17 de noviembre de 2025
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"Murciégalo y almóndiga", ese español excéntrico y curioso

Esta semana se puso en debate si el idioma que hablamos es español o castellano. Y hasta se pensó en cambiarle el nombre

Por Myriam Ruiz

¿Se dice albóndiga o almóndiga? ¿Murciélago o murciégalo? ¿Cuál es la pronunciación real de lluvia… “shuvia” a lo porteño; “iuvia” a lo mendocino; “liuvia o yuvia”? ¿Escribiremos “sólo” con acento o sin acento? ¿Nos acostumbraremos a escribir "jáquer" en vez de hacker, "jol" en vez de hall y "balé" en vez de ballet como ha aceptado esta semana la Real Academia Española? El español, esta semana, pasó un duro examen.

Y ya que estamos en modo pregunta: ¿los argentinos hablamos en español o en castellano?

En principio, y aunque usted no lo crea, murciégalo está aceptado y según la RAE es el verdadero nombre de tan feo bicho. Y almóndiga también es correcto luego que, durante siglos, los abuelos llamasen de ese modo a esa rica comida.

Hablamos español aunque vivimos en Argentina, Colombia o México. Hablamos el castellano, aunque no vivimos en Castilla. Y hablamos -según el picante debate del último Congreso Internacional de la Lengua Española que acaba de terminar en Cádiz- en ñamericano o hispanoamericano según el autor que ustedes elijan.

El argentino Martín Caparrós pidió abrir el debate en Cádiz sobre la posibilidad de cambiar el nombre a nuestro idioma. “Una consecuencia de los siglos coloniales es que el globo rebosa de países que hablan idiomas que aún llevan el nombre del país conquistador. El inglés y el francés, por supuesto. También el español”, señaló.

Caparrós provocó risas en la selecta audiencia al proponer el ñamericano como nuevo nombre para nuestro idioma. De esa manera incluiría según él a todos los dialectos y americanismos pero preservando la “tradición de la ñ”.

De inmediato salieron voces a cruzarlo. Arturo Pérez-Reverte, creador de las aventuras del Capitán Alatriste, dijo que él también tenía una propuesta para renombrar el idioma y lo llamó: “Gilipañol”, por gilipollas.

"Gilipañol. 1. adj. Perteneciente o relativo al gilipañol. 2. m. Lengua artificial, pero en notable expansión, que hermana a los hispanohablantes gilipollas de España, gran parte de América, Filipinas, Guinea Ecuatorial y otros lugares del mundo", tuiteó Pérez Reverte.

Lo cierto es que tampoco el español es el idioma originario de España, donde en la antigüedad se hablaba el latín. Como todas las lenguas romance, tras la caída del Imperio Romano el latín puro fue cediendo lugar a una lengua más coloquial que incluía vocablos griegos, germánicos y celtas. Dos siglos después, el musulmán entró con fuerza con los moros y el español asimiló más de 19 mil palabras de ellos.

Actualmente, el español o castellano se cuenta en los primeros lugares entre los idiomas más difundidos en el planeta. El inglés es la lengua de intercambio por excelencia que cuenta con 1348 millones de hablantes, pero de ellos sólo 379 son nativos; el chino mandarín es, por su parte, el idioma con más hablantes nativos con 918 millones; pero atentos: el español es la lengua con mayor crecimiento en el mundo con 540 millones de personas que lo hablan.

Mientras el mundo hispanohablante debate la mejor forma de decir las palabras, abogando por el uso correcto de las reglas, gramática y ortografía. En México ocurren cosas como la aparición de un raro manual para las escuelas en que se toma como aceptable el uso incorrecto de conjugaciones de verbos como llamastes o dijistes.

Y no termina allí. El manual -que tiene el visto bueno del Gobierno- menciona que expresiones como “sal para afuera” y “voy a subir para arriba” no son redundancias innecesarias. “Por el contrario, sirven para reforzar una idea”, se remarca.

En fin. De todo el debate me quedo con el nuevo Diccionario Panamericano de Dudas -la última actualización de la RAE- que acepta, añade y explica palabras que en algunos casos son desconocidas. Como ponqué (del inglés pound cake): “Bizcocho, generalmente grande y de forma redonda, que puede estar relleno de frutas, crema, etc”. O sánduche, por sándwich.

Lo importante es que usted sepa diferenciar las cosas y que si alguien escribe “ acecinar ” no está cometiendo un horror ortográfico sino que se refiere al acto de salar la carne; o que “ inmarcesible ” no es un mar inaccesible sino un vegetal que no puede marchitarse. O, al fin, que “ jipiar ” no es hacerse el hippie sino “gemir, gimotear, cantar con voz semejante a un gemido”.

“Tales debates demuestran que nuestra relación con las palabras no se ciñe al mero uso de una herramienta. También les damos un gran valor sentimental, porque vemos en ellas todas las ideas por las que hemos transitado”, escribió, bellamente para nuestro final, Álex Grijelmo.

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