, blanqueo y potencial deuda con el Tesoro de EE. UU.) para sostener un tipo de cambio bajo es que la ciudadanía debe aprovechar este momento de “plata dulce”. La experiencia cíclica argentina enseña que, en tales esquemas, la estrategia racional es comprar dólares, ya que mañana estarán inevitablemente más caros, lo que alienta la demanda de reserva de valor.
Pero no es solo lo financiero: el modelo ahoga a la producción. Las empresas manifiestan que las altas tasas de interés impiden solicitar adelantos en cuenta corriente, mientras que el tipo de cambio bajo se convierte en un subsidio injusto a la producción extranjera y a la importación.
La fragilidad del equilibrio fiscal
El gobierno defiende su actual estrategia argumentando que, a diferencia de crisis anteriores, existe un equilibrio fiscal. Si bien el déficit financiero es levemente deficitario (0,3% del PIB), una cifra manejable, esta estabilidad esconde serias fragilidades.
Quienes analizan los números con una visión de futuro alertan que este equilibrio se logra a costa de capitalizar los intereses de las letras, lo que resultará en un pago de deuda significativamente mayor en el futuro. Cuando ese pago se compute, la verdad saldrá a la luz y el déficit financiero será inmenso. No se puede engañar a todos todo el tiempo.
El polémico superávit fiscal se sostiene sobre pilares insostenibles en el mediano y largo plazo:
Jubilaciones extremadamente bajas: dos tercios de los jubilados perciben haberes por debajo de la línea de pobreza.
Abandono de la obra pública: las rutas deben ser mantenidas mínimamente, y la infraestructura es esencial para el crecimiento.
Recortes en áreas vitales: se observan problemas de sustentabilidad en la ciencia, la educación y las universidades.
El gasto en áreas esenciales debe subir en algún momento y, entonces, la sustentabilidad del supuesto superávit actual desaparecerá rápidamente.
Un verdadero plan de estabilización, si bien debe incluir un ajuste fiscal (necesario tras los déficits abultados de las tres administraciones anteriores), no puede depender solo de esta ancla. Se requiere la corrección monetaria y financiera, pero también un acompañamiento productivo y una política de ingresos. Estos elementos el gobierno actual niega explícitamente por motivos ideológicos. La corrección sigue siendo incompleta, manteniendo el ciclo de crisis latente y cada vez más cerca.