columna política

El triste presente del empleado estatal

Enfrentarse a los poderosos gremios estatales que seguramente son reivindicados por una buena porción de sus representados, pero que en verdad y frente a lo que permanentemente reflejan y dejan traslucir hacia afuera, parecen estar más concentrados -y casi exclusivamente se puede arriesgar-, en campañas y acciones que empiezan y terminan en el radio de acción de la baldosa que pisan ni más ni menos, no es una decisión liviana ni desprovista de un riesgo político mayúsculo, como el asumido por el gobierno cuando se sentó a discutir con ellos decidido a definir pautas en función de lo que hay en realidad.

Los gremios que representan a los trabajadores estatales se acostumbraron a moverse en un clima en donde el Estado siempre se llevó la peor parte. Supieron acorralarlo, llevarlo contra las cuerdas y muchas veces a sacarlo literalmente del ring a costa de que otros ciudadanos del Estado pasaran penurias. Mientras los bolsillos de los particulares -también integrantes del Estado pero en el rol de proveedores, de abastecedores de los recursos para que la maquinaria estatal se alimentara-, fueron regular y sostenidamente esquilmados con una presión impositiva insufrible, otros, como sus empleados representados por las combativas dirigencias sacaron provecho con aumentos salariales que les fueron dados sin garantías genuinas; esto es, sin que la producción de riqueza y crecimiento global lo sustentase. Y así le ha ido al propio Estado. Basta con ver la situación de los servicios y la decrepitud con la que se prestan. Y ni hablar del desdén, de la falta de profesionalismo y responsabilidad en la que se mueven muchos de los representados de los gremios en oficinas clave de todo el entramado de la administración pública.

No se trata de buscar un enfrentamiento entre quienes son empleados del Estado y quienes no. Porque hay que decirlo también, hay empleados estatales que por dignidad propia defienden cada día el pellejo haciendo y poniendo lo mejor que pueden y tienen para honrar el trabajo del que viven. Pero hay otros que dejan tanto que desear, tanto, que no hay forma de justificarlos.

También hay que decirlo, por qué no, que mucha de la mala imagen que se tiene de ellos se la deben a sus propios representantes gremiales. Desaprensivos, faltos de visión estratégica, atornillados a sus asientos de dirigentes, desinformados y mal formados, donde lo único que han perseguido a lo largo de décadas ha sido la premisa de sacarle al gobierno de turno el mejor arreglo salarial posible y que todo lo demás se vaya al tacho. También hay excepciones, claro que sí. Pero a las excepciones, que son hombres y mujeres, hay que decirles que si no logran depurar sus propias dirigencias lamentablemente seguirán permaneciendo en el ostracismo general.

La eficiencia, el mérito, el sacrificio de muchos empleados públicos han sido virtudes despreciadas por los gobiernos, de eso no cabe duda alguna tampoco. Por el actual gobierno, dicho con todas las letras. Porque las injusticias que se ven en la planta de personal público con hombres y mujeres que merecen mucho más de lo que hoy reciben, en trato y en pago, son abominables. Empleados a los que la actual administración, para hacer borrón y cuenta nueva, les quitó adicionales, premios bien ganados y que no les permite, siquiera, dar curso a sus reclamos lógicos. Empleados que entran antes de hora y se van mucho después del tiempo reglamentario. De esos hay cientos y miles, también en el Estado. Y padecen, estos empleados, la indiferencia de funcionarios que los miran por arriba del hombro, sentados en un Olimpo que creen eterno.

Otros, o quizás los mismos, han sido sometidos a acciones sicológicas en su contra por el ejército de funcionarios de los que hoy dependen, sólo por el pecado de haber colaborado con la administración anterior aportando su conocimiento técnico, ni siquiera en un rol de militantes. Pero en esto el actual gobierno, que ha hecho muchas cosas bien, ha sido miope y ha actuado con un alto y preocupante nivel de resentimiento y deseos de venganza.

Y para mal de estos buenos empleados públicos, sus representantes los han dejado a la deriva. No garpa pedir, en las negociaciones paritarias, por los buenos empleados públicos, sino más bien orquestar enormes batifondos públicos para presionar y lograr beneficios para un batallón de arribistas que le son mucho más útiles a la organizaciones sindical que a la sociedad en su conjunto.

Pero hay señales en la política macro que el gobierno se ha planteado llevar adelante con el empleo público que parecen ir en una dirección inédita y posiblemente beneficiosa para todos. Aunque ahora no se vean así y sean duramente cuestionadas por los sindicatos y muchos de los empleados.

El ardoroso ítem Aula, tan resistido por la cúpula del gremio docente, va en ese camino. Porque cuando se aceite ese mecanismo, previo a las correcciones que necesariamente debe hacer el gobierno escolar para evitar que se desnaturalice, puede que sea una buena medida para premiar el esfuerzo, la capacidad, la formación continua de los mismos empleados, el compromiso y el orgullo de ser empleado de un Estado que se sienta digno. Pero para conseguir todo eso falta mucho camino para recorrer, paciencia, entendimiento mutuo, tolerancia y un cambio cultural y de concepto obligado.

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