El debate del futuro económico de la Argentina a partir de los acontecimientos de esta semana entra en una fase que debería tomarse con seriedad. No es solo discutir la moneda, ello trae aparejado poner sobre la mesa modelos de soberanía, de economía y producción y hasta de gestión política.
El modelo que propone el oficialismo, a pesar de que no lo explicita claramente, parece evidente y es acompañado por sectores de poder que aún quieren ser más extremos.
Desde la oposición el mismo aquelarre político se transfiere al debate económico. La simplificación de que estamos en 2001, no solo es falsa y mentirosa, sino que además no colabora en lo que verdaderamente debería ponerse sobre la mesa.
Más de una vez hemos explicado en este espacio y en la radio que las situaciones no son ni remotamente similares.
En 2001 el estallido del sistema financiero se dio por que uno de los grandes defectos fue crear dólares ficticios. Un ciudadano llevaba al banco 100 pesos y el banco le daba un papel certificando que le había dado 100 dólares. Cuando el ahorrista quiso retirar esos dólares no existían, es decir que el 100% de los depósitos del sistema eran dólares que en su gran mayoría no existían. Hoy el porcentaje de depósitos en dólares solo es del 38% del sistema.
Asimismo no había reservas y hoy están en 50 mil millones de dólares, en sangría permanente, pero están.
También hoy el sistema es más sólido, la morosidad ronda el 2,1 % en aumento, pero todavía es un número muy bajo comparado con el 16% de los bancos privados y el 29% de los públicos de aquellos trágicos años. Sí hay similitudes en deficiencias de la balanza comercial y una profundización de la concentración económica.
La situación social tampoco es la misma, si algo debe agradecer el gobierno es la base de contención que le dejó armada la gestión anterior con la Asignación Universal, jubilaciones que alcanzan al 95% de la población pasiva, algunos planes de trabajo y cooperativas, etc. Lo que permite sobrellevar la caída profunda del poder adquisitivo y la inflación de alimentos y servicios que excede largamente el índice de precios general.
El debate sobre este trascendental dato de la economía argentina, nada más y nada menos que su moneda y su forma de interrelacionarse con el mundo, es impuesta por mandatos en el peor momento. La fragilidad macroeconómica, profundizada por el endeudamiento y las medidas tomadas que ahondaron la restricción externa, no dejan margen de acción. La reprimarización de la economía del país, confirmada esta semana por el propio INDEC, al establecer que un poco más del 40 % de la capacidad industrial del país se encuentra ociosa, es suficiente para corroborar la debilidad de una economía que no produce un valor agregado necesario para mejorar el valor de las exportaciones, si en serio se quisiera avanzar en ese proceso de dolarización o nueva convertibilidad.
La semana que se inicia no será fácil, el anuncio del FMI de suspender el desembolso intranquilizará el mercado verde desde le lunes, la decisión que el martes desarmará gran parte del vencimiento de LEBACs y que dejará flotando unos 250 mil millones de pesos generará otro factor de extremada presión, a tal punto que no es descabellado interrogarse sobre si el gobierno no está forzando otra fuerte devaluación para acercar el valor del dólar al supuesto equilibrio que necesitaría la meneada dolarización o nueva convertibilidad.
En un escenario como el de estos días, cualquier pregunta es válida, y cualquier respuesta es posible.