En una Argentina con necesidad permanente de dólares, endeudamiento creciente y la inestabilidad política –local y mundial–, una nueva publicación de Domingo de Datos de la consultora Zubán-Córdoba y Asociados trae malas noticias para Javier Milei y Luis Caputo. Los ciudadanos desconfían y rechazan el uso de sus ahorros como salvataje del Estado y muestran señales alarmantes de desvinculación democrática. El trabajo de campo, realizado entre el 7 y el 9 de junio, recoge 1500 casos representativos de la población mayor de 16 años, con una metodología mixta y un margen de error de ±2,53%.
Un capital que no se toca: el rechazo al blanqueo de dólares
El eje económico del estudio, tal como lo había adelantado Gustavo Córdoba en Aconcagua Radio, se concentra en la tradicional obsesión argentina por el dólar y las medidas del gobierno bautizadas como Plan Colchón.
Un dato fundamental del informe confirma la presunción de muchos y el dato que el Gobierno y los economistas y opinadores de su ecosistema no registran: solo un quinto de los argentinos posee un ahorro en dólares.
El 19,9% de los encuestados declara poseer dólares ahorrados, lo que refleja no solo una marcada incapacidad de ahorro en los sectores populares, sino también una concentración del ahorro en divisas extranjeras en las clases medias altas y altas. En tiempos de crisis, el dólar sigue siendo más que una moneda: es un refugio simbólico, para los sectores con poco, algo o mucha capacidad de ahorro, que como queda demostrado, solo es una parte pequeña de la población.
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Apenas un quinto de los argentinos tiene ahorros en dólares
Los planes del Gobierno de acceder a esos dólares del colchón se encuentran con dos paredes difíciles de saltar: por un lado, parecen estar en manos de un reducido sector de la sociedad que no es el que necesita utilizarlos para apalancar sus gastos corrientes o blanquearlos para algún tipo de operación, y por otro, la desconfianza al plan y la medida.
Apenas el 12,2% de quienes tienen dólares afirma estar dispuesto a blanquearlos en el sistema financiero formal. En cambio, el 45,7% planea seguir guardándolos, mientras que un 9,5% ya los utiliza para llegar a fin de mes y un 8,8% los reserva para vacaciones.
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Más aún, la desconfianza hacia el Estado se expresa en términos explícitos: un 57,8% de los ahorristas coincide con la afirmación"lo último que se me ocurre es gastar los dólares porque Milei y su gobierno me lo piden". Apenas el 36,6% se manifiesta en desacuerdo. La resistencia no solo es económica: es política, emocional, casi visceral.
Otra pregunta del estudio refuerza esta postura. Consultados sobre la frase “cuando los ministros de Milei traigan sus dólares del exterior, voy a gastar los míos”, el 45,4% está de acuerdo y solo un 13,4% en desacuerdo. El resto, un 41,2%, se declara indeciso. Esto sugiere que la remonetización del circuito financiero mediante el uso de los dólares en poder de la sociedad aparece como muy lejana.
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La democracia sin entusiasmo: participación en tensión
La segunda parte del DDD gira en torno al vínculo de la sociedad con el acto electoral. Los resultados muestran un declive paulatino de la adhesión activa a la democracia como forma de resolver los conflictos sociales. Aunque el 65,1% de los encuestados prefiere mantener el voto obligatorio, otros indicadores revelan un creciente escepticismo sobre su eficacia y relevancia.
¿Qué motiva a los argentinos a ir a votar? En términos agregados, el 43,7% señala que la sensación de que su voto puede generar un cambio es el principal incentivo. Le siguen la importancia del cargo a elegir (18,7%) y la confianza en los candidatos (17,5%). No obstante, el panorama se oscurece cuando se observan las razones para no votar: el 25% menciona la falta de confianza en partidos y candidatos, el 17,7% la desconfianza en el sistema electoral y el 17,5% la convicción de que el voto no cambia nada.
Esta percepción se agrava en jóvenes de entre 16 y 30 años, donde el cansancio por la cantidad de elecciones asciende al 17,7%, ubicándose como el tercer motivo de desafección. También entre ellos, el 29,4% declara desconfianza hacia los candidatos, el 21,1% desconfía del sistema electoral, y un 14,3% considera que su voto no tiene impacto. El dato refleja un desencanto precoz, con potenciales consecuencias para la legitimidad futura del sistema.
Por género, las diferencias son sutiles pero relevantes. Entre las mujeres, el principal factor desmotivador es la falta de confianza en los candidatos (27,3%), mientras que entre los hombres prima la sensación de que el voto no sirve para nada (27,9%). En ambos casos, el núcleo de la desafección se ubica en el descrédito hacia los actores políticos, más que en aspectos logísticos o técnicos del sufragio.
Cuando el análisis se realiza según el voto en el balotaje, emergen otras diferencias. Entre los votantes de Milei, el cansancio por la frecuencia electoral es el segundo motivo de desafección (17,3%), mientras que entre los votantes de Massa apenas alcanza el 4,7%, quedando en el sexto lugar. Sin embargo, ambos grupos comparten el mismo principal factor desmotivador: la falta de confianza en la oferta política.
Entre la sospecha y la resignación: tensiones de época
Los datos recabados por Zubán-Córdoba muestran que la desconfianza ha adquirido un carácter transversal. Se desconfía del gobierno, de los partidos, de los candidatos, del sistema electoral, de las medidas económicas e incluso del valor del voto. En ese marco, el acto de ahorrar y el acto de votar se han transformado en gestos privados, defensivos y silenciosos.
Como señala el informe, lo que está en juego no es únicamente la gobernabilidad presente, sino la sustentabilidad cultural del régimen democrático. La creciente indiferencia, el refugio en decisiones individuales y la falta de propuestas convocantes configuran una escena frágil. La mayoría sostiene aún el voto obligatorio, pero no parece convencida de que valga la pena ejercerlo.
En última instancia, el Gobierno enfrenta un doble dilema: cómo recuperar dólares sin confianza y cómo recuperar confianza sin resultados visibles. A falta de una narrativa integradora, el dinero permanece en el colchón y la política, en cuarentena.