Agarrar el toro por las astas: lecciones del coronavirus
Por Myriam Ruiz.
Todo empezó con el comentario de un conocido: "¿Viste lo que está pasando con los electrodomésticos. Ya no se consiguen TV Smarts". Y luego fue una amiga, que necesitaba un microondas para su hija. Después de mucho caminar tuvo que elegir entre dos o tres opciones que quedaban en stock. El título no se hizo esperar: hay faltante de todo lo que implique insumos importados en el país y mientras esto se refiera a computadoras, televisores o el último celular de moda no hay tanto problema. El problema sería si esto llega a artículos primordiales.
De pronto imaginé góndolas vacías de alimentos. Que haya, por ejemplo, faltante de conservas de choclo o arvejas porque ya no pueden ingresar desde Brasil. O que falten packs de salsa de tomate y botellas de vino porque se cerró la importación desde Chile. O que no haya duraznos en las verdulerías, sólo porque tampoco pudieron llegar desde Grecia.
¿De verdad? Será que necesitabamos de una tragedia como el Covid 19 para darnos cuenta que tenemos un país que produce realmente lo básico y necesario: cereales, frutas, carnes, hortalizas, leche, azúcar y tanto más.
De toda esta cadena, la industria frutícola es la que más fuerte ha sido golpeada durante décadas de olvido y desmanejo. La riqueza productiva de nuestras tierras -que podría alimentar a todo el país y más también- ha ido cediendo lugar a tierras abandonadas, productores jubilados y cadenas agroalimentarias rotas.
La situación actual de la fruticultura argentina se describe en algunas líneas: falta de rentabilidad, impuestos distorsivos, problema de acceso a los mercados, falta de acceso al crédito, falta de mano de obra, caída en la producción y exportación, desaparición de cadenas de empacadores y exportadores, envejecimiento de plantaciones, atraso varietal, falta de inversión y de demanda interna.
Durante décadas la superficie cultivada con frutales de carozo, de pepita y viñedos ha ido perdiendo fuerza productiva.
No necesito estadísticas que me lo confirmen. Cada día, cuando salgo de casa hacia el trabajo atravieso decenas de fincas abandonadas. El paisaje es triste: tranqueras rotas, montes frutales perdidos por completo y casas a las que el abandono va convirtiendo en taperas. No estamos siendo ni siquiera inteligentes como para mantener campos y fincas activos para levantar la bandera del turismo rural.
En Mendoza, esto pasa en oasis que fueron la fortaleza frutícola de la provincia, como en el Este y en el Sur. En el norte, miles de hectáreas de viñedos y olivos cedieron espacio vital ante el avance de los emprendimientos inmobiliarios y al crecimiento de las ciudades.
Son muchas las políticas públicas que servirían para fomentar el crecimiento frutihortícola de la Argentina. Comenzando por aquellas que ayuden a recuperar la competitividad y rentabilidad del sector. En Mendoza hay que revisar la estructura de uso del agua para riego y apoyar la tecnificación de chicos y medianos productores. La mejora en el acceso a mercados, comercialización y exportación es también una materia pendiente.
El 1 de mayo en su discurso oficial de apertura de sesiones en la Legislatura, el gobernador Rodolfo Suárez habló de su proyecto para motorizar la economía agropecuaria de Mendoza. El diseño prevé cooperativas de agricultores que ayuden a modernizar al agro para lograr escala en la oferta frutícola de la provincia.
Señor Gobernador, hay toda una ruralidad pendiente de que este proyecto se haga realidad.
Sabemos que cuando se habla de definiciones el escenario es "post pandemia" y, sin embargo, tomar esta crisis como una verdadera oportunidad tal vez lleve a revisar los tiempos.
La consigna sería prepararnos hoy para ese nuevo mundo que se abrirá luego del coronavirus. Un mundo que requerirá de alimentos sanos; de frutas y verduras con trazabilidad directa; y que podría dar paso a un futuro de fincas verdes, de moderna tecnificación y deliciosa producción.