Cuando la ficción recupera los agujeros negros de una biografía

En la búsqueda de la verdad, la escritora francesa Delphine de Vigan ha urdido dos novelas autobiográficas ("Días sin hambre" y "Nada se opone a la noche").

Por Sección Cultura

En la búsqueda de la verdad, la escritora francesa Delphine de Vigan ha urdido dos novelas autobiográficas ("Días sin hambre" y "Nada se opone a la noche"), separadas por una década, en las que la ficción deja que la memoria libre de ataduras teja sus diferentes versiones e ilumine las zonas más oscuras de la realidad.

Invitada a participar esta semana al V Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (FILBA), la escritora nacida en 1966 cuenta a Télam que "Días sin hambre" (2001, Anagrama) fue escrita bajo el seudónimo de Lou Delvig y habla de su anorexia.
 
"Era mi primera novela, se hablaba de mi familia, hacía tiempo que yo no veía a mi padre y tenía miedo de su reacción si aparecía bajo mi nombre que es el suyo -desliza-. Años después un editor me propuso retomar ese libro con mi verdadero nombre y acepté, porque forma parte de mi trayectoria de escritora, era como un hijo no reconocido y mi padre estuvo furioso con esa decisión".
 
En su última novela "Nada se opone a la noche" (Anagrama), publicada el año pasado en la Argentina y que en Francia vendió 500.000 ejemplares, De Vigan reconstruye la historia de su madre suicida a través de testimonios familiares, grabaciones, fotos y recuerdos esquivos que recobran vida según diferentes perspectivas.
 
"¿Qué me había imaginado? ¿Qué podría contar la infancia de Lucile mediante una narración objetiva, omnisciente y todopoderosa? (...) Quizá esperaba que, de esa extraña sustancia, se desprendiese una verdad. Pero la verdad no existe. No tenía más que fragmentos dispersos y el mismo hecho de ordenarlos constituía ya una ficción", apunta la autora en el libro.
 
 - Télam: ¿La ficción cumple un rol en el intento de recuperar los agujeros negros de cualquier autobiografía?
 - De Vigan: Sí, "Días sin hambre" es un libro muy autobiográfico pero en el que me permití una parte de ficción, tal vez para iluminar, aclarar y dar un sentido a la parte más personal. Es un libro que escribí quince años después de haber estado yo misma enferma y entonces tenía la necesidad de reinventar esta historia, en todo caso de motorizar una parte de libertad en relación con lo que para mí había ocurrido: la voluntad de escribir una novela que fuera accesible y en cierta forma universal y eso pasa por la ficción aún si se trata de un material muy autobiográfico.
 
Voy a tratar de dar un ejemplo: Cuando tenía 19 años fui internada dos veces por seis meses; por las necesidades del relato y su fluidez, con la intención de que fuera compresible para el lector transformé esos dos períodos en uno solo. Quería que la novela tuviera unidad de tiempo, unidad de lugar y también para la eficacia del relato. Hice del médico verdadero un personaje más novelesco, una manera de decir hasta qué punto este hombre era singular.
 
En alguna forma el trabajo de ficción permite hacer de una experiencia íntima algo más universal. Era importante poner todo eso en la distancia correcta.
 
 - T: ¿Y en el caso de "Nada se opone a la noche"?
 - DV: Quería evitar todo lo posible la ficción pero la ficción necesariamente esta presente. El libro es una búsqueda de la verdad y hubiera podido llamarlo relato. Si hubiera podido hacerlo lo habría hecho aunque necesariamente hay una parte de ficción que se hace a pesar de mí. Casi se hace contra mí: desde que cuento la infancia de mi madre e invento un personaje de niñita me veo obligada a inventar cosas a partir de lo que se me contó. Tengo que estar en la ficción.
 
- T: ¿La memoria encuentra otra manera de articularse en la ficción?
- DV: La memoria es una ficción, pienso en cómo cada uno se cuenta su propia vida, aunque no sea escritor tiene mucho de ficción. En cierto sentido la memoria es una construcción. En una familia el mismo hecho es vivido y percibido de distintas maneras y me parece fascinante: con mi hermana fuimos invitadas al lugar donde vivimos cuando éramos niñas. La memoria sobre ese lugar era muy diferente para cada una de nosotras y yo estaba segura de lo que decía y ella también.
 
Hay una resignificación de la memoria, cada persona crea su propia mitología, su propia historia, no necesariamente para tener el mejor papel, a veces uno tiene recuerdos y por razones -que son curiosas- se construye de una manera determinada.
 
- T: ¿La escritura puede ser una forma de exorcizar la memoria?
- DV: Sin duda un poco, aunque puede ser peligroso. No se trata de una reparación, por el contrario puede ser una manera de hundirse, de sufrir más. Conozco autores franceses que trabajan con material de la infancia y a mi modo de ver estan muy encerrados, la escritura puede convertirse en una trampa.
 
Hay que batallar con uno mismo antes de abordar ese tipo de temas. No podría haber escrito "Nada se opone a la noche" si no hubiera hecho un trabajo sobre mí misma y sobre las cosas que más me perturban. Eso me permitió seleccionar después. No se cuenta lo mismo a un interlocutor en la confidencialidad de un consultorio, que en un libro que va a ser leído por muchos. No es lo mismo. El trabajo terapéutico no se hace de manera pública.
 
- T: ¿A qué atribuye el auge por lo autobiográfico en la ficción?
- DV: En Francia se remonta a diez años atrás, creo que hay un gusto del público por lo verdadero, por ejemplo en el cine ponen en los títulos `según una historia real` o `el personaje realmente existió`, eso va junto con la tele-realidad y esa moda del testimonio.
 
Todos los talk-shows son pura ficción con la apariencia de realidad y eso creó el gusto por las verdaderas historias, no sé por qué la gente necesita eso. Como novelista tengo la sensación que se dicen cosas muchos más personales, se va mucho más lejos cuando se escribe ficción.
 
La ficción es mucho más confortable y menos expuesta para decir cosas que nos conciernen, por ahí distribuidas en varios personajes. Por eso quiero seguir escribiendo ficción, aunque es interesante, me sorprende ese gusto por el supuesto verdadero, como si verdaderamente hubiera una verdad absoluta.

Fuente: Télam

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