En "El efecto Facebook", el escritor y periodista estadounidense David Kirkpatrick rearma la arqueología de la red social más popular del planeta -1.590 millones de usuarios sobre un fondo de 7.000 millones de terrícolas- y aprovecha también para contar la historia de Mark Elliot Zuckerberg, alma mater e inventor del dispositivo que, nacido en el campus de la universidad de Harvard, es el único a la fecha que cotiza en el índice Nasdaq.
Ese dato no implica necesariamente un juicio de valor sino que es la realidad de un negocio fabuloso que excedió todos los pronósticos de sus ideólogos, cuestión que el investigador no soslaya de ninguna manera en el volumen, publicado por el Planeta.
Considerando que Zuckerberg nació en 1984 en White Plains, Estados Unidos, y que su fortuna alcanza los 60.000 millones de dólares, a Kirkpatrick, periodista de la revista Fortune, se le hacía imprescindible saber quién era ese joven, cuál era su formación y cuáles sus ideales, en una época dominada por el paradigma cibernético.
"Zuckerberg era un genio de la programación desde los 13 años. Para el desarrollo de Facebook fue importante que arrancara entre programadores, porque al final toda la esencia del proyecto se reduce al software", dijo el hombre en un reciente reportaje, reproducido en la versión local de la revista Muy interesante.
Y agregó: "Es más, creo que estos últimos (los programadores) son los revolucionarios de la sociedad actual: además de Zuckerberg, tenemos el caso de Julian Assange, el fundador de Wikileaks, que también es un genio de la programación. Y este protagonismo revolucionario lo tendrán aún más los jóvenes que se dediquen a esto y los hackers de las siguientes generaciones".
Pero acá resuenan diversas cuestiones: si bien Facebook y otras redes sociales se han convertido en un instrumento para el activismo político (sobre todo en Egipto y en Libia), también suele hacérselas responsables, en parte, de cierta desidia a la hora de leer en formato papel, o de escuchar música, y de multiplicar las fuentes de atención "clásicas", o de "provocar" las "desatenciones" que están causando cantidad de accidentes de tránsito.
Es probable que se exagere y que el problema sea el uso masivo de Internet, si es que eso es un problema. Lo que se quiere decir es que la red se ha convertido en un elemento clave del mundo contemporáneo, y que su desarrollo fue rápido y alcanzó a dejar a algunas generaciones sin la posibilidad de usarla, a otras a usarla a medias y a otras más a no concenir un espacio sin Internet o celulares.
Zuckerberg, en cualquier caso, parece haber sido o es un personaje algo complicado, obsesivo, egoísta. Eso según la película "La red social", de David Fincher, estrenada en 2010, inspirada en la novela "Multimillonarios por accidente", de Ben Mezrich, el mismo año que el creador del sitio era nombrado persona del año por la revista Time.
Kirkpatrick dice de la película: "Es muy entretenida, pero creo simplemente que no se debería tratar como una historia real, porque no se ajusta a la realidad. Ni una sola de las personas que participaron (en el film) conoce a Mark. Y le puedo decir que la gente que sí le conoce la consideró muy frustrante, y hubo quien se enfadó mucho".
"Tanto el film como la novela de Mezrich en que está basado sobreestiman el aporte de Eduardo Saverin -el amigo de estudios de Zuckerberg que cofundó la empresa con él y le prestó dinero. Saverin es el verdadero millonario accidental de esta historia: con un trabajo de cinco meses a tiempo parcial ha conseguido (según la valoración actual de Facebook) casi 3.000 millones de dólares", despacha.
Como sea, el jefe en la película es uno y, al parecer, otro el de todos los días. Otro, incluso, de quien se predica la inseguridad de los datos que administra la red, de tener contactos de alto vuelo en la NSA, en la CIA y el FBI, de filtrar datos de usuarios, y nobleza obliga, de tener un ojo maestro, primero para comprar Instagram y luego Whatsapp.
Facebook estaba funcionando en 2004, un año después de que Zuckerberg ingresara a Harvard, donde formó parte de la muy elitista fraternidad Alpha Epsilon Pi, y de cuya empatía para el lazo social se dudaba. La conjetura de que inventó el sitio para oscurecer ese bache es incomprobable.
Al contrario que Bill Gates o los dueños de Google, Serguei Brin y Larry Page, el hombre no es asiduo de los salones del poder, al menos públicamente, pero por supuesto está en contacto permanente con todos los hombres del presidente (de los Estados Unidos), con el Papa, y algunos más. Prefiere la compañía de su mujer, Priscilla Chan, y de su pequeño hijo, y no salir demasiado de su casa en Palo Alto, California, a poca distancia de la sede de la compañía, en Menlo Park.
Cuando el ex empleado de Agencia Nacional de Seguridad (NSA) Eduard Snowden desertó de ese instituto en 2013, el argumento para racionalizar su desprecio (a sí mismo hasta ese momento y a sus superiores políticos), paradójicamente, sonaba similar al de Zuckerberg las veces que habló sobre comunicación: la necesidad de liberar y abrir la información a la comunidad.
El hombre fuerte de la red social es vegetariano, cuidadoso de su intimidad, sobrio, un filántropo. En rigor, la experiencia con su invento es una deriva del espectáculo, de su costado narcisista, de la reconfiguración del espacio público, y también de un uso inteligente que suele hacerse para conseguir documentos o encontrar algún amigo perdido. Poco más. La soberanía no se volverá invisible en Facebook.
Así, las ideas de Zuckerberg y las estrategias seguidas para ponerlas en práctica e ir adaptándolas a un entorno cambiante. Hay un capítulo del libro que habla del futuro de Facebook: "Lo que en él se dice puede resultarles a algunos un conjunto de utopías, y a otros la peor de sus pesadillas hecha realidad", escribe Kirkpatrick.
"Pero lo increíble es tanto el empeño puesto como la fe ciega que (los empleados de la compañía) tienen en que conseguirán sus objetivos. Se juguetea con el concepto de Facebook Nation, asumiendo Zuckerberg más el papel de un estadista que el de presidente empresarial".
"Los objetivos económicos están, y siempre han estado, relegados a un segundo plano en favor de una actitud de servicio público (una caída de Facebook equivale hoy a los antaño célebres apagones neoyorquinos)", agrega el autor, quizá con demasiado optimismo.
A los otros, menos optimistas, les interesará el último documental del cineasta alemán Werner Herzog, "Lo and Behold", una historia crítica de Internet, la red de redes sostenida para investigación y acción militar y desplazada con el tiempo sobre la población civil, de cuya vigilancia es cómplice y beneficiaria, pero ese es otro tema. Fuente: Télam.