Los radicales se preparan para definir, este sábado, en qué liga jugarán: si en primera para acceder en verdad al poder; o en una liga menor desde donde miren el banquete de afuera, aunque satisfechos y tranquilos de no haber traicionado sus ideales históricos. En el núcleo duro que gobierna el país se discute casi lo mismo: perder para intentar volver en el 2019; o jugar a ganar, pero con el peligro de ser fagocitados por ese tan extraño movimiento y poderoso que es el peronismo.
El resultado de la Convención partidaria que el radicalismo tendrá este sábado en Entre Ríos, puede que defina, en gran medida, cómo jugará el principal partido de la oposición de cara al recambio presidencial, en un escenario dominado por una inmensa mayoría de ciudadanos argentinos que quieren un cambio desde diciembre del 2015. Pero un cambio que no necesariamente esté definido por cuestiones ideológicas o puramente partidarias como ha ocurrido en otros escenarios históricos. La cosa hoy parece no discurrir entre peronistas y radicales, entre izquierdas o derechas, sino más bien entre más consensos que desencuentros, entre acuerdos más que imposiciones, entre un clima más amigable y tranquilo que uno dominado por las alteraciones propias de una sociedad fragmentada.
El perfil del rol a cumplir que hoy debate el radicalismo, también está presente en el oficialismo; aunque no se crea, ambos procesos de cara a las elecciones parecen tener puntos en común y coincidencias notables. Porque es bueno preguntarse si la facción que gobierna hoy al país en verdad quiere seguir presente en el poder y si uno de esos objetivos, el de permanecer, hoy se le aparece como irrealizable, por qué no apostar a un acuerdo amplio con quien mejor mide y tiene la sartén por el mango en términos puramente electorales como Daniel Scioli.
Pero el bonaerense ha comenzado a ser duramente hostigado por el cristinismo, limando sus chances, acorralándolo sobre la base de las diferencias notables y evidentes que existen entre los modelos que encarnan unos, en el gobierno y otro en busca de quedarse con la presidencia desparramando convites ha ser parte de un escenario más tranquilo y apacible. Con lo que para muchos resulta incomprensible por qué, quien hoy gobierna golpee e intente destruir a quien emerge como la única garantía del oficialismo para mantenerse en el poder.
En el radicalismo se da una situación y un proceso notablemente parecido: un Ernesto Sanz con decidida vocación de poder que busca llegar de la mano del candidato que mejor esté ubicado en la oposición (Macri, por caso) para acceder a los espacios desde donde la UCR podría reconstruir su futuro. Enfrente, un Julio Cobos que, aparentemente y con las señales que da, quiere defender la estirpe radical, que se muestra como el único impulsor de salir a respetar la tradición partidaria de base social-demócrata encabezando una propuesta pura con la compañía de los socialistas, Libres del Sur y del GEN de Margarita Stolbizer.
El punto es que, de seguir el radicalismo lo que plantea el ex vicepresidente y gobernador de la provincia, se arriesga a quedarse sin nada en pos de levantar las banderas del paladar negro y tradicionales de la UCR. Con él van, también, Ricardo Alfonsín y otros.
Sanz, por su lado, interpreta que hoy el clima social y las encuestas le exigen a la oposición ir en bloque para derrotar al cristinismo. Lee que no hay otro objetivo que valga más la pena que ese. El sanrafaelino observa que, a diferencia de otras épocas, un 70 por ciento de los argentinos votará alguna opción ganadora a lo que dé lugar exigiendo a la vez acuerdos programáticos para gobernar. Hoy la garantía de hacer un buen gobierno y la necesidad de juntarse para ganar van de la mano, según Sanz. No una condición por arriba de la otra, sino juntas.
Ahora bien, el cristinismo, al horadar a su as de espadas, Scioli, qué les dice a los argentinos, ¿qué no quiere ganar, por ejemplo? La interpretación a esa estrategia tiene varias respuestas. Se tiene la sensación de que Scioli, para garantizar su triunfo, debería ganar en primera vuelta. Para ello necesita sí o sí del núcleo duro del kirchnerismo, ese 25 o 30 por ciento que calculan algunos le puede aportar el núcleo que hoy gobierna. Sin Cristina, Scioli no alcanza la presidencia. Y Cristina usará hasta el último minuto todo el poder con el que pueda contar para que sus soldados dominen las listas de candidatos al parlamento nacional. Por eso peligra la nominación del gobernador Pérez a diputado nacional, más luego del desaire presidencial hacia el mandatario mendocino.
Cristina preferiría un candidato puro en lugar de Scioli, pero ninguna de los que anima, como Randazzo o Uribarri, llegarían a imponerse. Si Scioli muerde el anzuelo y se enfrenta a Cristina, puede que esté dando un paso hacia su derrota. El kirchnerismo lo provoca. No falta quien imagine que Cristina apuesta a que el oficialismo sea derrotado. Con ello se queda al frente de la oposición, y también al frente de un peronismo dominado por lo que ella representa. Y, por sobre todo, ante una posibilidad cierta de preparar el regreso para el 2019, como Bachellet en Chile. Un triunfo de Scioli puede que termine, a la larga, con lo que hoy representa el kirchnerismo o cristinismo. El peronismo es así.