14 de noviembre de 2025
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Lectura

Las manos de Heidegger

¿Qué oscuro poder de seducción pueden tener las manos de un hombre?

Por Sección Cultura

La cultura no importa. Mira sus maravillosas manos, es lo que habría dicho Martin Heidegger a Karl Jaspers en una cena hacia 1933. ¿Las manos de quién? Las de Hitler.
 
Se publican ahora los Schwazen Hefte (Cuadernos negros) y sabremos lo que siempre supimos; pero, ¿qué oscuro poder de seducción pueden tener las manos de un hombre?
 
Habitualmente decimos: Podría comer a esa mujer con los ojos, aunque no podríamos acariciarla sino con las manos. A lo sumo podría decirse tocarla con la vista.
 
La mano es la más versátil de las extremidades del cuerpo. A través suyo los árboles presentan aristas a partir de las cuales desplazarse, y los desechos más diversos encuentran una utilidad original bajo el título de herramientas. La mano es la fuerza institutriz de la apropiación de este mundo circundante.
 
Una mano que agarra está siempre bajo la observación del rostro. No de la vista, ya que podemos tomar objetos con los ojos cerrados, como el elefante que acerca el mundo a partir de esa extremidad que es su trompa, una especie de mano que entorpece la visión a cada momento. La mano no sigue las indicaciones del rostro, sino que apenas le avisa, sugiere su movimiento tomando distancia, antes de saltar. El rostro se entera cuando la mano ya estaahí delante.
 
Lo que distingue al hombre de los animales no es el volumen del cerebro. Que se tenga uno es algo tan incierto como la vivencia de la propia muerte.
 
Se utiliza la mano para los más diversos fines: golpear, empujar; en ellos la mano apenas es un peso muerto, o bien una palanca torpe. Se pueden realizar esas actividades aun sin recurrir a las manos. Así como también puede arrojarse un objeto, y hacer puntería con los pies. Sin embargo, pensemos en el acto de escribir. La manipulación tampoco se propone desplazar la lapicera de sitio. La mano pierde entonces una servidumbre utilitaria, para convertirse en el soporte del pensamiento.
 
Suele decirse: Aprehender una ideaApresar un motivo, etc. La mano confronta con una capacidad de posesión que las otras partes del cuerpo no ambicionan. Todo lo que  muerdo se disuelve entre los dientes con una seguridad impostada.
 
La mano no es la vía de acceso a la dureza del trabajo. La mano es un miembro particularmente holgazán. En las actividades más penosas suele perder su condición de mano, comportándose como una pinza, o una especie de pata animal. El trabajo de las bordadoras ha sido el más intelectual de toda la historia de la humanidad.
 
Tomo un objeto en mi mano y lo oculto. La llave del escritorio cabe en el hueco de la mano como si fuera el primero de todos los escondites. De niño jugué a las escondidas innumerables veces. Sin embargo, no entiendo cómo podría haber aprendido un juego semejante si no hubiera sido capaz de ocultar objetos en la palma de mi mano.
 
La mirada no permite ocultar nada. Cuando cierro los ojos el mundo deja de existir; o, como en el caso del sueño, los ojos cerrados dejan aparecer una nueva versión del único mundo que habito. Para la visión los objetos no se ocultan, sino que desaparecen. Es a través de la mano que el vacío se cuela en el mundo.
 
En el vaivén inquieto del gato con el ovillo se revela el plantón afligido del animal que no puede decir esto es mío. La mano permite no sólo constituir una pertenencia, sino llevarla en el traslado.
 
La utilización técnica del tacto es transformadora del mundo. A través de la mano se construyen prolongaciones del cuerpo, convirtiendo la materia en cultura. Esta última es una forma de expulsión, de apresamiento y destitución, como la que puede verse en la abeja que regurgita la miel, pero también en uno mismo al elaborar las distintas versiones de un relato.
 
La cultura no es más que el modo en que se concibe la naturaleza. Esta apreciación acontece siempre en la esfera de alcance de la mano, que puede quemarse con el fuego, o bien rendir culto manteniéndose a una distancia física. Las manos son la parte del cuerpo destinada a los rituales, porque tienen la capacidad de alejar.
 
Ciudadana de dos territorios de un mundo, la mano sirve al propósito práctico de utilizar objetos, pero también se demora, rezagada, en el tacto acompasado de objetos inútiles. Entonces, luego de abandonarlos como si produjeran alguna reacción desencajada, los deja aparecer ante los ojos.

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