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Las mujeres son la materia oscura del universo

Daniel Guebel despliega en "Las mujeres que amé" una variedad de registros para contar una serie de historias de amor.

El libro, publicado por la editorial Random House Mondadori, "Las mujeres que amé" es un paso más en la exploración del universo sentimental o como diría un vienés conocido, en ese continente negro que es la sexualidad femenina, jamás reducida al sexo en el sentido más banal.

Guebel nació en Buenos Aires. Publicó, entre otros libros, Arnulfo o los infortunios de un príncipe, La perla del emperador, Los elementales, El ser querido, Matilde, Cuerpo cristiano, El terrorista, Nina, La vida por Perón, Carrera y Fracassi, Mis escritores muertos, Ella y La carne de Evita.

Esta es la conversación que sostuvo con Télam.

-T : ¿Cómo pensaste la doble estructura de Las mujeres que amé, y por qué decidiste volver sobreDerrumbe en la primera parte, que igualmente sostiene un encadenamiento lógico con la segunda?

G : Lo que vos llamás generosamente pensar la doble estructura, es un efecto aleatorio. En la editorial me dijeron que si publicaba solamente Las mujeres que amé, el libro iba a ser muy corto. Yo tenía guardado Una herida que no para de sangrar y lo sumé al libro. Cuando reuní las dos novelas, me di cuenta de que podían pensarse como variaciones tonales -agudo, grave-sobre el tema principal de la pérdida amorosa. No recuerdo nada de Las palmeras salvajes, de William Faulkner, pero sí me acuerdo de su respuesta a la pregunta de por qué había fundido dos relatos que tenían poca relación entre sí generando la ilusión de una sola novela: quería comprarme un caballo. Ese argumento, que a un purista como en su momento yo era le sonó como una patada en los dientes del templo del arte, ahora me suena nobilísimo, no respecto del propósito equino, sino por respeto a las operaciones del azar en la escritura. Respecto del retorno a Derrumbe, desde hace exactamente doce años, cuando empecé mi novela El absoluto, ingresé en una zona de escritura donde un libro sale de otro anterior, en pequeñas cascadas. Espero que un crítico oficialista no vete este sistema de desprendimiento símil glaciar. De hecho, nada tiene que ver la decisión con el momento en que me siento a escribir un libro, aunque la palabra deseo puesta en este lugar suena un tanto antigua, psi. La decisión, en todo caso, se decide sola. La anécdota del surgimiento es esta. Un día, en una librería, me encuentro con un escritor que me comenta que leyó Derrumbe (ahorro al lector sus comentarios) y riéndose me dice que él escribió su réplica. Le pregunto dónde la va a publicar, o me entero -ya no me acuerdo- y se me ocurre pedirle al editor las pruebas de imprenta para verlo, ya que el libro está a punto de aparecer. El editor, desde luego, no me da ni la hora, y cuando se publica el libro de mi colega veo que, por supuesto, me estaba haciendo una broma, y que su libro, más allá de iniciarse con una separación, no tiene nada que ver con el asunto. Pero entretanto yo ya me había acordado de la anécdota del Quijote apócrifo de Avellaneda y de cómo Cervantes enloqueció al enterarse de que otro escritor había escrito un libro con su asunto, y de lo beneficioso que había sido ese intento de Avellaneda, que con su libro oportunista impulsó a Cervantes a reapropiarse de su obra y a escribirla verdaderamente, con la Segunda Parte. Así que, salvando las diferencias, se me ocurrió tematizar el asunto y darle una vuelta de tuerca al narrador de Derrumbe, convertirlo definitivamente en un demente, y bueno, allí fue.

T : Decís que al decir yo, ya se está escribiendo ficción. ¿Esa no es una de las tesis de la llamada literatura del yo? Si ese artefacto retórico existe, ¿que pensás que busca?

G : Cuando empecé a publicar se me asociaba con la literatura posmoderna y ahora con la literatura del yo; ignoro cuales son los postulados teóricos para adscribirme a una u otra tendencia, pero me llama un poco la atención la pereza intelectual de empaquetar cada diez o veinte años a los autores en las mismas bolsas con otra etiqueta. ¿Un artefacto retórico puede buscar algo, como un Terminator intenta eliminar al género humano porque está programado para ello, en un simulacro de voluntad que es un dispositivo electrónico? Pero supongamos que la literatura del yo fuera otra versión más de las literaturas autobiográficas, una transformación novelesca del género del diario íntimo, ese recurso no es objetable de por sí, pero me parece, aunque soy parte interesada del asunto, que estas dos novelas que publiqué bajo el título de una de ellas exceden un poco el recurso autoexpresivo, y la verdad, de ninguna manera las habría publicado si solo se trataran de textos confesionales. Lo hice porque el elemento confesional está retorcido, ficcionalizado, utilizado, y porque el objeto narrativo básico que permite que se junte a los dos libros es la transfiguración, la transustanciación, el pasaje reflexivo de la experiencia a la elevación y la miseria de la literatura. Y Dante hizo lo mismo, che, y nadie lo acusó de escribir literatura del yo.

T : ¿Existe un eco de la demolición sobre la que escribe Scott Fitzgerald en el derrumbe?

G : Sí, por supuesto.

T : La obsesión del personaje con su esposa no se desplaza sobre el supuesto plagiario, y si ahí no hay una reflexión sobre los modos de producir literatura. Si la cosa está bien planteada, ¿cuál sería, a grandes rasgos, esa reflexión?

G : El narrador-personaje de Una herida que no para de sangrar es un ególatra al que el mundo no acompaña en sus expansiones. No tiene lo que quiere y ni siquiera soporta que lo elogien. Está en un estado de queja y exasperación que se vuelve paranoia cuando descubre la alianza entre su ex mujer y un supuesto autor rival.Pero no sé si en esa novela hay una reflexión sobre la literatura, hay desplazamientos sobre la cuestión, reflexiones sobre la transformación de los personajes, sobre la alta y la baja literatura, arte y entretenimiento, deseo y decepción. Las conclusiones podríamos dejárselas al lector.

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