Columna del domingo

Dios no atiende en Buenos Aires: el desafío de la descentralización

Escribe: Myriam Ruiz.

Durante siglos, la centralización del poder en torno a las grandes capitales ha sido un dolor de cabeza para los gobiernos del interior y el argumento más eficiente en su defensa era "es que todo pasa en Buenos Aires" (hablando, claro, de Argentina). La firma de todos los cheques; el sello a todos los trámites; la "visa" a cualquier bien exportable; la palabra final a cualquier contrato o acuerdo pasaban por Capital Federal. Todo eso se frenó, tuvo un punto y aparte que aún se extiende en el tiempo debido a la pandemia del Covid 19 y el blindaje al AMBA porque (y no es relato) también el coronavirus decidió "centralizar" su brote allí.

Decían los viejos que "las cosas no pasan porque si". Las cosas pasan porque hay una razón para que ocurran.

Si el brote y la mayor letalidad del coronavirus se da en el Gran Buenos Aires será porque allí se construyó, a lo largo de la joven historia de nuestra patria, un monstruo macrocefálico que concentra a un tercio de la población argentina dentro de sus frágiles límites. El hacer frente a esta pandemia fue el primer desafío de los gobiernos. El encontrar respuesta rápida a la retracción económica y posterior recesión es un trabajo de largo tiempo que será la prueba más dura y que puede poner en jaque jefes de Estado del mundo entero.

Julia Pomares, socióloga, opinaba semanas atrás que "una forma de conjeturar sobre el impacto de esta pandemia en el futuro de la política es preguntarnos si el Covid-19 significará un acelerador, un freno o un cambio de rumbo en las tendencias en la gobernanza global que ya observábamos antes de que apareciera el primer infectado".

¿Y si viésemos esta nueva crisis como una oportunidad? Una y otra vez nos preguntamos, desde esta columna, cómo sacar algo positivo de lo doloroso. Y una manera podría ser la de repensar la realidad y la forma en que hemos construido poder a lo largo de nuestra historia. Y no hablo sólo de la Argentina.

Los gobiernos del interior ya tienen una medalla en esta guerra: la de tener bajo índice de contagios. El desafío es, ahora, el encontrar el sendero en medio de la oscuridad creciente en que se ha sumido nuestro universo conocido.

Fácilmente podemos indicar ese "faro" al final del túnel que todos hemos seguido desde el inicio de esta pandemia. Internet, las redes, lo virtual... la conectividad online se convirtió en el abrazo de cada día, en la jornada diaria de trabajo, en el aula, en la oficina, en el patio de juegos y hasta en el café de amigos.

Dar un paso gigante en la conectividad de los países y regiones, avanzando en tecnología de última generación y la gratuidad de servicios, es materia pendiente de los gobiernos de turno.

Y esta es la última gran batalla de las ciudades y pueblos del interior donde el blindaje no ha sido más que la oportunidad para descubrir que no necesitamos de Buenos Aires para repensarnos como sociedad y como economías. Sólo necesitamos la creatividad, inteligencia y la capacidad de levantarnos rápidamente de este golpe para dar a luz a una nueva sociedad.

Nuestros gobernantes, empresarios, científicos, pensadores tienen mucho trabajo por hacer... manos a la obra.

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