El nuevo líder es distinto al que conocemos. Ese líder personalista, populista, con rasgos autoritarios, el “jefe o jefa” no representa hoy a las sociedades modernas ni los tiempos que vivimos.
El nuevo líder es distinto al que conocemos. Ese líder personalista, populista, con rasgos autoritarios, el “jefe o jefa” no representa hoy a las sociedades modernas ni los tiempos que vivimos.
Ningún líder puede hoy dirigir o conducir de forma aislada. Un líder que se aísla reduce la posibilidad de convertirse en un referente político respetado y se vuelve incapaz de tomar medidas coyunturalmente dolorosas pero necesarias para ver resultados. Es decir, todo buen liderazgo depende de una importante red de apoyo, red dinámica que varía en función de los contextos, de la voluntad y los cambios de la sociedad. Todo fluye, en términos filosóficos Heráclito nos decía: “Nadie puede bañarse dos veces en un mismo río, porque, aunque aparentemente el río es el mismo, sus elementos, su cauce, el agua que corre por él, han cambiado”. Lo mismo sucede con nuestras sociedades, aunque su apariencia sea la misma, en su esencia y sigilosamente en muchos casos, se van produciendo cambios que los nuevos liderazgos deben advertir. De allí la importancia del liderazgo horizontal con sólidos equipos que abarquen el más completo conocimiento científico aplicable a una gestión.
Liderazgo y poder están vinculados, pero no deben ser tomados como conceptos gemelos. El liderazgo requiere poder, sin embargo, no todas las relaciones de poder implican liderazgo. El poder ejercido mediante la exclusiva utilización de la fuerza se asemeja más a un estilo de coacción, que difícilmente pueda mantenerse en el tiempo e implica siempre, sin excepciones, retrocesos políticos, institucionales, socioeconómicos y culturales.
No diremos nada nuevo al notar el hartazgo creciente y la falta de confianza de los ciudadanos en los líderes, también en las instituciones. Han perdido consentimiento y legitimidad. Para que una sociedad se vea reflejada, los liderazgos deben estar dispuestos a escuchar las nuevas demandas.
Tuve acceso a un interesante estudio de opinión pública realizado en Mendoza, post pandemia, que se podría extrapolar a cualquier provincia del país. Entre quince categorías de referencias, los consultados solo mostraron confianza en la familia y los médicos. Son muy entendibles las razones y no es necesario que me explaye en sus motivos.
Las cambiantes realidades sociales requieren políticos que se adapten a esos cambios, de lo contrario, la pérdida de credibilidad se acelera rápidamente.
Los modos de liderazgo que harían recuperar la credibilidad social, desde mi punto de vista, debieran ser más pulidos o suaves en sus formas y más cautos y prudentes en su esencia.
Cuando nos referimos a liderazgo, conlleva implícito el político, el empresarial, el gremial, el intelectual y en diversos sectores sociales.
Pero, en un año electoral, el liderazgo político es el más observado. Más aun teniendo en cuenta la época de crisis que atravesamos y que toda crisis interpela “el por qué, el para qué, y el cómo”, un dirigente que presuma convertirse en parte del nuevo liderazgo deberá tener ideas claras, un sólido equipo y conocimientos sobre qué camino será el articulador de los profundos cambios que se necesitan para reunir la equidad social con los desafíos de una economía competitiva, abierta al mundo y que genere empleo de calidad.
También deberá explicar y cumplir la estrategia que pasará paulatina y sostenidamente de los millones de planes sociales que suavizan en parte la pobreza, a generar nuevas fuentes productivas que absorban a quienes hoy viven de la asistencia social.
Deberá garantizar seguridad jurídica y reglas del juego claras, así como persistentes en el tiempo para convencer a inversores nacionales y extranjeros de que Argentina es, como fuera otrora, tierra de oportunidades, que levanten miles de fábricas, para sumar exportaciones, mano de obra y hacer que nuestro PBI crezca de modo exponencial.
Deberá reducir la planta de empleo estatal sobredimensionada. Estudios realizados por la Consultora de Juan Carlos Fábrega -ex presidente del Banco Nación y del Banco Central de la Republica Argentina- estiman que cada año se reduce un 4% la planta estatal nacional por motivos de fallecimientos, jubilaciones o renuncias. Si quien lidera, asumiera la responsabilidad de bloquear ingresos en reemplazos, al cabo de cuatro años habrá reducido el 16% del empleo público. Si fuera reelecto, y continuara con la misma conducta, al finalizar su gestión, la reducción de la plantilla estatal se encontraría en un 32% sin recurrir a despidos forzados ni los acostumbrados anuncios rimbombantes de “reformas del estado” que nada reforman.
Deberá explicar, sin recurrir a viejas recetas ni soluciones mágicas, cómo desactivará la ya explosiva inflación que hace insoportable la vida cotidiana.
Hablamos de un liderazgo de acción y realizaciones palpables para el gran público. No tienen necesariamente que ser acciones complejas, mejor aquellas realizables. En palabras del ex gobernador y Senador Nacional, Lic. Alfredo Cornejo, “La revolución de lo sencillo” que, sostenidas en el tiempo, provoca las grandes y perdurables realizaciones para una sociedad.
El liderazgo del relato y de las declaraciones que suenan bien al oído de la gente no es liderazgo en el sentido estricto, sino oportunismos azarosos, que antes o después se convertirán en fracaso. Querer liderar implica sacrificio, trabajo en equipo y una alta responsabilidad, empatizar con las problemáticas y saber armonizar con los diversos conflictos.
Empresa nada fácil es liderar una sociedad, comprendiendo a los diversos colectivos sectoriales y gestionando con excelencia. Nada fácil, pero, posible para los nuevos líderes