La cuarentena es un sueño eterno

Por Luis Ábrego - Entre paréntesis

La cuarentena, sus alcances y modalidades, se ha convertido en la última expresión de la grieta en Argentina. Mientras la crisis y la pandemia avanzan en el país, pero particularmente en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) el debate gira esencialmente en torno a la oportunidad, extensión y diversas flexibilidades -que según las provincias o municipios- han trazado un mapa que se vincula con lo sanitario, pero que también expresa posturas políticas frente al Covid-19.

Desde la Casa Rosada se ha reforzado esa histórica mirada unitaria de la Nación al concentrar en Capital Federal y el Gran Buenos Aires más del 80% de los casos registrados lo que ha obligado a mantener allí restricciones, pero también a sostener un régimen de aislamiento que al gobierno de Alberto Fernández no sólo le generó poner en stand by la economía, sino también el funcionamiento de la Justicia y el Congreso.

Justamente, cuando los indicadores económicos coincidieron con el malhumor creciente de aquellos que no han podido registrar ingresos en este tiempo, Fernández intentó desenredar esa madeja que él mismo enrolló al asegurar que no le "importaban 10% más de pobres" ya que lo prioritario era la salud. La dicotomía estaba planteada, aunque luego fuera negada y más tarde reforzada cuando -lapidario- el presidente aseguró que "la cuarentena va a durar todo lo que tenga que durar".

Del otro lado, los que reclaman una salida prudente y ordenada del confinamiento, zonificada y con estrictos protocolos, son acusados de preferir "la muerte" o de ser insensibles capitalistas, incapaces de sostener, en provecho colectivo, el esfuerzo que todos los argentinos han realizado en este tiempo. La pesadilla de dos universos paralelos dentro de un mismo país se reflotó.

Así, mientras en el mundo aún no hay conclusiones muy claras sobre qué tipo de cuarentena y durante cuánto tiempo es la mejor opción, en Argentina ya tenemos dos bandos claros: el de los "militantes de la cuarentena" (que incluso fogonean que si el Estado ayuda a tu empresa, éste tiene derecho a quedarse con una porción de ella) y los dudosos libertarios "anticuarentena" que sostienen que ni en una pandemia global el Estado puede restringir el derecho de la circulación, el trabajo, la reunión o el esparcimiento.

Como suele suceder, es probable que lo justo esté más cerca de la moderación que de los extremos, incluso con argumentos válidos en ambos razonamientos, aunque la dificultad en todo caso está en quién conduce y arbitra este proceso: el Estado. Fernández es aquí el árbitro y tiene posición tomada al respecto: sopesa mejor las opiniones que ratifican sus decisiones y difícilmente acepta aquellas que contradicen sus preceptos o los de los especialistas que lo asesoran. "El gobierno de los infectólogos", relata con sorna Miguel Ángel Pichetto.

Mientras tanto, pasan los días y Argentina se encaminará el próximo domingo a concretar una de las cuarentenas más largas del mundo. Incluso mayor que en la ciudad que fue el epicentro de todo: Wuhan, China. Todo ello, además, en un contexto de emergencia que le ha conferido al Presidente casi suma del poder público, o lo que un grupo de intelectuales opositores denominó como "infectadura": el Congreso en modo intermitente, la Justicia en mute, el país sin presupuesto y haciendo ingentes esfuerzos para que el default selectivo del 22 de mayo no se transforme en total.

Salvo por las rachas sin contagios declarados que se rompió el viernes, Mendoza no escapa a los problemas nacionales. Esta semana acumuló más de 7 días sin nuevos casos, lo que había validado las flexibilizaciones en la vida cotidiana. A la autorización paulatina de actividades productivas y recreativas, incluso permitiendo la posibilidad de encuentros familiares, se agregó recientemente la reactivación del sector gastronómico. Así, bares y restaurantes pudieron recibir nuevamente gente después de dos meses de cierre total.

Sin embargo, da la impresión que Rodolfo Suárez no pretende descollar en el concierto nacional por estos anuncios que internamente lo satisfacen, sino especialmente, por responder a las expectativas de los mendocinos, particularmente de sus votantes. En el Gobierno son conscientes que "están forzando la máquina" y que eventualmente ello podría traer complicaciones, es decir, contagios. Los tres casos del viernes prendieron las alertas y sus derivaciones hacen retroceder varios casilleros e intensificar controles.

Así, mientras por un lado Mendoza mantiene un férreo alineamiento con las recomendaciones y las habilitaciones que emanan a cuentagotas de la Jefatura de Gabinete que conduce Santiago Cafiero, por el otro -y previo okey nacional- avanza en el lento retorno a una pretendida normalidad que nunca será la que conocimos, pero que con buen tacto, probablemente se le parezca bastante.

A la Provincia le urge la reactivación de su sistema económico, básicamente los servicios y el comercio para engrosar su recaudación, pero de ninguna manera quiere estropear el manejo que viene realizando de la pandemia. En esa pelea, cada día sin nuevos casos se festeja en Casa de Gobierno como un gol argentino en un Mundial. Incluso, aunque la polémica sobre la cantidad de testeos también haya llegado a estas tierras; pero mientras no exploten los casos podrá considerarse que la estrategia ha sido la correcta.

Sin embargo, el frente sanitario es sólo una de las variantes sensibles que desvelan a Suárez. La otra tiene que ver con las cuentas públicas y la renegociación de la deuda. El viernes se cumplió con el pago en término de los salarios de mayo de los empleados públicos, pero en un par de semanas más habrá otra prueba de fuego con la primera cuota del aguinaldo, que hasta hoy no está garantizado. Mucho menos, el pago de junio que vendrá unos días más tarde.

La asistencia nacional se hace insoslayable y para entonces, Suárez pretende tener todos los deberes cumplidos y todos los gestos dados. Teme que la discrecionalidad política pueda hacer pasar malos ratos, una sensación que recorre al Gobierno especialmente desde que se conoció que las partidas de ayuda nacional priorizarán a aquellas provincias más complicadas en el manejo del Coronavirus. Una situación que si no se alterara próximamente, Mendoza podrá tener controlada desde lo sanitario pero que -paradójicamente- lo complicaría en lo financiero.

Por ello es que el oficialismo ha vuelto a la carga en la Legislatura con la presentación de un proyecto para modificar la Ley de Administración Financiera y permitirle al Ejecutivo aquello que durante la discusión del presupuesto local se le negó: el roll over de la deuda. Se pretende que no sea necesario pedir autorización legislativa cada año para su renegociación, y que en todo caso, como sucede en otras provincias, el Ejecutivo busque en cada ejercicio mejores alternativas de plazos e intereses para "patear" la deuda hacia adelante.

El argumento oficial aduce que la pandemia arrasó con el mundo de principios de año, y por ende con la negativa que en ese momento dio el PJ. Hoy, las cuentas públicas precisan otras herramientas por la simple y sencilla razón de que cambiaron las prioridades. "No pedimos más de lo mismo que acompañamos en la Nación", refuerza Suárez en su intento de convencer a una oposición que todavía no tiene postura fijada ni muchas urgencias para acceder a cambiarla.

Así, en la dialéctica del corto y el mediano plazo, el día a día de los casos de Covid-19 parecen éxitos difusos cuando se piensa en la inviabilidad de la caja para cumplir con los compromisos de las semanas venideras. La satisfacción de las mesas con parroquianos en los bares es apenas una ilusión óptica, un sueño intermitente, que no alcanza para lograr parar la olla de una Provincia que, pasada la pandemia, deberá resetearse para no quedar a expensas de la Nación ni de los virus que vendrán. 

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