Después de la pandemia: Mendoza y el Plan de Ordenamiento Territorial
Por Myriam Ruiz.
Ciertamente nuestro mundo está cambiando drástica y dramáticamente. El aislamiento social preventivo, y en algunos casos obligatorio, impuesto en Argentina como en la mayoría de los países del mundo en que el Coronavirus ha golpeado provocando millones de infectados y miles de muertes, está cambiando tal vez para siempre la manera en que vivimos y hasta la noción de "bienestar" en la que nos movíamos ante de esta pandemia.
El mundo se debatía, hasta hace apenas cuatro meses entre capitalismo y populismo; entre escuchar el pedido de frenar el ritmo de consumo que estaba devastando a nuestro planeta (expresado claramente por millones de personas identificadas en los últimos dos años en una adolescente, Greta Thunberg) o hacer caso omiso y continuar generando capital en base al petróleo. Hasta el primer día de este 2020 el principal temor en las grandes urbes era el terrorismo, nunca antes se había puesto en jaque como ahora el hecho que vivir en una gran ciudad, como puede ser el Gran Buenos Aires, podría ser letal.
Pero terminó siendo así. La aparición del Covid 19 convirtió a este 2020, año bisiesto, en un año de pesadilla.
Y mientras esto avanza sin que se descubra aún ni una vacuna que prevenga o una cura para la enfermedad, las sociedades van cambiando a un ritmo asombrosamente rápido. Acomodándose como pueden ante la letalidad del virus, las enormes ciudades duermen. La gente abandonó shoppings, avenidas, parques, restaurantes, hoteles, aeropuertos... Y en ese drenaje desintoxicante, la naturaleza se fortalece rápidamente. Las emisiones de anhídrido carbónico disminuyeron en todo el planeta; las selvas comienzan a recuperarse; las especies animales confinadas a sectores no urbanizados vuelven a caminar por calles vacías, lugares que antes les pertenecían; el agujero de ozono tiende a cerrarse y desaparecer. Increíble.
Si nos hubiesen dicho que esto podía pasar en 4 meses, deteniendo la vida y la economía en el planeta no lo hubiésemos creído. La vida después de esta pandemia es un interrogante pero seguramente nada será igual. Dicen, los que miran hacia adelante, que el cambio social llegó para quedarse. La gente que pueda hacerlo tenderá a dejar las grandes urbes (hoy jaqueadas por la enfermedad) y buscará lugares de mayor calidad de vida en zonas rurales o en pequeños pueblos.
"Es casi seguro que la pandemia cambie la forma como las personas trabajan, compran y socializan, tal vez esto también cambie de forma permanente cómo operan muchas industrias de servicios", escribió Paul Wiseman días atrás.
Mendoza tiene la respuesta a ese cambio desde hace años. El Plan de Ordenamiento Territorial, con el que muchos gobiernos han rellenado plataformas electorales pero no han tomado en serio, es la herramienta que podría llevarnos a ser una provincia modelo en poco tiempo.
Tenemos la Ley Madre que nos indica cómo vivir, dónde hacerlo, cómo recuperar tierras productivas y sacar del aislamiento a pueblos que están desapareciendo. Mendoza tiene una oportunidad única para comenzar a tender redes de desarrollo en el camino en que el mundo aún está desvariando, tal vez por la soberbia de los grandes capitales. Tal vez por esa sed de seguir manejando el petróleo-dinero-deudas que tienen las potencias.
Evidentemente, el mundo que nos espera es otro. Y serán los Estados más empáticos y flexibles ante el cambio los que primero encuentren la salida a esta encrucijada en que nos ha puesto la vida. ¿Seremos nosotros?