A principios de los 80 Raymond Carver publicó un libro que tenia un poco de menos de 20 relatos o cuentos breves algo insolentes y transgresores, bastante poco "humanos"; De qué hablamos cuando hablamos de amor, titulo que los argentinos conocen más por la homónima canción de Calamaro que lo homenajea que por los cuentos.
Las historias del libro de Carver, todavía hallable en alguna librería de usados o abandonados, retratan sentimientos encontrados, a veces incomprensibles trazos de vida que ni empiezan ni terminan, momentos descarrilados y hasta alguna dificultad de los personajes para contar su historia o sus pretensiones.
Imposible que esta semana Carver y sus cuentos no se vengan a la mente viendo las historias de estos días del Gobierno nacional y parafrasearlo preguntandose De qué hablamos cuando hablamos de aplausos o de coincidencias.
La semana derrocho actividad, aunque bien vale la pena pensar si también tuvo efectividad. La interminable lista de reuniones acorde a la también interminable voluntad de diálogo que proclama y exhibe el Presidente de la Nación ocuparon demasiado espacio en los medios y la consideración de los analistas. No cabe duda que fueron importantes, pero a la vista de la historia su verdadera utilidad todavía es un signo de interrogación.
Que en la reunión con la CGT sobraron coincidencias no es una sorpresa. No solo la mayoría de los visitantes abrevan en la misma fuente ideológica y partidaria del Gobierno, sino que además este Ejecutivo es de por sí millonésimamente más amigable con los trabajadores que el anterior.
Alberto Fernández con la Mesa de Enlace
La reunión del primer mandatario y varios miembros de su gabinete con la famosa Mesa de Enlace es más vidriosa. Es un paso importante que ante la sola mención de que el Ejecutivo tiene entre sus resortes todavía margen para manejar los derechos de exportación los integrantes de la patronal agropecuaria rápidamente reaccionaran y se juntaran con el Presidente. La crónica refleja que al final de la reunión uno de los hombres de ese cuarteto, Jorge Chemes presidente de CRA, dijo textual a los periodistas "sobre el tema de las retenciones o cupos, que es lo que a ustedes les interesa, no habrá cambios nos confirmó el presidente".
Alguien le tendría que haber aclarado "No maestro, eso les interesa a ustedes. A nosotros como sociedad nos interesa saber si vamos a poder seguir pagando la comida".
Lo cierto es el Presidente no descarto terminantemente la suba de derechos de exportación, sino que les expresó que él también creía que no era el mejor camino y les pidió que no lo lleven a tener que hacerlo. El "campo", en tanto, después de adjudicarle la culpa a la inflación y la carga tributaria, sigue sosteniendo que la resonsabilidad no es suya porque la incidencia de la producción primaria en los precios es mínima, algo que ni gran parte de la sociedad ni el Ejecutivo cree.
Al otro día la reunión de los principales ministros y el jefe de Gabinete con los empresarios tuvo otra vez características inéditas, no solo porque hubo masiva representación sino por el desusado aplauso a un Ministro de Economía peronista. Una mujer muy cercana al Gobierno cuando le preguntamos por la rareza vivida fue terminante "aplaudir aplauden, el tema es que después actúen y cumplan".
La verdad es que a la fuente la razón le asiste. La mayoría de los que asistieron a esas reuniones no se caracterizan por cumplir sus palabras en los acuerdos de caballeros. Desde el recordado Juan Carlos Pugliese hasta Alfonso Prat Gay pueden dar fe de las promesas incumplidas por esos sectores.
Como en los personajes de los cuentos de Raimond, el gobierno sufre su dificultad para contar la historia. Lo que pasó en las reuniones quedo en boca de los invitados o las versiones periodísticas y de qué hay en limpio de esas reuniones poco y nada se sabe.
La esperanza de los trabajadores de tener alguna precisión del futuro sus salarios, y de todos los consumidores de comprender qué pasa y qué va a pasar con los precios de los alimentos y servicios sigue siendo eso... una esperanza. Por otro lado la promesa de estudiar la cadena de costos y comercialización para ver quien tiene la culpa de que la comida sea impagable es también solo eso... Una promesa.
La inflación de enero confirmó que es absolutamente necesario meter la cuchara en esa cadena para entender por qué los únicos perjudicados siempre son las dos puntas productor y consumidor, pero en el mientras tanto el Gobierno -si no aparecen los acuerdos y los compromisos rápidos- tiene que proceder a la acción con todas las herramientas en sus manos.
No hay espacio para que el presidente de una de las cuatro entidades de la Mesa de Enlace admita sin problemas que seguramente hay evasión y triangulación en las exportaciones como si nada (como lo hizo esta semana Carlos Achetoni en Radio Andina en Nada Simple) o que la membresía premium de Netflix valga menos que un kilo de asado o vacío en cualquier carnicería argentina. Allí hay algo que hoy al Ejecutivo le cuesta o no quiere explicar y le va en ello la vida y la credibilidad de gran parte de su electorado.
Está claro que el Gobierno hace no solo esfuerzos para que esto cambie sino que (fidecomiso del aceite, el acuerdo con los frigoríficos y hasta está serie de reuniones) mientras también tiene que gestionar la peor pandemia sanitaria de los tiempos modernos. Sin embargo no alcanza, al menos por ahora.
Pero superada la coyuntura qué queda. Nada, otra vez nacerá un nuevo ciclo del mismo problema porque el problema es el modelo primario agroexportador, como ya lo hemos expresado en reiteradas oportunidades, así como también hemos dicho que la restricción externa de la Argentina es el mismo caso que Mendoza con el agua. No hay problema de falta de divisas o de agua hay problemas de uso.
La Argentina deberá saltar alguna vez con el caballo de la calesita para dejar de girar en circulo con sus problemas y comenzar a galopar hacia un destino. El modelo agroexportador es un modelo agotado en un mundo que hoy prioriza exportar industrialización. Nada hay de malo en avanzar hacia modelos como el de Estados Unidos o Brasil que, por ejemplo, exportan el maíz después de garantizar el cupo necesario para el mercado interno por distintos métodos y caminos.
Como bien se preguntó la semana pasada en un artículo el economista y sociólogo Horacio Rovelli en qué beneficia exportar 39 millones de toneladas de maíz como se hizo el año pasado si el precio promedio de la carne en el mercado argentino crece un 75%, como sostuvo el Instituto Promotor de Carne Vacuna Argentina (IPCVA).