Columna del domingo

Una frustración llamada reforma

Escribe Luis Abrego.

La semana pasada, en este mismo espacio, cerrábamos nuestra columna con una pregunta. Decíamos entonces: "¿Podrá Suárez imponer su agenda reformista en los albores del debate electoral que empieza a aflorar en el país?".

El razonamiento se vinculaba con la reticencia que el peronismo venía exhibiendo para con el proceso de modificación constitucional y que en algún momento explicó sus escasos avances. Pero una vez que el Gobierno se convenció de ir por más, el desequilibrio de ese escenario era previsible. Y lo previsible generalmente sucede.

Así fue cuando luego de diversos conciliábulos que incluyeron el fin de semana largo y abarcaron a la cúpula opositora que comanda la senadora nacional Anabel Fernández Sagasti, pero también a sus referentes legislativos y los intendentes, el PJ decidió echar por tierra la posibilidad de contar con sus votos para declarar la necesidad de la reforma.

El enojo oficial se circunscribió a que el PJ no sólo le cerraba las puertas a la reforma "institucional", sino también al debate legislativo necesario para concretarla (que al margen de excluir expresamente la siempre polémica posibilidad de reelección del gobernador, también incluye la incorporación de la autonomía municipal, la representación departamental, el equilibrio fiscal y el aggiornamiento de aspectos doctrinarios que permiten la inclusión de derechos no contemplados en la redacción original de 1916).

En la furia de los ataques cruzados, el Gobierno acusa al peronismo de no responder nunca a los llamados de Rodolfo Suárez a Fernández Sagasti y desmiente que no haya tenido vocación de diálogo para lograr consensos. "Rody llamó a Anabel y tuvieron una semana y media para conversar. Al inicio del proceso nos juntamos con casi todos los firmantes del comunicado... juegan para ese 30% de votantes que tienen. No le importan los mendocinos", reiteran desde el Ejecutivo.

El peronismo, por su parte, se cerró en su postura con argumentos lábiles, casi excusas, tal vez con el sentimiento de culpa de saber que salvo excepciones como la eliminación de las elecciones de medio término o el paso del sistema bicameral a uno unicameral, la propuesta del Ejecutivo era posible. Al menos, en otro momento (o con otros intérpretes) la política podría haberla hecho posible.

Claro está, eso hubiera implicado cesiones de ambos bandos que aseguraran que el núcleo de coincidencias pudiera efectivamente materializarse en una reforma con amplio consenso. El mismo que existe -puertas adentro- en las convicciones mayoritarias de la dirigencia de casi todos los partidos, pero que luego no se traslada a acuerdos. Casi como una maldición.

Sobre este punto el PJ argumentó que faltó manejo político del asunto para ir "tanteando el terreno" sobre aquellos aspectos que podían contar con acompañamiento opositor y aquellos sobre los cuales debería el gobernador haber instruido a sus negociadores a modificarlos o hasta eliminarlos del proyecto (¿las elecciones de medio término?, ¿el sistema unicameral?).

Sin embargo la oposición asume haberse visto sorprendida cuando desde Casa de Gobierno aseguraron que ese listado básico que conforma el centro de la propuesta oficial fue declarado "innegociable". Una expresión que el peronismo juzgó como una señal del Gobierno de querer jugar solo. De no buscar consensuar sino imponer un proyecto para el que no prestarían sus votos. De ahí a la negativa pública bastó sólo la redacción de un comunicado.

Una vez más, aquí la versión del Gobierno es diferente. "El PJ especula. Actúan incluso en contra de sus propias propuestas de campaña. Si les molesta la unicameralidad, que vengan, den el debate y nos convenzan... pero lo único que hacen es sacar comunicados. No los votaron para eso..." se descargan en el oficialismo.

Y si bien en el Ejecutivo decían haber medido este riesgo y aseguraban que cualquier escenario era favorable, la bronca después del bochazo es todavía indisimulable. "Si sale, ganamos; si no sale, también ganamos...", se había escuchado decir en los despachos oficiales semanas atrás. Una sentencia que hoy parece tener un valor relativo.

Es que en las especulaciones previas, y en el caso de la aceptación, sugería la posibilidad efectiva de avanzar en una reforma que ningún otro gobernador democrático había conseguido. En el de la negativa, permitía al oficialismo achacar a sus rivales las razones del impedimento y hasta adosarle un elemento de necesaria arista electoral en un contexto de crisis: el costo de la política con el que se argumentan algunos cambios.

Hoy, el mensaje del Ejecutivo parece ser distinto aunque la procesión vaya por dentro. "Queremos la reforma y seguimos abiertos al diálogo", aseguran en el entorno de Suárez. Aunque la intuición también les indique que la negativa del peronismo fue tan contundente que probablemente no haya margen para reconsideraciones. "Se arrinconaron a sí mismos", razonan.

Por lo pronto, la discusión legislativa avanzará con consultas a expertos y la votación en ambas cámaras, frente a lo que el PJ deberá determinar su accionar, si participa o no, en una hoja de ruta que no puede extenderse más allá de la última semana de abril. El tope temporal no es casual.

El Gobierno quiere tener dilucidada esta situación antes del discurso de apertura de sesiones ordinarias el 1 de mayo, pues esa alocución será una con reforma y otra sin ella. Pero también por los recaudos de la ley electoral que indican que el 8 de mayo (si efectivamente las elecciones se hacen en los plazos previstos) empiezan a correr los plazos para convocar a un eventual referéndum.

Después del rechazo, la presentación del proyecto en soledad a cargo de su mentor, el ministro Víctor Ibáñez, ante una platea exclusivamente oficialista en el auditorio Bustelo, es una clara imagen de la impotencia de una dirigencia que no sólo no encuentra acuerdos, sino tampoco los caminos que los puedan conducir a ellos.

Tal vez lo que sucedió deja perdedores en ambos bandos y una inmensa sensación de frustración que por especulación o impericia priva a Mendoza de mejorar su ley fundamental. Para superarlo, en el caso que exista real voluntad, habrá que explorar otros rumbos y deponer enojos para forzar un diálogo que deje las bambalinas del poder y se transforme en una discusión pública, como merece un asunto de estas características.

De lo contrario, la ocasión solo será una nueva oportunidad perdida, otro cortocircuito repetido, para un escenario inmóvil en el que los protagonistas cambian pero el status quo se mantiene. Conservadurismo con argumentos variados y hasta profesión de fe reformista. Otro fracaso de la política.

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