Una de cada cinco personas sufre misofonía, un trastorno neuropsicológico
Provoca un malestar insoportable por culpa de los ruiditos generados por otras personas y hasta ahora no estaba reconocido como patología.
El trastorno de la misofonía produce problemas entre amigos.
Una de cada cinco personas sufre misofonía, ese trastorno que provoca un malestar insoportable por culpa de los ruiditos generados por otras personas. Quiénes lo sufren no pueden estar en la misma habitación en la que alguien come palomitas de maíz. El crujir contra los dientes los altera, les provoca ansiedad, quieren romperlo todo. Otros sienten como si les explotase el cerebro si oyen a alguien subir y bajar consecutivamente la tapa del boli, un juego repetitivo que en cambio resulta relajante a quienes lo practican. Cuando el vecino de arriba da dos pasos, sienten que están arrastrando una mole de hierro de cientos de kilogramos. Algunos tienen que cambiar hasta tres veces de vagón de metro para huir de ruiditos que les enloquecen. En un trabajo académico sobre misofonía, destacan la historia de un niño que desde que tenía 8 años fue castigado sistemáticamente porque no quería comer en la mesa familiar: los ruidos de masticar, tragar y sorber lo alteraban. A los 29 años, en un ensayo clínico, le dijeron que podía padecer esta hipersensibilidad de nombre casi desconocido.
La misofonía como un trastorno neuropsicofisiológico que provoca una alteración anormal frente a determinados gestos y sonidos. La investigadora reúne algunos de los que suelen desencadenar esas reacciones exageradas: el tamborileo de los dedos sobre una mesa, el chasqueo de la lengua, el sonido de los cubiertos al rozar los platos o de los dientes al masticar comida crujiente. “No depende del volumen, eso ya sería una hiperacusia. A una persona con misofonía puede irritarla un ruido de 20 decibelios, que apenas es perceptible”, explica la investigadora.
Los científicos británicos dicen que durante su estudio la población general también mostró irritación con algunos de estos sonidos, pero los individuos que sufrían misofonía se sentían indefensos ante la imposibilidad de encontrar una salida que los devolviera al silencio. A medida que el sonido se implantaba aumentaba la tensión y la nuca se les iba agarrotando, e incluso sentían ganas de vomitar y desarrollaban síntomas de ansiedad. También destacan que en su muestra solo una pequeña parte de los afectados era consciente de padecer un trastorno. “Esto significa que la mayoría de las personas con misofonía no tiene un nombre para describir o explicar lo que están experimentando”, concluye Silia Vitoratou, del King’s College de Londres, una de las autoras telestudio que acaba de publicar la revista PlosONE.
Hasta hace poco, las personas con esa sensibilidad peculiar a los sonidos y movimientos desconocían que lo suyo podía tener un nombre. El término fue acuñado en 2001 por la pareja de investigadores estadounidenses Pawel y Margaret Jastreboff. En realidad, la mayoría lleva su extraño calvario en silencio porque manifestar desagrado ante sonidos que son tolerables para el resto de la humanidad no da más que problemas. Hasta hace poco, ser hipersensible y diferente no era algo de lo que alardear en las redes sociales y la mayoría de las personas solo quería ser normal.