Alberto pensó Vendimia para distender; Suarez, para reclamar

Por Luis Ábrego

En el cierre de una semana más que compleja, que incluyó la apertura de sesiones del Congreso nacional donde se reiteró la ofensiva contra el Poder Judicial que ratificó luego la vicepresidenta Cristina Kirchner en su alegato de defensa por la causa del "dólar futuro" y la durísima represión del viernes en Formosa, Alberto Fernández llegó a Mendoza.

El gesto, inesperado ante el turbulento escenario nacional que podría obligar al Presidente a concentrarse en estos asuntos, se ajusta al menos a un par de variables que la Casa Rosada no quiere dejar sin control pese a la adversidad.

El primero y principal, la necesidad del oficialismo nacional de no perder presencia en el territorio de cara al inicio del año electoral. Si bien era una actividad en Mendoza, tenía impacto y se transmitía vía streaming en todas las provincias vitivinícolas, es decir en 18 de los 24 distritos.

Las elecciones de medio término suelen ser trabajosas para los oficialismos en general, mucho más cuando en simultáneo se ha debido administrar una pandemia que no hizo más que agravar las condiciones macroeconómicas del país.

Es por ello que hay luces de alerta sobre las chances electorales del Frente de Todos cuando al momento de votar, la agenda ponga en la mesa la oportunidad y extensión de la cuarentena, el manejo sanitario con el escándalo del Vacunatorio VIP incluido y la siempre esquiva posibilidad del control de la inflación; asignatura pendiente de todos los gobiernos.

En segundo lugar, Fernández buscó con su fugaz visita, hacer un gesto para encauzar su vínculo con la oposición (auspiciosa en algunos dichos pero desastrosa en muchos gestos), y en particular con Rodolfo Suarez y la provincia de Mendoza.

En este tiempo, esa ha sido una relación plagada de tensiones que han ido desde los vaivenes de la Nación por Portezuelo del Viento, pasando por los cruces por la compra de los respiradores para combatir el Covid-19 o la política de aperturas de Mendoza, y que tal vez tuvo su clímax con la exclusión del mendocino del viaje presidencial a Chile.

Todos asuntos que sobrevuelan cualquier gestión local ante la Casa Rosada, aumentando la desconfianza mutua.

Lo cierto es que en la avanzada de mitad de semana, Suarez buscó en Buenos Aires ante el ministro del Interior Eduardo De Pedro que se habilitara el ingreso de ciudadanos chilenos para fomentar ese turismo de divisas que hoy Mendoza no tiene. Allí se reiteró la invitación a Vendimia que el protocolo indica pero que para sorpresa de Casa de Gobierno se confirmó sobre el filo de la celebración.

Más allá de las demoras y las especulaciones sobre la quita de protagonismo o vaciamiento al otro evento icónico de los sábados de Vendimia, el almuerzo de Bodegas de Argentina (lo que efectivamente sucedió), Fernández y Suárez buscaron mostrarse respetuosos y agradecidos: de la invitación y de la presencia. Como corresponde a un buen anfitrión y a un buen invitado.

Como si la grieta no existiera, a la hora de los discursos ambos también coincidieron en trabajar para eliminar la pobreza y dejar de lado las divisiones, aunque por diferentes razones.

Fernández, para mostrarse como el Presidente de todos en un territorio adverso que conduce la oposición, lo cual lo acerca a los modos más racionales por los que Cristina lo eligió como candidato, y que finalmente le permitió ganar en 2019, ante la evidencia de que con la figura de la vicepresidenta no alcanzaba.

Suarez, por la sencilla razón que sabe que si radicaliza sus diferencias con la Nación, su gobierno puede volverse inviable desde el sustento financiero, pero también desde el orden práctico de la administración cotidiana.

Sin embargo, y sin perder compostura ni modales, el gobernador aprovechó la ocasión para pedir por un reparto "previsible y mensurable" de los recursos nacionales que además sirva para saber quién gasta bien y quién mal. Primer embate.

En este año y tres meses de gestión que Fernández y Suarez comparten en Nación y en Mendoza han sido muchas las ocasiones en las cuales la provincia se ha sentido discriminada por ese manejo de fondos, que en off los funcionarios no atribuyen a una razón objetiva y la explican en ser de otro signo partidario. De hecho, en los jardines del INTA donde se desarrolló el evento, el ministro de Hacienda Lisandro Nieri argumentaba en la previa ante los periodistas en esa dirección.

Asimismo, el gobernador usó el atril de la Corporación Vitivinícola Argentina (COVIAR) para reivindicar la estrategia de su gobierno de equilibrio entre la salud y la economía que tantas fricciones le generó con el propio Fernández y sus ministros (algunas incluso públicas).

Más allá de eso, Suarez no se privó de hacer otros reclamos, como Portezuelo del Viento cuyo laudo presidencial está aún pendiente; la renovación de la ley para combatir la Lobesia Botrana; mayores beneficios arancelarios para nuestros productos; la reducción de los costos del transporte; la tecnificación del agro y la disminución del IVA para el seguro agrícola.

En definitiva, un estudiado listado de asuntos bajo la admisión que la guerra que plantea la grieta los pueden hacer hoy casi imposibles, pero que con otro modo de relación pueden significar un mutuo beneficio.

A su turno, el Presidente rescató el impulso inicial al primer plan estratégico del sector vitivinícola gestado en la era de Néstor Kirchner y coincidió con la necesidad de diálogo y encuentro.

Usó como ejemplo la metáfora de la "unidad sinfónica" que también había utilizado en ocasión del Consejo Económico y Social que conduce Gustavo Beliz quien estaba sentado en primera fila, y donde se llevarán las problemáticas del sector para su análisis.

Tal vez como dando a entender que no importan las diferencias partidarias (cada cual puede tocar un instrumento diferente) sino, en todo caso, que todos ejecuten la misma partitura. Una idea que plasmó luego, hacia el cierre, en la frase dirigida a la clase dirigente en su totalidad: "No tenemos derecho a no ponernos de acuerdo". En esa línea, plenas coincidencias.

Pero de anuncios nacionales para la provincia, para el sector o de tomar algunos de los planteos que tanto el empresario José Zuccardi como el propio Suárez hicieron en sus intervenciones, nada. Sólo apelaciones a la buena convivencia ante un auditorio que esperaba más. Aunque su presencia haya sido valorada luego de una década sin presidentes en este encuentro.

Es que Fernández vino a Mendoza en plan distendido, casi como una salida matinal de un sábado cualquiera. Tal vez agobiado por las crisis que lo persiguen sin descanso en el último tiempo y que se incrementaron a su regreso a Buenos Aires con los rumores de la salida del gabinete de su socia y amiga, la ministra de Justicia, Marcela Losardo.

De hecho, más allá de las coberturas de rigor, de su incursión por Luján de Cuyo apenas quedó su preocupación por "la violencia institucional" en Formosa, una declaración fuerte que los periodistas le arrancaron al pie del escenario antes de dejar el predio.

Formosa, la provincia que encarna una aguda contradicción para el relato oficial y para el esquema de aliados del kirchnerismo. Formosa, el feudo de Gildo Insfrán que según la palabra del mandatario estaría tocando otra melodía en esta democracia. Formosa, algo de lo que el Presidente justamente no quería hablar en Vendimia y sobre lo que tuvo que dejar alguna definición.

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