Opinión

Carne, precios y consumo, la historia se repite

La Argentina lleva cien años con el conflicto reiterativo de la carne, su producción, exportación y comercialización.

Por Marcelo López Álvarez

La carne, ese objeto fundamental y fundacional de la gastronomía familiar argentina vuelve al centro de la escena sobre el cierre del primer mes del año.

Después de unos meses donde parecía se había puesto en caja la voracidad de los formadores de precios, un aumento sin anestesia en pocas horas de entre el 10 y el 20 por ciento junto con la amenaza de otra suba esta semana que se inicia trajeron a la mesa, nuevamente, la discusión sobre el precio de los alimentos y su incidencia en la economía ciudadana y también en el escenario político y electoral.

Sea la carne, la harina, los granos o todos sus derivados la única certeza es que no importa quién gobierne al Estado le cuesta mucho ejercer su papel de arbitro en la contienda entre los intereses, cada vez más enfrentados, de los asalariados y consumidores y los de factores de poder concentrados.

Esa lucha de espacio en las gondolas, precios, valor a productores, cadena de comercialización y como se reparten las ganancias no es nueva en la producción agropecuaria argentina

En épocas en que las vacas viajaban en barco a París para que los niños de la oligarquía argentina tuvieran leche fresca en el viaje la disputa por los precios y el mercado interno y la exportación ya existía. Años en que la tensión entre los capitales estadounidenses e ingleses por quedarse con nuestros frigoríficos y la carne comenzó a complicar el abastecimiento y el precio del mercado interno.

En esos tiempos, mas exactamente en 1923, el radical Marcelo Torcuato de Alvear crea el primer frigorífico estatal, el Frigorifico Nacional de la Capital Federal junto con el Deposito de Distribuidores de Carne.

El objetivo de Alvear no era otro que el de garantizar el abastecimiento de carne para la población de la Capital y la provincia de Buenos Aires que por aquello días no comprendía cómo podía faltar la carne o acceder a ella era un privilegio.

La resolución de la creación del frigorífico y el depósito necesitaban a su vez un espacio físico y la Ciudad cede a la Nación a fines de 1923 los terrenos en el Oeste de la ciudad en la zona donde desde fines del 1800 funcionaba el Matadero de la ciudad y también nace de alguna manera el barrio de Mataderos por la proliferación de estos espacios en las zonas cercanas al frigorífico creando también un ambiente particular, no por nada, zona también bautizada como la Nueva Chicago.

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El aumento de la carne pone, una vez más, en la mesa un conflicto que tiene 100 años.

El aumento de la carne pone, una vez más, en la mesa un conflicto que tiene 100 años.

Los 10 años que transcurrieron desde la creación del frigorífico estatal hasta el pacto Roca -Runciman encaminaron el mercado local y compensaron con la intervención del Estado (llevado adelante por radicalismo) la situación.

El detestable pacto que garantizaba a los ingleses carne barata y levantamiento de restricciones para la entrada de productos ingleses al Río de la Plata, comenzó a cambiar la historia de ese complejo de frigorífico, matadero, deposito de la Ciudad llegó a emplear 9000 trabajadores.

El frigorífico siguió en manos de la ciudad con altos y bajos contrabalanceando el mercado para que los habitantes tuvieran acceso a la carne hasta 1950 cuando Juan Domingo Perón decide nacionalizar el complejo, para ampliar sus alcances más allá de la Ciudad y ser artífice fundamental en la regulación del precio de la carne.

La revolución libertadora del 55 decide devolver el frigorífico a la Ciudad. Situación que permanece hasta la presidencia de Frondizi que cuando comienza a negociar la entrada al FMI y los primeros créditos de este a la Argentina cede a la exigencia de que el mercado de la carne debía desregularse, eufemismo claro para pedir la privatización o desaparición del ente estatal.

Dato que da pie la toma, en 1959, del frigorífico, ya rebautizado como Lisandro de la Torre, que duro casi 30 días hasta que Frondizi ordena la entrada del Ejercito para terminar con la toma,

Ante la ausencia de oferentes para la privatización el presidente “desarrollista” se lo entrega a los productores de carne (una especie de mesa de enlace de aquellos días).en cuyas manos permaneció hasta 1974 en que con la vuelta del Peronismo es nacionalizado nuevamente.

La Dictadura finalmente decide el cierre y demolición del edificio mediante un decreto paradójicamente firmado por un fiel representante de la oligarquía argentina, José Alfredo Martinez de Hoz.

La obra de desmantelamiento de cualquier tipo de participación y control de mercado es completada por Carlos Menem y Domingo Cavallo cuando terminan con la Junta Nacional de Granos y la Junta Nacional de Carnes.

La historia se repite y una vez más al igual que en aquel momento en la Argentina y hoy en cualquier lugar del mundo, la participación del Estado (denostada por quienes en aquel momento la promovían) es cada vez más necesaria para equilibrar la cargas y administrar los conflictos.

Pero para eso lo primer que se necesita es la voluntad de hacer Política con mayúsculas.

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