Migrantes

El laboratorio de Donald Trump: la política migratoria en Los Ángeles como anticipo de un giro autoritario

Redadas migratorias, protestas y militarización en Los Ángeles desatan un conflicto institucional entre Trump y el gobierno de California.

Por Marcelo López Álvarez

Los Ángeles arde, aunque no en su totalidad. La emblemática ciudad californiana, mosaico de culturas y cuna de comunidades migrantes, atraviesa una de las semanas más tensas de su historia reciente. Las redadas ejecutadas por agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE), sumadas al despliegue sin precedentes de tropas federales por orden directa del presidente Donald Trump, han desatado protestas, enfrentamientos y un choque institucional de alto voltaje.

No hay prácticamente medio, organización o gobierno del mundo que no esté pendiente de los acontecimientos de persecución de inmigrantes legales e ilegales, excepto la Argentina, donde el tema aparece ausente de las coberturas periodísticas y, por supuesto, de las discusiones políticas. Aunque después, con las consecuencias globalizadas, todos levantan la voz y se asombran.

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Las decisiones de Donald Trump transformaron las calles de Los Ángeles en un polvorín.

Las decisiones de Donald Trump transformaron las calles de Los Ángeles en un polvorín.

La similitud de las ideas migratorias de esta segunda etapa de Donald Trump con las que hasta ahora viene expresando en el discurso —y algunas resoluciones administrativas— el gobierno de Javier Milei deberían, por lo menos, generar en los argentinos cierto interés sobre los acontecimientos en la ciudad de las estrellas.

El detonante fue una serie de operativos migratorios iniciados el viernes, con arrestos en zonas públicas como un local de la cadena Home Depot. “Nos habían dicho que iban tras delincuentes violentos. No era un antro de drogas; era un Home Depot”, denunció la alcaldesa de Los Ángeles, Karen Bass, en declaraciones a CNN, visiblemente molesta por la falta de transparencia federal.

Las imágenes del fin de semana se tornaron rápidamente virales: banderas mexicanas y guatemaltecas, barricadas, fogatas, humo y miles de manifestantes, y como novedad muchos de ellos estadounidenses, haciendo frente a los gases lacrimógenos, escudos, tanquetas y guanacos de la Guardia Nacional (la Gendarmería norteamericana).

La cifra oficial superaba ya los 200 detenidos en Los Ángeles y decenas más en San Francisco, y mientras las autoridades locales advertían sobre el riesgo de una escalada de violencia, Donald Trump promete llevar la cifra a 3.000 detenciones diarias.

Los Ángeles invadido por Federales

Lejos de calmar los ánimos ante los acontecimientos, la Casa Blanca decidió intensificar la respuesta. Trump ordenó el despliegue de 4.000 efectivos de la Guardia Nacional, apoyados por 700 infantes de Marina, movilización ejecutada sin notificar a Gavin Newsom, el gobernador demócrata del Estado de California, y que fue recibida como una provocación directa a la autonomía californiana.

“La situación está bajo control”, declaró Bass, minimizando el impacto de los disturbios. Pero desde Washington, Trump describió los eventos como “una insurrección”, y defendió su medida afirmando que, de no haber actuado, “Los Ángeles habría quedado completamente destruida”.

El choque institucional se formalizó cuando Newsom envió una carta al Departamento de Defensa calificando la acción como una “violación grave de la soberanía estatal” y anunció que su gobierno interpondría una demanda federal contra la administración republicana. Rob Bonta, fiscal general de California, confirmó el lunes que este sería el caso número 24 en el que el estado litiga contra políticas migratorias o ejecutivas de Trump.

Trump: El giro autoritario y las alarmas democráticas

Fiel a su estilo, la escalada de Trump no solo es territorial, sino retórica. Durante una conferencia improvisada en la Casa Blanca, el presidente sugirió que arrestar a Newsom (el gobernador) sería “algo estupendo”. La respuesta del gobernador no tardó en llegar: “Este es un paso inequívoco hacia el autoritarismo. Es un día que esperaba no ver nunca en Estados Unidos”.

La frase caló hondo. El enfrentamiento entre un presidente con aspiraciones de reelección inmediata y un gobernador que podría disputar la carrera presidencial en 2028 configura un escenario inquietante para la democracia institucional del país. En palabras de Kamala Harris, ex vicepresidenta y residente de Los Ángeles: “La protesta es una herramienta poderosa y esencial para la justicia”.

Los fantasmas de presidentes democráticos que empiezan a perder la legitimidad de ejercicio parece un fenómeno que se extiende como reguero por los puntos más distantes del planeta, sin distinción de origen ideológico de esos mandatarios.

Las calles y la política: dos realidades superpuestas

Pese al fragor político, la vida cotidiana en Los Ángeles continúa. “No es que los demás fueran ajenos a lo que ocurría. Es solo que había espacio para que unos no interrumpieran a los otros”, escribió la corresponsal del New York Times, Shawn Hubler. Una descripción que retrata la dualidad angelina: mientras miles marchan por los derechos de sus vecinos, otros siguen con su rutina californiana, ajenos —o resignados— al ruido institucional.

No obstante, la militarización de espacios públicos como el centro de detención federal, donde se concentran los migrantes (legales e ilegales) arrestados, y la presencia de tropas armadas con rifles y uniformes militares, vehículos antidisturbios y camuflados, generan una tensión latente y una visión cinematográfica del estado que aloja los principales sets y estudios de cine del planeta.

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Sin embargo, no todo es perfecto en la movilización militarizada de Donald Trump. Imágenes difundidas por medios locales muestran a soldados durmiendo en el suelo, sin recursos logísticos adecuados, en lo que Newsom denunció como una “falta de respeto a nuestras tropas”.

¿Qué sigue?

Las próximas horas serán claves. Las autoridades estatales han asegurado que las manifestaciones son en su mayoría pacíficas. Pero el tono de Washington indica que la administración Trump está dispuesta a escalar si lo considera políticamente rentable.

Mientras tanto, la comunidad migrante —documentada o no— vive cercada por el miedo y la incertidumbre. Las redadas no solo afectan a quienes son detenidos, sino que envían un mensaje: la política migratoria se está utilizando como herramienta de confrontación de la política estadounidense.

Hoy, por su tamaño e importancia en la geopolítica mundial, y el carácter violento que ha tomado, Estados Unidos se lleva la atracción de los reflectores mundiales. Sin embargo, el debate de qué hacer con la migración en un mundo globalizado, pero también cada vez más egoísta, está abierto en todos los países del planeta, incluso Argentina.

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