La Argentina derrama sangre una vez más. Esta vez es por Candela, la pequeña inocente que fue hallada muerta víctima de las atrocidades más grandes que puedan surgir de un ser humano. Fue la noticia más difícil, que nadie quería dar. Pero otra vez un caso tan tremendo copa las tapas de los diarios.
No fue una causa natural, no fue una causa del destino. El destino jamás podría ser ése. Sólo las circunstancias más absurdas de las que solo son capaces imbéciles desalmados pueden cambiar el rumbo de una niña, una familia y un país porque somos todos los que hoy lloramos a Candela.
No hace falta ahondar en los detalles que pueden resultar morbosos sobre cómo fue encontrada la chiquita, y tampoco especular con las hipótesis de los investigadores. Nada puede justificar esto. Ningún vuelto, ninguna complicidad, absolutamente nada.
La noticia que nos duele a todos es el crimen de Candela, los hilos que tendrán que atar y desatar para dar con los autores del crimen es materia de los especialistas. Sin embargo, todos estamos involucrados en esto porque no queremos que otra persona sea niño o adulto- se convierta víctima de estas lacras humanas, para las que no alcanzan los insultos.
Candela no es la única, pero debe ser la última. Aunque en la desprotección en la que estamos inmersos los argentinos porque si no fuera así Candela y los miles de personas desaparecidas en el país estarían con sus familias- hace suponer que la historia de terror no terminó.
¡Nunca más! gritamos todos los argentinos que seguimos el duelo por los detenidos y desaparecidos de la dictadura. Pero el grito desesperado tiene que estar vigente hoy más que nunca. Candela Rodríguez, al igual que María Soledad Morales, Julio López, Marita Verón, las turistas francesas asesinadas en Salta, Mariano Ferreyra, José Luis Cabezas, Sebastián Bordón, Laura Abonassar en Mendoza, Paula Toledo en San Rafael, José Luis Bolognessi en San Martín, David Vita en Palmira, Mauricio Dideli en Rivadavia, y tantos más son algunos desaparecidos, otros torturados y muertos de la democracia.
El reclamo de justicia y respuestas tiene que sumarse al que seguimos manteniendo por los 30.000 argentinos que hoy no están, víctimas de los absurdos de la Argentina.
La historia debe enseñarnos a comprender el presente y a proyectar un futuro mejor, dice una conocida frase. ¿Pero qué nos está pasando a los argentinos? parece qué no hemos aprendido nada.
Somos víctimas y somos culpables, por no exigir a nuestros gobernantes acción. Es el Estado el que debe protegernos y somos nosotros mismos, los padres, hermanos, hijos, vecinos, amigos, docentes, alumnos, los que no podemos permitir estas cosas.
Estamos derramando demasiada sangre. Es cierto que el hombre es el lobo del hombre porque no hay nada que explique que hoy estemos enterrando a esta niña.
Nos duele el corazón, y la herida tiene que estar siempre presente porque no podemos tolerar una Candela más. Cuando este caso deje de ser la noticia del día todos tenemos que tenerlo presente porque es parte de nuestra triste historia, que se sigue tiñendo de rojo.
¿Cuál es el límite qué estamos dispuestos a pagar por ser una sociedad pasiva? El caso de Candela no debe repetirse en cada familia para ponernos en el lugar del otro, para entender el padecimiento. Todos somos los papás, los hermanos, los compañeros, los maestros, los amigos de Candela.
Fue el padre de María Soledad quien, desde su más profundo dolor, dijo que no le deseaba ni a los asesinos de su propia hija que padezcan lo que él y su familia padeció. Y de eso debemos aprender todos, principalmente los que se amparan en la impunidad, los que esquivan con total facilidad la ley, los que no tienen escrúpulos y encuentran complicidad en el poder.
El crimen de Candela lo lloramos todos, lo padecemos todos. Argentina es la víctima.