Del peso al Argentum: una propuesta en el Congreso revive viejos debates sobre la moneda
López Murphy propone reemplazar el peso por el Argentum desde 2026, eliminando tres ceros sin afectar contratos ni ahorros, para simplificar la economía
En un país donde la inflación y la pérdida de valor de la moneda han sido protagonistas de la vida económica y social durante décadas, el diputado nacional Ricardo López Murphy presentó en el Congreso un proyecto de ley que propone reemplazar el actual peso argentino por una nueva moneda: el “Argentum” (símbolo "AG"). La idea, estructurada como una reconversión meramente técnica y administrativa, busca eliminar tres ceros a la unidad monetaria y facilitar así transacciones, registros y la vida cotidiana de los argentinos sin ocasionar dramas patrimoniales ni cambios en los contratos existentes.
Una reconversión nominal, no una reforma económica
La propuesta de López Murphy —exministro de Defensa y Economía, referente del Bloque Hacemos Coalición Federal— consiste en introducir el Argentum como moneda de curso legal a partir del 1 de enero de 2026, tomando como equivalencia inicial 1 AG = 1.000 pesos actuales. Esta transición implicará que, durante los primeros seis meses de 2026, pesos y Argentum circulen simultáneamente. Cumplido ese plazo, sólo el Argentum será reconocido legalmente.
“Este proyecto tiene la ventaja de que no hace daño patrimonial”, remarca López Murphy al explicar que la iniciativa garantiza el respeto por contratos, documentos y derechos adquiridos: todos los saldos bancarios, sueldos, jubilaciones, pagos y obligaciones serán convertidos automáticamente a la nueva denominación. Según el legislador, la medida no se inscribe en un proceso de reforma estructural ni cambia los fundamentos macroeconómicos del país, sino que responde a una necesidad práctica: “simplificar y hacer más productiva la economía”.
El hartazgo de los ceros
López Murphy es enfático en la defensa del proyecto y asegura que la inflación ha inflado los números a niveles absurdos, dificultando la lectura de precios, los cálculos contables y aumentando los costos operativos para bancos, empresas y el propio Estado. “Yo lo veo en muchas discusiones: se extravían con tantos ceros”, explica. “La propuesta busca hacer más legibles los números: es sentido común”.
El economista repasa cómo otros países enfrentaron situaciones similares: Brasil pasó de uno a cinco unidades, Uruguay de 14 a 40, mientras que Argentina multiplicó por casi 1.300 el valor nominal de su moneda de 2002 a la fecha. Hoy, sostiene, carece de sentido pagar los costos asociados a una moneda de denominación baja, cuando la inflación acumulada hizo perder cualquier referencia práctica.
Entre los beneficios enumerados, López Murphy menciona en primer lugar el elevado costo de imprimir billetes de baja denominación, que obliga a emitir cantidades enormes para cubrir la demanda de circulante. También destaca el ahorro en bodegaje y resguardo de los billetes por parte de los bancos, la menor necesidad de transporte blindado y la reducción de recursos informáticos y contables, tanto en el sector público como privado: “ahorra los bytes de computación y los bytes cerebrales”, resume, aludiendo también a la fatiga cognitiva que implica manipular cifras excesivamente grandes en contextos presupuestarios y contables.
Un ciclo recurrente
Lejos de ser inédita, la iniciativa de reconversión nominal encontró antecedentes inevitables en la historia argentina. El propio López Murphy recuerda cómo, en crisis anteriores, el país recurrió a resellos, coexistencia y sucesión de monedas: del peso ley, al austral, al peso convertible. Ejemplos recientes y regionales, como Colombia o Brasil, refuerzan la viabilidad técnica del procedimiento.
La discusión sobre si corresponde cambiar el nombre a la moneda acompaña el debate central. ¿Por qué “Argentum” y no un simple “peso revaluado”? Para López Murphy, denominar de manera diferente ayuda a distinguir la transición y facilita la convivencia transitoria de dos unidades. “El AG iba a ser muy claro que se trataba de una nueva unidad”, explica, pero reconoce que el bautismo no es esencial: “Si le cambian el nombre está bien. Es una forma de ahorrar costos; la Argentina tiene que ahorrar costos y evitar tonterías”.
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Ricardo López Murphy presentó un proyecto para reemplazar el peso por una nueva moneda llamada Argentum sacándole tres ceros.
¿Una solución suficiente?
El propio autor del proyecto es cauteloso respecto a los alcances de la medida. La reconversión, advierte, no es una “reforma económica”, ni resuelve el problema de fondo: “Los problemas fiscales y monetarios son parte esencial de nuestro fracaso. Nos destruyeron los mercados de capitales, el mecanismo de acumulación e inversión, nos crearon enormes distorsiones. Esto se resume en los 13 o 16 ceros que le quitamos a la moneda, pero además en una atmósfera de imprevisibilidad”.
Reconoce que, para lograr una estabilidad permanente, es indispensable sanear las cuentas públicas y dotar al Banco Central de autonomía real: “Para consolidar las instituciones, hay que evitar déficits, crear reglas fiscales, y darle autonomía al Banco Central; eso hacen los países que quieren estabilidad”.
En ese sentido, la nueva unidad monetaria podría consolidar y acompañar un sendero de mayor previsibilidad, pero no podrá reemplazar el esfuerzo fiscal, la disciplina y la reconstrucción de la confianza en las instituciones y en la moneda. “Si recompone el Banco Central y la política fiscal, va a haber estabilidad cambiaria, menor inflación y condiciones para recuperar el crédito y la inversión. Pero requiere disciplina durante mucho tiempo”, asegura el diputado en diversas apariciones públicas.
La Argentina y el espejo del pasado
La historia económica nacional, con sucesivos cambios de moneda, convivencias transitorias y restauraciones de denominación, sirve de advertencia y, al mismo tiempo, de justificación para la propuesta. López Murphy insiste en que la medida sería “recursiva”, de ahorro repetido y acumulativo, y que facilitaría la vida productiva y administrativa sin infligir daño patrimonial ni generar nuevas inequidades.
Del otro lado del debate, no faltan voces que prefieren una solución menos disruptiva: suprimir ceros, sí; cambiar el nombre, quizás no. Argumentan que la tradición y el apego al “peso” no son meros detalles simbólicos y podrían facilitar la digestión pública del cambio. Aun así, los argumentos técnicos parecen imponerse ante el pragmatismo de una economía atascada en la alta nominalidad.
Entre la técnica y la política
Más allá de disputas semánticas, el trasfondo del proyecto reside, según el diputado, en la búsqueda de orden después de años de descalabro fiscal y monetario. La experiencia regional y la memoria reciente podrían validar el mecanismo, aunque la estabilidad monetaria definitiva, afirma López Murphy, sigue dependiendo de políticas macroeconómicas robustas y sostenidas en el tiempo.
El desafío, como tantas veces, será institucionalizar la disciplina que permita sostener el esfuerzo. “Esta es una batalla de muchos años. Me he vuelto escéptico sobre la estabilidad de nuestro sistema político”, confiesa López Murphy, consciente de la tendencia nacional al atajo inflacionario y la fragilidad institucional.
El Argentum quizás se debata en el Congreso, pero lo que es seguro es que abre el debate en la sociedad y los medios sobre nuestra moneda, su futuro y la economía.