El impacto del voluntariado en hospitales de Mendoza: historias que sanan desde el acompañamiento
En Mendoza, la empatía se vuelve acción en hospitales con espacios de voluntariado que crecen cada año. La emoción aparece en cada encuentro con los pacientes.
Voluntarias del Hospital Pereyra (Guada y Juli) y Payamédicos que sanan desde el vínculo humano.
Fotos: Voluntariado H. Pereyra / Payamédicos Mendoza.
En un sistema de salud atravesado por demandas permanentes, el acompañamiento emocional que brindan los voluntarios adquiere un valor inmenso. En hospitales de Mendoza, grupos organizados llevan talleres, juegos y escenas teatrales que transforman el día de pacientes y permiten que la hospitalización se viva con más humanidad y cercanía.
En medio del ritmo acelerado de los hospitales públicos, donde el dolor, la incertidumbre y la espera parecen gobernarlo todo, un grupo de voluntarios irrumpe cada semana para ofrecer algo tan simple como poderoso: estar. Allí, entre risas, manualidades, juegos y silencios necesarios, nacen encuentros que alivian, acompañan y devuelven humanidad a quienes atraviesan momentos difíciles. Las experiencias del Voluntariado del Hospital Pereyra y de los Payamédicos de Mendoza muestran cómo el compromiso colectivo puede transformar entornos donde, muchas veces, solo parece haber sombras.
Un taller que abre puertas: la experiencia del Voluntariado del Hospital Pereyra
En el hospital capitalino ubicado en Ituzaingó 2856, todos los jueves por la tarde se abre un salón donde se escuchan risas, música y conversaciones que rompen la rutina hospitalaria. Allí trabaja el grupo del Voluntariado H. Pereyra, integrado por jóvenes que acompañan a pacientes internados en salud mental a través de actividades lúdicas, recreativas y artísticas.
Guadalupe, de 18 años, llegó a la iniciativa “buscando en Instagram (@voluntariadopereyra), porque el que busca, encuentra”, y desde marzo forma parte del equipo. Lo que más la motivó fue “el poder ayudar desde el estar, desde compartir con otro”. En diálogo con SITIO ANDINO, afirmó que no sabía desde qué lugar podía aportar, pero al conocer la dinámica entendió que el valor estaba precisamente en eso: en el encuentro.
voluntariado hospital carlos pereyra
Para Juleita, voluntaria en el Hospital Pereyra, esta actividad “rompe muchos mitos y prejuicios” sobre la salud mental.
Foto: Voluntariado del H. Pereyra
Las actividades que realizan incluyen manualidades, pintura, juegos físicos, cartas, pulseras y una variedad de propuestas que el equipo prepara según los intereses de cada persona. “Va variando. Depende de cada paciente. Lo que más usamos es pintar, porque es lo que más les llama la atención”, cuenta Guada.
Las voluntarias explican que no tienen acceso a diagnósticos —“no nos corresponde saberlo, no somos sus profesionales”—, por lo que el vínculo se construye desde la horizontalidad, sin etiquetas y desde una pregunta tan sencilla como potente: ¿cómo estás hoy?
El voluntariado existe desde 1999 y sigue vivo porque, dicen, “el impacto se ve, los pacientes lo valoran muchísimo”.
Julieta, de 30 años, remarca que el voluntariado “rompe muchos mitos y prejuicios” sobre la salud mental: “Tantas series y películas nos mostraron que alguien en un psiquiátrico es peligroso. Acá te encontrás con emociones que también son tuyas, ahí entendés que cualquiera puede necesitar ayuda”. Lo que más las conmueve es el retorno afectivo de los talleres. “Te llevás más a tu casa de lo que vos ponés”, dice Guada. “Cuando te dicen ‘gracias’ o te esperan desesperados para el encuentro, entendés que no es algo chiquito”.
El voluntariado cuenta con coordinadores, una trabajadora social, un enfermero acompañante y personal de seguridad, además de instancias de capacitación interna. Las jóvenes insisten en que no hace falta formación profesional específica: “Lo único que se necesita es poner el cuerpo, buena onda y ganas de trabajar en equipo.”
La magia posible: así trabajan los Payamédicos en Mendoza
Desde 2011, los Payamédicos recorren hospitales de Mendoza para aportar un componente esencial: salud emocional. Su objetivo es generar encuentros escénicos-teatrales que habiliten momentos de subjetividad en personas internadas. Pero ellos no hablan de “pacientes”, hablan de producientes, porque quieren rescatar la capacidad creadora de cada persona.
“No atendemos la falta, atendemos lo que el otro puede producir”, explica María Wilsa Blayotta, integrante de la asociación. Las intervenciones son improvisadas, sensibles y profundamente respetuosas: “Siempre pedimos permiso. Nunca hacemos algo impuesto. Si alguien nos dice que no, lo aceptamos con respeto y seguimos”.
payamedicas voluntarias
“Cuando nos ponemos el traje, entramos al mundo mágico. Es nuestro escudo protector”.
Foto: Payamédicos Mendoza.
Para eso, los payamédicos realizan un curso de tres meses de payateatralidad, donde construyen su personaje, diseñan su traje y eligen su nombre artístico. Luego completan la formación en payamedicina, dictada por el fundador de la organización. El traje y la ética del personaje también tienen su ciencia. La nariz naranja —y no roja— se elige para evitar asociaciones con la sangre en el ámbito hospitalario. Cada prenda debe respetar una paleta cálida, energética y en sintonía con la estética del grupo.
“Cuando nos ponemos el traje, entramos al mundo mágico. Es nuestro escudo protector”, afirma Blayotta. Ese mundo les permite sostener escenas difíciles sin ser capturados emocionalmente, aunque reconocen que siempre hay situaciones que movilizan.
payamediquitos
La asociación también incorporó los Payamediquitos, niños de 5 a 10 años que participan en eventos (no en hospitales), sembrando desde pequeños el valor del altruismo.
Foto: Payamédicos Mendoza.
Actualmente intervienen en los hospitales Notti, Español, Paroissien y Schestakow pero próximamente llegarán al Perrupato. También dicen presente en campañas de vacunación, maratones inclusivas y eventos comunitarios. En sus redes sociales (@payamedicosenmendoza), comparten sus coloridas actividades.
Cuando un gesto simple ilumina un día entero
En ambos espacios el hilo es el mismo: estar con otro transforma. Allí donde el dolor parece inmenso, donde la soledad pesa o donde la angustia nubla el horizonte, un voluntario puede cambiarlo todo con una palabra, una risa o diez minutos de compañía. Como repiten quienes dan su tiempo sin pedir nada a cambio, al final el gesto más pequeño es el que más se recuerda.