17 de noviembre de 2025
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Por Marcelo Torrez

República y federalismo, el objetivo del próximo gobierno

Terminar con el personalismo, avanzar en espacios de diálogo serios y de opiniones variadas, reconstruir las instituciones para hacerlas creíbles y que den garantías de que funcionan sin intromisiones ni intereses que no sean los del bien público y no de sectores, la provisión de datos fidedignos para la toma de decisiones correctas, son sólo algunos de los desafíos de quienes vengan en el 2015. Todo luego de más de una década de avances inimaginables y fracasos estrepitosos.

La Argentina que viene presenta enormes desafíos. Quien conduzca el país post Cristina deberá reconstituir el tejido que une a la sociedad, o a buena parte de ella, que lo ha perdido, con el poder; un poder súper concentrado que se administró a lo largo de varios años sobre la base del garrote institucionalizado que tomó varias formas para adoctrinar y mantener a rienda corta un único evangelio político que con el tiempo degradó y engulló sus propios logros para pasar a una negación amplia en todo sentido, de características inéditas, de hechos incontrastables de la realidad.

El mayor daño del sistema se concentró en lograr la invisibilidad de las características y propiedades del federalismo. Gobernadores e intendentes pasaron a ser herramientas de un plan que se pergeñó con la mira puesta en la construcción del poder absoluto, sin los matices que pudieron enriquecer una propuesta que en sus orígenes vino a reconstituir la credibilidad en las instituciones destruidas y desacreditas tras el paso de la Alianza del 99 al 2001. Pero que sin embargo, de cara a la finalización irreversible del ciclo, parece haber dejado a su paso una tierra devastada, un raro caso de autodestrucción inentendible, como si se hubiese tratado de una macabra decisión para no dejar nada en pie y hacer aún más complejo el panorama que tendremos enfrente hacia fines del 2015.

El reto en Mendoza pasa, más que nada, por conducirla hacia terrenos menos escabrosos por los que ha debido pasar la administración de Francisco Pérez. Acosada por los desajustes financieros, Pérez no ha podido moverse más allá del campo de las promesas y expectativas que demoraron en cristalizarse en el mejor de los casos o que nunca lograron su realización, dominadas por una coyuntura financiera siempre controversial, la que se ha movido entre las denuncias de mala o deficiente administración de los recursos por un lado, y los mayores costos, por otro, que fueron apareciendo por imponderables en medio del freno económico que ha venido sufriendo el país.

El próximo gobernador se enfrentará al desafío de romper con la inercia en la que se ha movido Pérez y también su antecesor, embretados en el apoyo y alineamiento sin medias tintas hacia la Casa Rosada que, de todas maneras, no lograron capitalizar para mejorar en parte el resultado de la gestión en la provincia.

La nación concentró en sus manos todos los recursos que pudo y los fue distribuyendo de acuerdo con un criterio particular del que nunca se tuvo más pista que la sola decisión en solitario de Cristina.

Auxilios financieros, obras de cualquier escala, adjudicación de cuotas de viviendas sociales, reestructuración de deudas provinciales, convenios y medidas específicas para potenciar y tonificar las economías regionales, el plan de expansión vial y hasta las autorizaciones para salir a colocar deudas para financiar tanto a las provincias como a los municipios, todo fue y sigue siendo orquestado desde el poder central con la escasa o nula participación en esas decisiones de quienes naturalmente debieron incidir.

Ahora, cuando el país se acerca a lo que vendrá –ya nadie tiene dudas–, una campaña electoral virulenta y tensa, el oficialismo ha sacado a debutar la estrategia del miedo como nueva herramienta, casi un adelanto de la principal estrategia y de lo que será capaz de utilizar para evitar encontrarse con lo que se supone el fin de un ciclo extraño que lo pondrá de cara a la pérdida del poder absoluto y de las decisiones más trascendentes de las que dispuso por más de una década.

Alentar el caos y el infierno al fin del mandato de Cristina sólo debe interpretarse como el principio de una acción, o de una aventura con resultado imprevisible, sin descartar incluso hasta maniobras tendientes a violentar la Constitución para entronizar a la actual presidenta como la única garante del futuro. Hay sectores del oficialismo extremo que analizan ofrecerle a la presidenta opciones de esa naturaleza, a medida que avanza el tiempo y Cristina no encuentra un candidato a sucederla de su gusto y confianza sin mellas de ningún tipo.

Quien sea el próximo presidente y también el próximo gobernador de Mendoza, independientemente del color político de donde surjan, se verán más que obligados a trabajar detrás del republicanismo en sentido amplio y restituir un federalismo que sólo fue declamativo.

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