Jorge Consiglio

"La policía, disparando contra Kosteki y Santillán, es la matriz de la violencia de esta novela"

En El bien, el escritor Jorge Consiglio logra capturar, en la deriva de cinco personajes sin demasiadas opciones, la atmósfera de un momento histórico singular.

Por Sección Cultura

En El bien, el escritor Jorge Consiglio logra capturar, en la deriva de cinco personajes sin demasiadas opciones, la atmósfera de un momento histórico singular, sembrado de delaciones, cobardías y cambios de mano, que su mismo título no hace sino burlar las convenciones sobre lo que se suele pensar es el bien o el mal para cada quien.

Publicada por la casa Edhasa, la novela ganó el Premio Opera Prima Nuevos Narradores 2001 en España, y conoció una primera versión en la editorial Norma. Esta reedición está acompañada por un prólogo de Luis Gusmán, titulado Fuga sin fin.
 
Consiglio nació en Buenos Aires en 1962; es licenciado en Letras por la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA). Publicó, entre otros libros, Gramática de la sombra, Pequeñas intenciones, El otro lado, Indicio de lo otro, Las frutas y los días, La velocidad de la tierra e Intemperie.
 
Este es el diálogo que sostuvo con Télam.

 
T : El bien tuvo una primera versión en la vieja editorial Norma, que es la que leí. ¿Agregaste cambios, hiciste modificaciones en esta nueva versión?
C : Si, exactamente, la de Norma fue la primera edición en la Argentina. Existe una edición previa, española, de una editorial chiquita que se llama Opera Prima. Con El bien yo gané un premio en esa editorial. Ellos te publicaban el texto y te pagaban un viaje a España para que fueras a presentar la novela. Fue genial ese premio. Me dio una energía bárbara para seguir escribiendo.
 
Entre la edición de Norma y la de Edhasa no hay cambios sustanciales. Sí, inevitablemente, con la nueva lectura surgieron modificaciones menores: una palabra por otra o la supresión de algún adjetivo. Por lo general, lo que hago cuando releo es eso: suprimir cosas. Me acuerdo de que, cuando terminé de escribir El bien, tenía 268 páginas en word, pero cuando entregué el texto para la publicación lo había bajado a 190. Creo que un ejercicio de ese tipo siempre es enriquecedor. La verdadera pregunta es cómo narrar lo que quiero narrar con la menor cantidad de palabras posibles.
 
T : Una violencia asordinada, explícita también, atraviesa el texto. ¿Cómo fue la génesis de esa novela, que te empujó a escribirla?
C : La idea para empezar a escribirla nació de un sueño. Estábamos con mi familia veraneando en una cabaña en la costa y me desperté a la madrugada con un sueño clavado en la cabeza. Me pareció una idea poderosa y literaria, era -más bien- un clima, una atmósfera. Para no perderla, me levanté y la anoté sumariamente. Recuerdo que me costó muchísimo poner en palabras lo que quería retener del sueño, no era para nada aprehensible. Bosquejé lo que pude. Cuando volvimos a Buenos Aires, me puse a trabajar. Al comienzo, imaginé que iba a escribir un cuento, pero el texto se fue agrandando. Y pasaron los años. El bien fue una novela que se generó por acumulación. Escribía y escribía sin tener una idea acabada del final. Una vez que la terminé, el trabajo de reescritura fue formidable y agotador.
 
Creo que la tensión del relato se cifra, justamente, en la violencia. Hay una violencia menos explícita, soterrada, que determina la relación entre los personajes. Y hay otra más literal, física, que aparece sin demasiados justificativos, como una explosión espontanea y gratuita. Me parece que este tipo de violencia (no premeditada, repentina, que se ejecuta sin medir consecuencias) es una conducta que se asocia con la libertad primera del ser humano. Es el acto menos social que conozco y quizá, el más auténtico. Me llena de intriga y al mismo tiempo, me produce angustia, me horroriza. Necesito saber sobre ella. Por eso la exploro desde la ficción.
 
T : Es cierto, como escribe Luis Gusmán en el prólogo, que los personajes (que en general los personajes de tus libros) escapan de algo, viven escapando. El lugar común indicaría que escapan de sí mismos. ¿Existe alguien que no lo haga, y cómo poner ese estado en palabras?
C : Creo que la idea de la fuga, en mi ficción, está asociada con un tema también recurrente que es el del cambio de vida. De un día para otro, los personajes alteran su identidad y empiezan de cero a construir existencias que, en algunos casos, son enemigas de las que llevaron hasta ese momento. El paradigma de la conducta es el Wakefield de (Nataniel) Hawthorne. En realidad, lo interesante no es el cambio en sí, sino saber bajo qué formas sobreviven las vidas anteriores; qué hacen esos personajes con los deshechos de una existencia que ya no les importa. ¿Se pude hacer verdaderamente tabula rasa y empezar de nuevo? ¿O la única posibilidad es la refundación? Es un enigma que me interpela desde la ficción. Arriesgo una hipótesis: la intención velada del relato es trazar una especie de atlas de las fluctuaciones identitarias.
 
T : ¿Cuánto pesó el momento histórico sobre la escritura cuando le pusiste el punto final?
C : Muchísimo. En realidad, como antes te dije, el trabajo de reescritura del texto fue fundamental. Y ese proceso yo lo llevé a cabo durante los años 2001 y 2002. No se trata solo del desastre económico-social que terminó con el gobierno de Fernando de la Rúa y de la represión de diciembre, sino de un hecho en particular que me parece, funciona como símbolo de esa época. Hablo de cuando la policía de la provincia de Buenos Aires, el 26 de junio de 2002, asesinó a Maximiliano Kosteki y a Darío Santillán en el puente Avellaneda. Las imágenes fueron terribles. Todos las vimos por televisión. Inevitablemente, la ficción, con o sin elipsis, se impregna de esos sellos brutales y determinantes. Esas escenas con la policía disparando contra esos muchachos, podríamos decir, son la matriz de la violencia explícita de El bien. Y el discurso mentiroso del entonces presidente, Eduardo Duhalde, es el modelo del otro tipo de violencia, de la más soterrada, de la que Bodart y Eamon practican durante el viaje en auto a Allison Bell.
 
T : El efecto de desagregación moral, política, ideológico, ese mismo ¿desapareció de la actual narrativa o si lo encontrás, dónde, en qué autores o poéticas?
C : En principio, me parece que estos elementos (los efectos de la desagregación moral, política e ideológica) deben combinarse con otros para lograr un equilibrio en el clima y en la temperatura de los textos en los que aparecen. Es importante tener en claro que la prioridad la tiene la eficacia del artificio, es decir que el relato funcione, sea efectivo. En otro orden de cosas, creo que la mayoría de los autores contemporáneos, hasta donde conozco, incorporan estos ingredientes de alguna manera, consciente o inconscientemente. No creo que un texto deba hacer una declaración política explícita para ser considerado político.
 
T : El bien se suele oponer al mal. Sin embargo, los personajes de El bien parecen encontrarlo en la destrucción, la muerte, la delación, y sin ninguna carga teológica. ¿Esto es así?
C : Me parece que los personajes de El bien sufren en un universo que les resulta hostil pero también cuentan con sus estrategias alternativas de supervivencia y allí se asienta la idea del bien opuesto al mal. Son arquitectos de una módica felicidad organizada con lo que tienen a mano. A veces, las cosas salen mal y hay que escapar por donde se pueda. Me fascinan las huidas a campo traviesa. Pero otras veces la sola idea de un proyecto utópico, como en el caso de Ronald, es suficiente para blindar al personaje y darle un justificativo a su destino. 

Fuente: Télam

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