Investigación del Conicet

Malvinas: el duelo desde la ausencia y los ritos para mantener la memoria

Por Florencia Rodríguez.

En sus trabajos de investigación y en varias entrevistas, el historiador Steve J. Stern resalta y reitera: "El concepto mismo de memoria tiene una historia que nace a través de una lucha". Memorias en lucha, la lucha por la memoria, sí, "todo está clavado en la memoria".

Este 2 de abril se cumplen 40 años de la Guerra de Malvinas y en estas cuatro décadas pasó poco, pasó mucho. "Fue más duro el olvido en la posguerra que la propia guerra", se ha escuchado en varias ocasiones en boca de los ex combatientes. Fueron años de indiferencia y destrato pero dicen que el tiempo pone a cada uno en su lugar, la historia juzga pero también reivindica. Si bien, la sociedad argentina atraviesa hace al menos 20 años el proceso de "Malvinización", este no es un camino fácil porque dejando de lado el proselitismo o el oportunismo del que algunos- no todos- hacen uso (y abuso), hay otras facetas a enfrentar a diario y estas tienen que ver con la memoria, con la real: el recuerdo, el dolor, la ausencia.

A la memoria no se la calla, se la enciende todos los días. Cada veterano de Malvinas y cada familiar de soldados caídos en combate lo sabe y el recuerdo de aquellos helados días de abril, mayo y parte de junio se cuela en medio de una carcajada, de un encuentro con seres queridos, de un momento en silencio e incluso, en sueños, porque es así: la memoria no se puede acallar.

La memoria no se acalla, los sentimientos tampoco. Foto: Fernando la Orden / Enviado Especial de Clarín.

En la defensa de la soberanía sobre las Islas Malvinas- unidas a la República Argentina por plataforma submarina- murieron 649 soldados argentinos en el campo de batalla (otros cientos se quitaron la vida en la posguerra), y 323 eran tripulantes del crucero argentino ARA Gral. Belgrano que fue hundido por el submarino nuclear británico HMS Conqueror, en lo que se considera un crimen de guerra por haber sido atacado fuera de la zona de conflicto establecida.

Durante muchos años, los restos de los combatientes que murieron en las islas descansaron bajo el epitafio "Soldado sólo conocido por Dios" hasta que en el año 2012 comenzó el proceso de identificación a los soldados argentinos. Habían pasado 30 años desde el conflicto bélico y durante ese tiempo, las familias se refugiaron en el recuerdo y en ritos que permitían mantener viva la presencia y permanencia de los seres queridos que perdieron en Malvinas.

Cementerio de Darwin. Foto: Presidencia de la Nación.

¿Cómo se atraviesa un duelo cuando la muerte no habilita- al menos no de manera convencional- un cierre? ¿Cómo se puede sanar cuando una parte de la historia y las circunstancias sólo pudieron ser reconstruidas con retazos de diferentes testimonios de lo que ocurrió lejos de casa? ¿Cómo se elabora la aceptación cuando no hay un "cuerpo" al que abrazar, llorar, despedir a través del contacto?

Quizás estas fueron algunas de las preguntas que Laura Marina Panizo, antropóloga, poeta y Docente de Maestría en Innovación Educativa, Universidad siglo 21 (Argentina) y de la Universidad Alberto Hurtado (Chile) quiso responder a través de su trabajo como investigadora en la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales (Unsam) de Conicet.

Fueron varios años- diez o más- de entrevistas, material bibliográfico, encuentros y testimonios con familiares de soldados caídos y con ex combatientes de Malvinas por lo que esta historia cuenta lo que descubrió - y en sus propias palabras, aprendió- en este proceso de trabajo.

"Mi investigación doctoral nació pensando en que ya había hecho un trabajo con los familiares de las personas desaparecidas durante la última dictadura militar focalizando en la ausencia del cuerpo, en la imposibilidad de realizar los rituales fúnebres convencionales y cuando me enteré del cementerio de Darwin, de las tumbas que no habían sido identificadas fue cuando me pregunté cómo se habían enfrentado a la muerte los familiares de los soldados caídos en la Guerra de Malvinas que- supuse- habían vivido experiencias similares en cuanto al desconocimiento sobre el hecho claro de la muerte y la imposibilidad de realizar los ritos mortuorios. Así, mi trabajo se basó en las experiencias de los familiares siempre focalizando en la muerte violenta, en el marco de la guerra y con la ausencia de los restos", comenzó a explicar Panizo.

"Me fui dando cuenta del hecho de la muerte heroica, sacrificial; de que el reconocimiento social por parte del Estado y de la sociedad hacia los que dejaron la vida por la patria y de que la construcción del sentido que los familiares le fueron dando a esas pérdidas habilitaron prácticas mortuorias de enfrentamiento a la muerte a través de las cuales establecieron relaciones muy específicas con sus caídos en la vida cotidiana", agregó.

Laura Panizo, antropóloga, docente, poeta, investigadora. Foto: Sitio Andino.

En ese camino de charlas y aprendizaje, la investigadora descubrió las formas en las que las familias encontraron una conexión con los seres queridos que perdieron en la guerra, esas maneras en las que perpetuaban su recuerdo, su presencia incorpórea. "Altares domésticos, misas, ofrendas, peregrinaciones con la Virgen de Luján (un símbolo muy importante) y los viajes al cementerio en el que pudieron experimentar ese sentir físico de la experiencia que sufrieron sus seres queridos. Muchas prácticas fueron procesos que construyeron con el paso del tiempo. Sus testimonios fueron muy importantes para permitir comprender cómo es enfrentarse a la pérdida en este contexto y establecer relaciones especificas entre los vivos y los muertos", expuso.

Se concretó entonces el proyecto para la exhumación e identificación de los restos que descansaban en Darwin, a los que madres, padres, hermanos/as rezaban por igual porque a esa altura "todos eran hijos, todos eran hermanos, novios, esposos" por lo que las familias solamente se arrodillaban frente a una de las tumbas sin conocer en cuál estaba esa pieza perdida del corazón.

El duelo que nunca termina. Foto: Presidencia de la Nación.

"Según me contaron, muchos familiares -no todos- se habían negado durante un buen tiempo, a las exhumaciones e identificaciones. Cuando llegó el momento, finalmente accedieron a dejar la muestra para cotejar los ADN. En mi entender, el motivo por el que no querían la localización de los cuerpos y luego la aceptación, fue muy importante para tener una perspectiva teórica que entiende al cuerpo como un sujeto activo, que tiene un carácter transformador en la vida social y que las familias habían establecido ciertas relaciones a partir de otra corporidad, a través de la ausencia", dijo Panizo.

"Habían construido esos marcos de entendimiento, esas prácticas rituales específicas y la posibilidad de que el cuerpo apareciera podía movilizar, cambiar estructuras y derribar mitos también. Fueron procesos muy difíciles para los familiares, es muy doloroso aceptar cuando durante tanto tiempo enfrentaron a la muerte desde la ausencia. Sin embargo, cuando se hicieron las identificaciones sintieron que pudieron llenar vacíos porque ahora ese enfrentamiento se presenta con otra dimensión muy importante que es el tema de la corporidad y permite tener otro tipo de acercamiento a su familiar, recuperar objetos personales, reconstruir la historia porque el cuerpo viene con información sobre lo acontecido".

Antes de la identificación, las familias elegían entre tumbas sin nombre para expresar sus sentimientos. Foto: Presidencia de la Nación.

"Entonces, a pesar de los miedos, las exhumaciones trajeron- en palabras de ellos- un alivio o felicidad por ese reencuentro pero no hay que dejar de tener en cuenta que las exhumaciones siempre pueden implicar un cierre -en algún momento- en lo referido al ciclo ritual, al pasaje pero también producen aperturas porque se reactivan traumas, preguntas, momentos. Es importante saber que no son sólo cierres sino también aperturas y todo tiene un impacto en los familiares. No, no es nada fácil y nunca lo será", cerró la investigadora.

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