Llego de consultorio... cansado, no quiero seguir trabajando, pero me pidieron que entregue la nota esta noche... A regañadientes, me cambio, ceno algo apurado y me pongo a escribir.
Llego de consultorio... cansado, no quiero seguir trabajando, pero me pidieron que entregue la nota esta noche... A regañadientes, me cambio, ceno algo apurado y me pongo a escribir.
Pienso en la columna que hice en Sin Verso en Radio Andina, esta mañana. Se me ocurrió hablar de Sociedad inflamada, Relaciones violentas...
Los cuatro signos de la inflamación son la tumefacción, el dolor, el rubor y el calor... Casi un calco de lo que nos pasa.
Se nos "inflaman" las emociones, nos duele lo que vemos, lo que sentimos..., nos ruborizamos por lo que pensamos y sentimos un calor insoportable a punto de estallar.
Ejemplos para esto hay de todo tipo y color, y todos los días alguno. Un hombre sale disparado de no se sabe qué lugar a filmar a un automovilista con su celular, amenazándolo: "Vas a salir en el diario... ya vas a ver, son tres mil pesos de multa...!!!". El hombre que coloca las tarjetas y el conductor se miran. No entienden nada.
Una mujer cuenta en el consultorio: "Ibamos por acceso este, alguien le hizo un juego de luces, veníamos como a 80 km por hora, mi esposo frenó de improviso para que el otro hiciera lo mismo y dijo: "¡A ver que se cree. Por qué me va a hacer cambios de luces!
Una mujer llama al teléfono y me cuenta con temor: "Doctor, mi ex pareja estuvo hasta las 4 de la mañana en la puerta de mi casa. ¡No se quería ir! Todo porque le dijeron que me vieron caminando con un amigo...Tengo miedo. Pero no quiero hacerle daño. Lo amé tanto".
Cómo se relacionan estas imágenes, porciones de vida, con la inflamación, la sociedad y las relaciones violentas... Quizás nada, quizás todo.
Son flashes, fogonazos de realidad que se alimentan en los comentarios de las redes sociales y los portales de los diarios cuando no coincidís con el otro en lo que opina, sea esto de un femicidio, un hecho de corrupción, una opinión política, un penal no cobrado o un hecho delictivo. Los comentarios se multiplican y muchos de ellos son despectivos o ataques: "Qué decís vos, choripanero", dice una persona; "vos porque seguramente no tenés madre...", escribe otra; "y vos serás un descerebrado", responde otro. O los que emiten juicio: como los que señalan que la chica "seguramente se lo buscó", o los que indican que "hay que ahorcarlos a todos".
Salgo de ese escenario de "papel informático", para que mis ojos descansen del brillo de la pantalla y de la letra chica y pongo un video en YouTube. Un colega psiquiatra explica que los enfermos no son enfermos en el lenguaje psiquiátrico y que en realidad es un trastorno de personalidad. En otro escenario, aunque sea el mismo tiempo una profesional de las ciencias sociales le echa la culpa al capitalismo y dice que la salud/enfermedad no tiene mucho que ver.
"Palabras, palabras, palabras...palabras tan sólo palabras hay entre tú y yo".
Debo estar muy cansado... ¿Por qué pongo ese párrafo es de una canción que cantaba la hermosa Silvana Di Lorenzo en mi juventud? ¿Por qué me impacta justo ahora?
Será que "leo" eso en mi "mente superior". Será qué estamos abarrotados de palabras en esta sociedad y que llenamos el vacío existencial así, pienso.
Vamos por la vida opinando y opinando, leyendo algunas parcialidades, tomando partido por falsas soluciones declamadas pomposamente, por promesas políticas y pedidos de justicia que nunca llegaron... (¿llegarán?). Escuchando que los culpables son los otros. Yo...Argentino! (cómo decía la letra de la Argentinidad al palo, cuando nos exculpábamos de nuestras responsabilidades).
La VIOLENCIA ES DE LOS OTROS, bien en mayúsculas... La micro violencia es nuestra, pero esa no queremos verla.
La adrenalina y el rendimiento; el querer asegurarnos la vida; el "tener" la casa (aunque se pierda el hogar); el disfrutar ahora bebiendo todo de un sorbo (aunque me ahogue a cada rato); el hacer todo para nuestros hijos... aunque si les preguntáramos quizás cambiarían el celular que les regalamos por ver que nos damos un abrazo y no nos ladramos con su mamá... con perdón de los ladridos.
Cómo es que llegamos a vivir tan mal. ¿Porqué nos agredimos con laburo en exceso, medicamentos a granel, gimnasio rendimiento no saludable o sedentarismo agobiante? ¿Porqué nos cuesta confiar? Por qué calculamos todo, sin querer perder un centavo.
Mis derechos, mis propiedades, mi trabajo, mi hijo, mi dinero, etc. Mucho "mi", mucho derecho, casi torcido. Poco tú -como par-. Poca empatía, poco ponerme en el lugar del otro.
El otro es un adversario, un elemento a doblegar, a someter. Primero con la imposición de mi filosofía de vida, luego con mis reglas, luego con la sexualidad.
¿Es ese otro el que voy a elegir como pareja? ¿Lo veo/la veo como un/a par?
O simplemente, cuando pasa el enamoramiento, la/o cosifico sin miramientos y la amo/lo amo cuando satisface mis expectativas...
Antes era distinto. Antes de la Revolución industrial las parejas eran por conveniencia de las familias o para asegurar el linaje: "Te vas a casar con el hijo de tal", le decían a la "mujer" de 14 años que debían unirse de por vida con un hombre que tenía, en los mejores casos, algo más de 30 años. Y esa niña se llenaba de hijos, de desamor y de sexo cuando él lo decía.
Luego nace el amor romántico. Llega la elección de pareja por amor, porque congeniamos, porque lo decidimos. Porque somos el uno para el otro.
Pero esa etapa fue captada por "los negocios del amor romántico", de "el amor todo lo puede", de "cuando hay amor no hay sacrificio", de "en el fondo nos queremos", de sapos a príncipes, de doncellas dormidas a mujeres felices por siempre...
Llegó el feminismo, llegaron los años 60, empieza el empoderamiento femenino y la adopción de conductas que por derecho debían pertenecer a ambos. Las mujeres recobraron espacios perdidos, ocuparon lugares productivos, económicos, de poder, siguieron su lucha y su proceso por la igualdad de derechos y oportunidades.
Algunas en el camino vieron al hombre como un enemigo, otras copiaron conductas masculinas machistas y criaron a sus hijos con privilegios, sin darse cuenta que reproducían un modelo que criticaban.
Y nosotros, los varones... ¿qué revolución hicimos?
La de aceptar a regañadientes el discurso femenino, aunque en los grupos de varones nos mostramos enojados por "el fanatismo de las minas con este tema".
En el fondo no nos gustó perder ese espacio de poder, de mandar, de hacer lo que quisiéramos. Por afuera, en la cáscara, hay unos buenos modales, un discurso adaptado... pero en el interior de muchos de nosotros burbujea la adrenalina.
Esa adrenalina que nos vuelve impotentes. Impotencia no erectiva (unque también la vemos mucho más en varones jóvenes que hace 20 años atrás). Es que en la cama, "no sé si llegaré a satisfacerla" dicen. Que visualmente nos hace andar excitados, pero a la vez estresados, nerviosos, ansiosos. Que no sabemos cómo hacer cuándo el "cadete pene" tiene miedo ante el "gerente cerebro" y se doblega en el mejor momento... ¡Cómo expresar lo que nos pasa a los hombres! ¡Cuándo soltar esa emoción que nos inunda! ¿Cuándo le damos rienda suelta? Cuándo nos encierran en un auto, cuándo se demoran en atenderme, cuándo no opinan como yo...
En la médula, no en la corteza, anida la violencia. Violencia reprimida, negada, exculpabilizada en unos pocos locos que matan y a los que, encerrándolos, se termina el problema. Simplificaciones, pensamiento ingenuo.
Veo discursos vacíos, oportunismo dialéctico, poca reflexión.
Veo políticos y sectores de poder que se arrancan las vestiduras como si fueran los próceres de la revolución de NI UNA MENOS, esto tanto de hombres como de mujeres. Esas personas, en sus micromundos del día a día, maltratan a las mascotas, ningunean a los ancianos, bastardean a sus vecinos, y manipulan a sus parejas.
¿Cuál es el límite a la agresividad que se transforma en violencia? El límite ético-moral, no el biológico, no el de las buenas intenciones del otro.
¿Y el límite de la política...? Ese es modificable de acuerdo a lo que convenga. Maquiavelo lo dicta: hoy es prioridad porque conviene, mañana veremos.
Por último, pero tal vez lo más importante en este desgranar pensamientos por la violencia que nos está traspasando es por qué buscamos la felicidad afuera.
Porque EL VIVIR (¡sólo vivir!) no nos da felicidad... y eso es muy funcional a que, desde afuera, te la vendan como quieras: en cómodas cuotas, a sola firma, con un viaje, un auto, una casa o el sexo tántrico.
En el fondo me acuerdo de una canción de Alejandro Sanz: Cuando nadie me ve. "Cuando nadie me ve puedo ser o no ser... cuando nadie me ve pongo el mundo al revés"
¿Cómo somos cuándo nadie nos ve? Sinceridad, eh...Nadie lo va a poner en el Facebook o en el Whatsapp pero en épocas de dolor, la inflamación se calma con reflexión y se aumenta echando culpas.
Dr. Miguel Palmieri