Ya sin los camporistas, el oficialismo va por las mismas banderas de Cornejo
En el oficialismo evalúan como un beneficio más que un perjuicio la salida del grupo duro K de la gestión. El PJ hará una campaña pejotista y buscará pelearle a la fuerte y competitiva oposición que lidera Cornejo en su mismo campo, alejado lo más posible del kichnerismo que gobierna la nación. El gobierno festeja, en la intimidad, y se muestra aliviado. No hay nada mejor que vivir con lo puesto, se dicen entre sí.
Foto:Yemel Fil
El peronismo mendocino, y el gobierno de Francisco Pérez que tomó la opción ortodoxa y tradicional del movimiento en vez de la línea dura del kirchnerismo, ha decidido vivir con lo puesto y buscar la salvación siguiendo su propia estrategia, lo más alejada posible de los imperios que domina la Casa Rosada.
Vivir con lo puesto puede que le traiga, a quien hoy gobierna la provincia, más beneficios que sinsabores, sin dejar de tener presente que entre los resultados posibles el de la derrota electoral es el que tiene la mayor cantidad de números comprados.
La administración peronista de la provincia no ha vivido, en el último mes, los mejores momentos desde que llegó al poder. Tuvo un armado de listas traumático, tanto que no logró realizar un acuerdo amplio que contuviera a la mayoría. Uno de los ministros, el más cercano a Pérez si se quiere, se cortó solo con críticas muy duras y entre los intendentes más importantes prevalecieron las dudas y las sospechas entre todos al punto que en dos departamentos de importancia, como Guaymallén y San Rafael, el peronismo sufrirá algunas fisuras haciendo peligrar el comportamiento general de sus candidatos para la elección provincial.
En Guaymallén, y para las PASO, el enfrentamiento entre Luis Lobos, el actual jefe comunal que va por los votos que lo legitimen en el cargo y Alejandro Abraham, el diputado nacional que vuelve por el control de la comuna alejado de los popes partidarios como Ciurca, Miranda y el propio Pérez, amenaza con convertirse en una batalla que sacará a la luz la peor cara de lo realizado por el peronismo en el departamento más poblado de Mendoza. Esperanza a la que se aferra la oposición radical para sacar algunas tajadas a su favor en un territorio que el oficialismo creía hasta poco tiempo atrás como inexpugnable para cualquiera que se atreviese.
En San Rafael nadie descarta el triunfo del peronista Emir Félix, pero será un triunfo que el ganador tomará como propio y que hará valer para sus propios intereses sin que, como están hoy las cosas, sea compartido con el peronismo del norte provincial por las diferencias y desavenencias que surgieron y que no pudieron ser solucionadas tras la confirmación de la precandidatura del binomio Adolfo Bermejo-Diego Martínez Palau. Emir y su hermano, Omar, pretendieron en su momento más atención y representación en el armado de las listas que los popes del norte estaban dispuestos a concederles. Con lo que la frialdad entre el sur y el norte pasó a ser la constante en la relación interna, en un escenario en donde el oficialismo no se encuentra en condiciones de poner en duda un solo voto, o evitar que se fuguen por la falta de acuerdos.
El mismo cierre terminó por alejar al peronismo de Mendoza del kirchnerismo. Luego del desplante público de Cristina Fernández a Pérez, los funcionarios de La Cámpora se vieron alentados a dejar en banda el gobierno. Siguiendo la lógica K, los muchachos pegaron un portazo masivo en medio de un vendaval de críticas hacia un gobierno que no sintieron como propio.
Este último episodio, el del quiebre con el grupo cristinista, sin embargo, no resultó ser, para un gobierno jugado ya sobre las bases de las históricas y tradicionales banderas del peronismo, un golpe, sino más bien un alivio. Porque lo deja en absoluta libertad de acción y sin actitudes culposas para sumarse a la ola naranja del bonaerense Daniel Scioli y tratar de rescatar parte de ese 70 por ciento de la sociedad que, se cree, no quiere saber absolutamente nada con el kirchnerismo.
Así como el radicalismo logró armar una coalición opositora competitiva parada en las consignas absolutamente opositoras al kirchnerismo, con grandes posibilidades de acceder al gobierno; el oficialismo mendocino se encuentra hoy disputando el mismo electorado, elaborando un discurso que hará foco en las conquistas logradas en doce años de gobierno de los Kirchner, pero a la vez alejado y muy crítico del modo que se transformó en la marca de la gestión nacional, de ese estilo de confrontación permanente, populista y fuertemente totalitario.
Los mendocinos veremos, en la contienda electoral que comienza hoy con las campañas, a un oficialismo y una oposición peleando desde un mismo lugar, disputando quedarse con una misma bandera, la del antikirchnerismo: uno desde el gobierno, irónica y paradójicamente, y otro desde la oposición, una oposición amplia y solidificada que buscará capitalizar la mayor parte de los votos de ese supuesto 70 por ciento que hoy rechaza el régimen establecido.
Los mendocinos, sin embargo, estamos acostumbrados a una dirigencia política que, sin dejar de lado sus miserias, se ha visto en la obligación de buscar acuerdos y consensos en el gobierno. Hayan sido radicales o peronistas entronizados en lo más alto del poder. Porque cada vez que llegó el turno de las legislativas, la ciudadanía optó por aumentar y empoderar el sistema de control, independientemente de si luego surtió efecto o no. Pero las legislativas en Mendoza sirvieron para equilibrar el poder. Quien llegue al gobierno a suceder a Pérez, tendrá que negociar y acordar en las cámaras legislativas, un buen sistema que impidió la aparición de líderes feudales como sí ocurrió en muchas provincias argentinas. A diferencia de la nación, en la provincia ningún gobierno pudo avanzar ignorando a la oposición y pasando por arriba las bases del sistema republicano. Un punto a favor fuerte de esta provincia por sobre otras y por sobre el régimen nacional.
En la nación, lo que viene será muy diferente a lo que ocurrió en la última década. Además de que el próximo gobierno, encabezado por Scioli, Macri, Sanz o Massa, tendrá como prioridad desactivar lo que ya se conoce como el efecto bomba, entendido esto como la herencia que le dejará Cristina a quien lo suceda, estará obligado a gobernar con el parlamento porque más allá de la diferencia que le saque al segundo, quien gane no contará con mayorías en las cámaras.
Por eso hay que analizar este escenario de manera positiva, más que desde una visión desalentadora. Puede que así aparezca un régimen parlamentario que los argentinos desconocemos, en contrapartida al totalitarismo que se ha vivido en los últimos tiempos. El próximo gobierno, en verdad, no tiene otra opción, provenga de derechas o de izquierdas, que no ser otra cosa que guiarse por las ideas progresistas, genuinas y verdaderas, más que por el totalitarismo y la prepotencia.