De no haber mediado el grosero desplante de Alberto Fernández al no incluir a Rodolfo Suárez en la comitiva oficial de la visita argentina a Chile, en Casa de Gobierno hubieran tildado la semana que pasó como muy positiva.
De no haber mediado el grosero desplante de Alberto Fernández al no incluir a Rodolfo Suárez en la comitiva oficial de la visita argentina a Chile, en Casa de Gobierno hubieran tildado la semana que pasó como muy positiva.
En especial, por los logros más que simbólicos del Gobierno que significaron la aceptación por parte del gremio de Judiciales de la propuesta salarial que casi todos los estatales ya habían convalidado; pero también -en particular- por el okey que la Corte le dio a la traumática incorporación de María Teresa Day como miembro del máximo tribunal.
Se sabe, mucho más en la gestión pública, casi nunca todas son de cal. También las hay de arena. Y eso quedó plasmado cuando lo que se preveía podía ser una sucesión de pequeños triunfos políticos para Suárez concluyó de manera agridulce. El acuerdo con los Judiciales se trabajó de manera silenciosa y el resultado anunciado fue sorpresivo. Y en el Ejecutivo se ilusionan con dar en breve un golpe de impacto similar si las deliberaciones con otro de los gremios rebeldes, Juegos y Casinos, finalmente termina también aceptando como todo pareciera indicar.
En cualquier caso, la estrategia sigue siendo la misma: aislar -aún más- en el frente sindical estatal a la conducción del Sindicato Único de Trabajadores de la Educación (SUTE) que pese al decreto que los incluyó sigue rechazando la oferta con la consiguiente amenaza de paralizar el inicio de clases por la que el Gobierno viene no sólo insistiendo, sino también definiendo protocolos.
La confirmación de Day, luego del voto dividido de la Corte, confirmó las mejores expectativas que desde hace meses tenían en el Cuarto Piso. Los principales funcionarios de Suárez estaban confiados que el inédito intríngulis jurídico que cuestionó el cumplimiento de los requisitos constitucionales que se exigen para ser miembro del máximo tribunal iban a ser interpretados en esa dirección. Incluso por la conjueza Alejandra Orbelli, cuyo voto se sabía decisivo.
La demora, en todo caso, sólo alargó la expectativa y casi ayudó a diluir el tema en la opinión pública, luego de que la oposición impugnara su pliego y la polémica llevara la situación al punto tal de un conflicto de poderes entre el Ejecutivo y la Corte, que audiencia pública mediante, se debatió entre avalar o rechazar a la postulante de Suárez.
Es más, el caso Day puso a los tres poderes al borde del ataque de nervios, pues el Senado también avaló la nominación, y las acusaciones cruzadas y las peleas mediáticas terminaron definiéndose en favor del bloque al que mejor le cerraron los números en cada instancia del proceso: el oficialismo.
Con su confirmación en plena feria judicial, se cierra un capítulo de confrontación política extrema en el que crujieron las instituciones. Y pese a que durante este tiempo Day actuó como miembro pleno y hasta firmó sentencias, es de esperar que a futuro estas situaciones no vuelvan a repetirse.
Jugar al límite también implica que los rivales actúen en consecuencia. Y cuando de ello depende el servicio de Justicia o los intereses de la política en la revisión de las causas en las que participa en su rol de gestión, el equilibrio debiera ser más estable y sus intérpretes, mucho más confiables para la sociedad toda.
Sin embargo, queda la sensación que casi nada de estas pequeñas batallas pudo disfrutarse como en algún momento imaginó el entorno del gobernador. Aún dura allí el desconcierto en sus principales funcionarios que no terminan de comprender el innecesario costo político que corrió el kirchnerismo, particularmente en Mendoza, al no subir al avión presidencial a Suárez. Una sensación de incertidumbre que ni siquiera el depósito de más de 65 millones de dólares por la sexta cuota del pago por Portezuelo del Viento, también esta semana, logró desarmar.
Entonces, lo que podría un buen augurio de mera especulación electoral de cara al futuro, se transformó para el oficialismo en Mendoza en un claro síntoma de preocupación por la forma en que desde Casa Rosada maneja las relaciones exteriores (pero también con las interiores con las provincias): con criterio partidista y alejado de la construcción de una lógica de Estado como corresponde en estos casos.
Tal vez no sea necesario abundar en las razones por las cuales Suárez debería haber sido parte de la comitiva, pero bien vale recordar. Mendoza, desde el punto de vista histórico, cultural, geográfico, económico, político y estratégico tiene una relación y un vínculo privilegiado con Chile. Desconocerlo, o conocerlo y no actuar en consecuencia, es más que una mojada de oreja a un gobernador opositor. Es un claro ninguneo a Mendoza y los mendocinos.
Más preocupan las explicaciones del caso que dio el kirchnerismo y que son menos convincentes todavía. Desde el propio embajador Rafael Bielsa que infantilmente aseguró que Mendoza no estuvo en Santiago de Chile porque "no pidió ir", como si en todo caso las relaciones exteriores de los estados se tratara de la visita a un parque de diversiones en las que los hijos solicitan y los padres asignan boletos para los juegos. O del senador provincial camporista Lucas Ilardo, quien en vez de alzar la voz para corregir una decisión érronea del gobierno que lo representa, optó por burlarse en las redes sociales de los que se quejaban por la injusticia.
De hecho, gran parte del peronismo de Mendoza guardó silencio como una forma de otorgar ante la gaffe de Fernández y su insólito canciller Felipe Solá, el diplomático que inventa diálogos en cumbres bilaterales o que desde Twitter pretende condicionar la política exterior del gobierno que acaba de asumir en la principal potencia del mundo.
Sólo un sector ligado al lafallismo y el intendente de San Rafael, Emir Félix cuestionaron la decisión presidencial de excluir a Mendoza. Esa actitud debería haber sido -sin fisuras- la de todo el arco político mendocino. Y tal vez allí se expliquen las contradicciones y las últimas perfomances electorales del PJ en la provincia.
La Real Academia Española define al término "fome" como "aburrido, sin gracia". Un adjetivo de uso muy común en Chile que los mendocinos conocemos de tanto visitar ese maravilloso país. Muchos gestos del Presidente para con Mendoza, incluido su exclusión en este viaje, ya resultan fome. Demasiado. Cualquier comprovinciano, hasta Suárez de haber estado ahí, le podría haber "traducido" y hasta explicado a Fernández su acepción.
A los mendocinos nos gusta que nos represente nuestro gobernador. Para eso lo elegimos. De eso se trata también el federalismo que tanto se declama desde la Nación y el eslogan de "Argentina Unida" que es necesario sintonizar, efectivamente, con las decisiones. Todo lo demás, no tiene nada de gracia. Es, definitivamente fome.