Historias de vida

Revolver la basura para comer: en una historia, miles de vidas

Detrás de los números y las estadísticas, hay personas. La historia de Luis se replica en Mendoza y en todo el país: cuando, para sobrevivir, el sustento está en lo que otros desechan.

Por Florencia Rodriguez

Si por definición, se refiere a desperdicios o a residuos que se desechan, cuesta imaginar que el sustento de muchas personas se encuentra ahí, en la basura, en lo que otras personas tiran, puede estar el alimento que otras tantas buscan todos los días. Para comer y para dar de comer, un derecho humano que- como tantos otros- no todos/as tienen actualmente garantizado.

Luis es una de estas personas y es sólo un ejemplo, una de las tantas caras que revuelven bolsas en las calles buscando comida. A veces solo, a veces acompañado pero en las calles desde temprano: al amanecer, toma el colectivo que lo lleva desde el barrio Santa Teresita, en Las Heras, hasta la Ciudad de Mendoza y empieza el periplo por las calles. La jornada va a terminar alrededor de las 21, que regresa a casa.

La vida de Luis no ha sido ni es fácil “y se puso peor cuando murieron mis papás”, recuerda mientras muestra los tatuajes con sus nombres. Es uno de 11 hermanos con los que casi no tiene relación, salvo con una que vive cerca de su casa y a la que visita para pedirle prestada su cocina.

“Nosotros no tenemos, entonces, a veces voy con las ollas y todo para su casa a pedirle la cocina. No le gusta mucho pero hace el aguante porque donde vivo yo no tenemos agua, ni gas. Pagamos un alquiler pero no tiene esas conexiones, tampoco cloacas”, cuenta.

Luis vive con su pareja y sus tres hijos, dos niños de 2 y 4 años y una nena de 11. Sin embargo, recientemente, se agrandó la familia porque Maximiliano (uno de sus familiares) llegó a su casa con sus 6 hermanos y ahora son 12 las personas que viven bajo el mismo techo.

Maxi, como pide que lo llamen, tiene 14 años, va a un CENS aunque no todos los días porque “tengo que salir a buscar comida”, explica. Antes, vivía antes en El Borbollón pero “pasaron cosas” y ahora todos/as viven junto a Luis, su pareja y sus hijas. “Las nenas tienen su habitación propia, el resto nos repartimos en colchones por el resto de la casa, no es muy grande pero tiene una sala grande en la que nos distribuimos”, cuenta el encargado de la familia.

Tras un paso por la cárcel, hace más de 10 años, Luis se prometió a sí mismo no regresar nunca más, y desde ahí, hace todo lo posible para llevar el sustento a su casa. “Es una cosa horrible, yo me cortaba los brazos, extrañaba mucho a mi mamá, no quiero regresar nunca más. Salí, me puse en pareja, me convertí en papá y ahora en lo único que pienso es en que mis nenas terminen la escuela, que estudien lo que quieran y no terminen como yo, es mi único deseo, es en lo primero que pienso cuando me despierto y en lo último antes de dormirme, en darles un futuro que no se parezca en nada a esta vida”.

“Es que usted no sabe lo que es el Santa Teresita”, dice con respecto a su paso por el penal. “Es droga, hay mucha delincuencia, no creo que alguien se pueda imaginar lo que es vivir ahí, es más fácil caer en esa pero yo me salí, no me junto con nadie, no tengo amigos ni nada, solamente me enfoco en mi familia, es lo único que me importa”, explica Luis.

Y en las calles de Mendoza, el trato varía: están quienes dan vuelta la cara con desprecio, quienes fingen que Luis no existe y aquellos/as que lo ayudan, que le preguntan qué necesita, que le dan una mano.

“Hay de todo, por ahí duele cuando a uno lo insultan, siento que odian a los pobres pero bueno, esto es así, la calle es así. Otras personas me ayudan, yo hago changas todo el tiempo: corto el pasto, barro veredas, pinto casas, lo que salga. A veces, me pagan con plata o me dan comida, yo agarro todo. Hay algunas verdulerías o locales que tiran cosas que creen que están en mal estado y para nosotros están perfectas, nos la llevamos”.

Pero este hombre de 31 años no siempre buscó sustento en las calles. Todo empezó por un trabajo (en negro, por supuesto): “Un patrón nos hacía revolver en la basura para sacar comida para los chanchos, tenía un criadero y nosotros trabajábamos en eso. Creo que así empezó todo…”

Pese a todos los golpes que le da la vida, Luis no se queja, no hay tiempo para eso ni para autocompadecerse. Hay que salir “a girarla” como señala. “Yo llevo comida y ropa a casa, lo que no vamos a usar, lo donamos a un comedor que hay en el barrio. Mi señora cobra la Asignación Universal por Hijo y es una ayuda, la verdad que sí. Yo no cobro nada, no tengo ni documentos, sólo tengo mi partida de nacimiento como que no existo”.

“Como que no existo”, dice una vez más pero lo cierto es que Luis sí existe y en él, miles de Luis que deambulan por todas las calles del país buscando en la basura algo para comer, algo para llevar a casa.

Luis es una historia que se replica una, dos, cien mil veces más, es el nombre detrás de los números fríos del Indec, es la cara detrás de las estadísticas, de las líneas de la pobreza, de la indigencia y cuanta otra cifra oficial se publique. Atrás, hay historias, hay familias, hay vidas que aunque muchas personas intenten ocultar, invisibilizar o negar, están ahí, recordando que en esta sociedad todavía falta mucho por aprender sobre empatía, sobre privilegios en este largo camino hacia la sensibilización.

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