Cuándo no damos más

Año Nuevo y "estamos quemados": ¿qué podemos hacer?

Llega el Año Nuevo y el estrés, las responsabilidades y las frustraciones, empiezan a influir en el estado anímico. ¿Podemos hacer algo para ayudarnos?

Por Florencia Rodriguez

Las tareas pendientes, las fiestas, el dinero que no alcanza, la lucha por sostener los vínculos, las condiciones laborales, las dudas sobre la posibilidad de tomar vacaciones, el contexto nacional y mundial… ¿cómo no vamos a estar “quemados”? El famoso “burnout”, término que se refiere al estrés y/o desgaste laboral- pero que tranquilamente puede englobar a otros aspectos de la vida cotidiana con los que cuesta lidiar- se manifiesta más que nunca cuando Año Nuevo se acerca. Así, en esta época crecen significativamente las consultas a profesionales de la salud mental en Mendoza. ¿Se puede hacer algo al respecto?

Como amantes de los simbolismos, el 31 de diciembre representa para muchas personas un cierre, el final de un ciclo. Como humanos nos da una sensación de alivio -si se quiere- y nos carga de expectativas y motivación para lo que viene. Un año nuevo comienza, borrón y cuenta nueva, otros proyectos luego de varios aprendizajes. Ahora, noviembre y diciembre se convierten en ruidosos relojes en la carrera contra el tiempo, en el tramo final: resolver, resolver, resolver para comenzar la nueva etapa con la balanza más equilibrada.

Burnout, en el menú de fin de año

“Estamos quemados”. Así comienza el análisis de Gabriela Dik, presidenta del Colegio de Psicológos/as de la provincia. El “burnout” en inglés implica “quemado” y es un síndrome que comúnmente se refiere al plano laboral pero puede abarcar a otros aspectos de la vida: emocional y afectivo, por ejemplo.

Entonces, ¿cómo nos afecta el fin de año a los mendocinos, a los argentinos? ¿Es realmente diciembre distinto en nuestro país? ¿Es más estresante que en cualquier otro punto del planeta? Es en este mes cuando, en la coctelera se mezclan: la inflación, las fiestas, las vacaciones, los chicos/as en casa y como la hojita de menta en este trago, el calor agobiante que, a veces, no da respiro.

“El fin de año nos deja con la sensación de estar quemados. En consulta, es normal escuchar: ‘estoy agotada’, ‘no doy más’, ‘no puedo más, no quiero más’. Es esa sensación de que no llego, el final del ciclo está ahí pero pareciera que no llega nunca. En el 31 de diciembre, hay un punto muy simbólico y una necesidad que tenemos los sujetos de empezar y terminar porque si uno lo ve desde otro punto de vista, el 31 no termina nada, el lunes hay que ir a trabajar (los que no toman vacaciones, claro) y los problemas, continúan, todo sigue existiendo exactamente igual pero no es igual”, explica Dik.

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“Y no es igual porque hay algo que implica un cierre, un fin de un ciclo, de un año y las expectativas que se ponen en el inicio de un nuevo año, uno distinto. Es una forma de trazarle un límite a la continuidad porque el tiempo no para. Si no lo hiciéramos así, sería un camino continuo al infinito (como en realidad es). Por esto, es necesario decir ‘bueno, hasta acá. Esto se terminó y esperemos que el año que viene sea otra cosa. Esta es una época en la que se renueva la esperanza y eso es vital para el ser humano”, agrega la profesional de salud mental.

Para Dik esta carrera por cruzar las puertas antes de que se cierren y con la mochila liviana es lo que lleva a “quemarse”. Eso y muchos otros factores externos que no ayudan en el proceso. Quizás, por este motivo, las consultas para recibir la atención, guía, asesoramiento de profesionales de la salud mental aumenta significativamente en noviembre y diciembre tanto en el ámbito público como en el privado.

“Diciembre es un mes en el que aumentan las consultas, pero muchas más y es algo muy habitual de la época. Esto lo veo en mis dos trabajos: tanto en el centro de adicciones, en el sector público, como cuando hago consultorio. En este último, normalmente, son personas que abandonaron terapia en mayo y quieren volver para intentar resolver todo lo que puedan y los nuevos que se suman luego de postergar un año entero”, dice Dik. Y si bien los tópicos de las consultas son muy distintos- como cada persona- hay una frase en común: “No doy más” o “No puedo más con… (mi trabajo, familia, pareja, amigos)”.

¿Podemos hacer algo?

El burnout laboral tiene diferentes factores pero el que más influye en el estado anímico es esa sensación de trabajar mucho y no alcanzar las metas planteadas en lo personal. “Es claro que las condiciones laborales en este país no son buenas, ni para quienes trabajamos en relación de dependencia en el Estado, ni para quienes están en el sector privado ni mucho menos para quienes trabajan por cuenta propia. Son muy malas, en líneas generales”, comienza Dik.

“Entonces, aquí el combo: las condiciones laborales son malas, la cantidad de horas de trabajo que encima no rinden para poder planificar unas vacaciones o ahorrar, porque igualmente no alcanza la plata ni para llegar a fin de mes, causa frustración y cómo no va a generar esa sensación de ‘hago todo lo que puedo, cada vez tengo más trabajo y aún así no puedo’. Esto se empieza a manifestar en otras emociones: enojos, angustias, irritabilidad. La falta de un descanso adecuado y las preocupaciones diarias… no hay cuerpo ni mente que aguante”, agrega.

Lo que se puede hacer para la psicóloga es frenar. Sí, parar la pelota. “No todas las personas tienen la posibilidad de irse de vacaciones o de tomarse unos días libres porque dependen de sí mismos, trabajan por cuenta propia pero es vital, fundamental, frenar, desconectar de la rutina cotidiana y utilizar el tiempo en ocio que está muy mal visto porque parece que si no estás produciendo, no servís y eso hasta le causa culpa a algunas personas”, señala.

El ocio, el entretenimiento, mirar una serie un miércoles por la tarde, tomar unos mates con una amiga o un amigo no es mala palabra, es sano. Tener tiempo para encontrarse con uno, para pensar, para desenchufarse, ya sea de vacaciones en algún lugar o en casa si no está la chance de poder viajar, como sea, hay que desconectarse sino es enloquecedor, repito: no hay cuerpo ni mente que aguante ”, suma la presidenta del Colegio de Psicólogos/as de Mendoza.

Emociones como guías

“Cuando llegamos a ese desbordamiento, cuando ya no podemos más con nada, creo que quienes tengan la posibilidad de frenar, deben hacerlo, ahí hay algo que escuchar. Los enojos y las angustias son guías, nos pueden orientar. Hay preguntas que uno/a mismo se puede hacer aunque las respuestas se puedan construir mejor en un espacio de terapia pero, pensar: ¿por qué me enojo tanto? ¿por qué esto me angustia?”, expone Dik.

“Son preguntas que permiten partir de una hipótesis propia sobre qué me está pasando. Después, ver cómo se resuelve es otro tema pero identificar qué provoca estas emociones. Cuando se hacen estas preguntas, se construye una hipótesis y eso implica que hay un trabajo por hacer. El poder preguntarse, ya es muchísimo porque cuando una identifica qué sucede, trata de resolverlo. Lo que no es bueno hacer es reprimir o negar y decir: ‘no me puedo enojar, no me puedo angustiar, mejor ignoro y sigo’. Eso de salir rápidamente de esos estados sin preguntarse sin intentar encontrar una solución es negativo. Estos cuestionamientos permiten orientarse mejor y muchas personas, a partir de sus hipótesis y ese intento por resolver y estar mejor, acuden a terapia”, apunta Dik.

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Y concluye: “Creo que son momentos de mucho malestar en muchos términos generales. Lo mejor que podemos hacer por nosotros mismos es preguntarnos por qué nos enojamos, qué nos angustia o nos causa ansiedad. Identificar esos episodios y sus disparadores, construir una hipótesis e intentar resolver, si es posible, con ayuda profesional pero hacernos esas preguntas. Lo otro es frenar porque la sensación de estar metidos en un espiral interminable donde las cosas no nos salen, enloquece a cualquiera. Otro consejo es creer en ese final de ciclo, porque renueva esperanza y nos hace ponernos nuevos proyectos, si son a corto plazo y viables, realistas, mejor. Pasos pequeños ayudan: adoptar una rutina como tejer, leer, quizás, aprender un idioma. Decir: ‘Bueno, prometo que este año, voy a tomar ese curso de cerámica que vengo posponiendo’ o ‘Este año, salgo a caminar tres veces por semana’. De esta manera, llegando al final del año, vamos a poder mirar y decir que algo de la lista pudimos cumplir y esto, sin dudas, es un aliciente y reduce el estrés, puede ayudar a no terminar del todo ‘quemados’”.

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