Opinión

Fernández calmó los mercados

Alberto Fernández lo dijo en España y los mercados se calmaron en forma inmediata: "Todos están preocupados por saber qué haremos con la deuda. Y vamos a hacer lo que hemos hecho siempre: cumplir y honrar las deudas".

Siempre leen más rápido y reaccionan antes, los operadores. Y fueron ellos los que prestaron más atención a esa frase que a cualquier anuncio que realizara el Gobierno saliente de Argentina. Porque el mercado mira la realidad siempre pensando en el futuro. Y el futuro, claramente, lo encarna el candidato peronista, a quien la prensa española definió como "el previsible próximo presidente argentino".

Desde que el propio Mauricio Macri reclamara tras la derrota en las PASO que la "oposición se hiciera cargo", trasladándole la responsabilidad al Frente de Todos acerca de las reacciones bursátil y cambiaria, el hoy líder justicialista se hizo cargo de su rol en esta transición de hecho.

A Fernández no se le escuchó jamás susurrar siquiera ideas fantasmales de incumplimiento de los deberes contraídos por otros y que deberá heredar inevitablemente. Antes bien, en clara equidistancia de los ida y vueltas de la gestión que finaliza, y las expectativas siempre susceptibles de los actores económicos y financieros, supo mostrar una objetiva mesura que transita más por la generación de tranquilidad mediante la exposición de políticas con consistencia.

En Europa alejó a su audiencia de cualquier prejuicio relativo al populismo y sedujo con posturas creíbles y firmes, al punto que en el mismo momento en que habló de honrar las deudas, expuso un pragmatismo tendiente a renegociaciones que impidan el hundimiento económico de su nación.

En el medio, las eufemísticas definiciones de cepo selectivo que encubrían los anuncios en contra de la libertad cambiaria que otrora el macrismo enarbolaba como estandarte de su fracasado "liberalismo con muletas", terminaron de impedir corridas al billete verde (atándole las manos a los que más capacidad tienen de dañar las famélicas arcas del Central) que, en realidad, ya estaban desalentadas por la voz autorizada para la generación de tranquilidad: la de Alberto.

Y eso que los operadores de la city porteña no son Ulises desatados que sucumben a los cantos de cualquier sirena. Saben distinguir la música y letra de los verdaderos protagonisas de las decisiones de poder, de aquellos balbuceos inaudibles de los que desafinan en la agonía de sus mandatos. Evidentemente, los conceptos del "previsible" presidente generaron confianza y evitaron el caos que algunos aventuraban.

Porque quizá los más proclives y necesitados de ese Apocalipsis eran los dirigentes de un oficialismo que ya percibe que desde los empresarios hasta los ciudadanos de a pie, tienen muy claro que si algo sale mal no es culpa de la oposición que todavía no asume, sino de un oficialismo que estuvo casi tres años sin dar en el blanco.

Durán Barba hubiera dado todo por ver a Alberto como un fantasma de la B asustando a todos con avisos "defaultorios" que hundieran más a la Argentina a una categoría aun inferior a la que ostenta hoy en su paupérrima calificación de desconfianza que le otorgan las consultoras, en el triste encuadre de "riesgo país", definición espejada de un país en riesgo.

Fernández mostró el equilibrio justo. Apuntó con el dedo y acusó de irresponsables a los funcionarios salientes y hasta el propio FMI, pero no se apartó de su rol de estadista que se exige a quienes deben asumir sabiendo que deben conseguir el repunte económico de un país sin dejar de mostrarle al mundo de una vez por todas una seriedad que vaya más allá de un montaje escenográfico y teatral en el Colón, rubricado con lágrimas de supuesta emoción que parecieron más una actuación forzada que un honesto orgullo por la realidad que transita el pueblo.

Argentina no está bien. Pero Fernández dio muestras que con una voz serena y firme, con políticas creíbles, sustentables y productivas, y con honestidad discuriva, Argentina puede estar mejor.

Lo entendieron los mercados, y las aguas se calmaron. Sólo falta que concluya la transición.


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