Con una novela que rinde una vez más tributo a la música a través de alusiones a compositores, el escritor japonés plantea en "Los años de peregrinación del chico sin color" una trama que resignifica el valor de los vínculos.
Siempre hay una obsesión en la narrativa del eterno candidato al Nobel de Literatura que se filtra en las singularidades de sus personajes, en este caso las estaciones de trenes, una afición que el protagonista de la novela adquirió siendo niño y que ahora, a los 36 años, se ha convertido también en una forma de subsistencia en todos las acepciones posibles.
Tsukuru Tazaki, tal el nombre de la criatura que asoma en la nueva obra del autor de "Kafka en la orilla", es un ingeniero que diseña estaciones.
Y es en esta profesión que Haruki Murakami desliza la primera de sus sutiles metáforas: este hombre dedicado a mejorar las condiciones de circulación de los trenes ha dejado escapar muchos trenes en su vida que lo han sumido en la soledad que lo atraviesa y lo define en el presente.
Pero fiel a su costumbre de equiparar amor y salvación, el escritor hace irrumpir a Sara, una mujer que desata sensaciones encontradas que arrancan en el entusiasmo más prometedor y terminan en la exhumación de un episodio traumático de la juventud de Takazi, aquel que lo conecta con antiguas fantasías suicidas.
"Desde el mes de julio del segundo curso de carrera hasta enero del año siguiente, Tsukuru Tazaki vivió pensando en morir. Entretanto, cumplió 20 años, pero esa muesca en el tiempo no significó nada para él. Durante esos meses, la idea de acabar con su vida le parecía de lo más natural y legítima", bosqueja Murakami el vacío de su personaje.
"Todavía ahora ignoraba la razón por la que no había dado ese último paso, a pesar de que, en aquel entonces, franquear el umbral que separaba la vida de la muerte le habría resultado más fácil que tragarse un huevo crudo. Si Tsukuru no llegó a consumar el suicidio fue quizá porque su fijación con la muerte era tan pura e intensa que el modo en que podría suicidarse no se asociaba en su mente a una imagen concreta", relata.
Pronto revela el origen de la vertiente nihilista del protagonista: cuando tenía 22 años, cuatro amigos que llevaban como apellido un color distinto -Aka (rojo), Ao (azul), Shiro (blanco) y Kuro (negro)- deciden dejar de hablarle sin que medie una razón.
Mientras explora la influencia que este episodio puede haber tenido en sus dificultades para entablar lazos, Takazi -a quien si hubiera que definirlo con un color el autor dictamina que ése sería "desvaído- decide rastrear a cada uno de sus ex amigos mientras en el trasfondo narrativo suena una pieza del compositor húngaro Franz Liszt titulada "Los años de peregrinación", de ahí el título de la obra.
La música recibe otra vez su tributo en esta novela recién editada por Tusquets, así como Norwegian Wood se colaba un homenaje a un tema de los Beatles o en Kafka en la orilla los personajes desgraban sus pasiones al ritmo de Beach Boys y Radiohead.
En "Los años de peregrinación del chico sin color", que viene de vender un millón de copias en Japón y confirma una vez el respaldo comercial que tiene la pluma del autor de "Sputnik, mi amor", los personajes están a la altura de la vocación alegórica del escritor: un pianista capaz de vaticinar la muerte, adolescentes atrapados en climas oníricos y mujeres que al morir dejan al descubierto los enigmas de la existencia.