Primero por la persona, por su hija, por su madre... después por el jugador, el ídolo.
Primero por la persona, por su hija, por su madre... después por el jugador, el ídolo.
No fue un sábado más, la noticia impactó y repercutió en los portales del mundo entero.
El "Morro" era el último ídolo de Godoy Cruz, querido, amado por propios y extraños. Todos querían tener un Morro en su equipo, y si era él, mucho mejor.
Pero él nunca quiso otra cosa, desde 2016, que jugar en el Tomba.
Hubo candidatos, muchos, pero él se negó una y otra vez. Siempre aparecía su nombre en el mercado de pases, siempre. Pero él se mantenía firme. No había plata ni camiseta que lo tentara más que jugar en Godoy Cruz.
Sus goles, talento, sutilezas, amagues, caños y estampa se convrtieron en una marca registrada en el fútbol argentino.
Es verdad que desde 2019 esa luz futbolística apareció a cuentagotas. Esporádicamente. Ya no se lo veía con continuidad y por lo bajo comenzaron los rumores de conflictos en el vestuario. Ya al Morro no se lo veía feliz en la cancha, aún cuando eso pudiese ser su cable a tierra.
Sus temas personales, como los de cualquier ser humano, comenzaron a inquietarlo cada vez más. De ahí sus reiteradas faltas a los entrenamientos. Su condición física le jugó una mala pasada, ya no lograba ejecutar lo que su cerebro le indicaba. Pero la verdad, entrar hoy en esos detalles, tiene poco valor y sentido.
Quizá lo más triste es que desde hace dos años o más, sus temas personales lo acorralaban, por eso estaba bajo tratamiento psicológico y psiquiátrico.
Nadie supo escuchar sus gritos de auxilio, y cuando digo nadie, es nadie.
Entrar en más detalles sobre situaciones sentimentales, afectivas, de adicciones no modificarán nada. Ya es tarde. Lamentablemente.
También buscar a un responsable, parece una locura.
Todos los que se mueven alrededor de un jugador, en este caso agigantado por tratarse de un ídolo, tienen parte de responsabilidad.
El fútbol ya no contiene, ni en infantiles, ni en juveniles y mucho menos en profesionales. Este deporte se convirtió en una trituradora, así de literal. Trituradora de jugadores, técnicos, dirigentes. Difícil será recuperar el camino, parece no tener retorno.
Hoy, la vida, el fúbol, perdió a un joven de 30 años. No lo supimos contener. Una locura por donde se lo mire. Tristeza infinita, insisto, no solo por el jugador, el ídolo, sino fundamentalmente por la persona que venía gritando y que nadie supo escuchar.