La comida no se tira, es sagrada, ordena la sabiduría popular. Sin embargo, una enorme cantidad de alimentos terminan día a día en las bolsas de basura. Y por causas tan evitables como comprar de más, distraerse con los vencimientos, tirar restos de comida o hasta vaciar el freezer para salir de vacaciones. Lo que crece, advierten expertos, es una cultura del desperdicio.
Sólo en la Ciudad de Buenos Aires, cada día van al basural entre 200 y 250 toneladas de alimentos que podrían haberse aprovechado, estimaron en el Instituto de Ingeniería Sanitaria de la UBA, a partir de una investigación sobre la composición de los residuos porteños. Y al dividirse esa cantidad por la población, surge que cada habitante derrocha en promedio casi 30 kilos de comida por año: el equivalente a unas 75 raciones.
Los desechos alimenticios son un 41,5% de la basura, según el estudio. Algunos son inservibles, como huesos o cáscaras. Pero muchos no: hay sobras en buen estado generadas al comer o cocinar, o bien frutas, verduras, carnes y productos envasados que se echaron a perder por errores de cálculo, un mal almacenamiento o simple distracción, advierten expertos.
De los ancestros inmigrantes, Argentina tenía una cultura muy arraigada de que la comida no se tira, pero hoy vemos que ese valor se ha perdido, afirmó Silvina Ferreyra, responsable de Comunicación en Argentina de la FAO, la agencia de Naciones Unidas que lucha contra el hambre. Allí ven que un error usual de las familias es que, seducidas por ofertas, compran más alimentos de los que pueden usar antes de que expiren.
Otro problema es que tiran frutas y verduras sólo por no ser lindas: cuestiones de tamaño, forma, color, golpes o madurez que no las hacen peores. A veces los parámetros estéticos para estos alimentos son sumamente elevados y hasta ridículos, lo que conduce a que se descarten aunque sean perfectamente aptos para consumo humano, explicó el Equipo de Nutrición y Educación Alimentaria del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación.
Entre industrias y comercios, muchas están donando sus sobrantes a los bancos de alimentos, que los llevan a comedores. Pero según la FAO, aún hay grandes focos de desperdicio en verdulerías, restoranes, supermercados y comedores de empresas.
En promedio, un 5% de la mercadería se desecha, en especial vegetales y productos que se dañan o golpean, estimó Yolanda Durán, representante de autoservicios asiáticos. De todos modos, destaca que en los últimos años lograron que muchas empresas les cambien los productos perecederos vencidos, que antes debían tirar.
¿Cómo reducir el derroche? En el hogar, una clave es cambiar hábitos para que lo comprado dure más. Teresa Velich, jefa de Vigilancia Alimentaria del Instituto Nacional de Alimentos, aconseja planificar las comidas y hacer listas de compras. Eso permite llevar lo justo y recorrer el súper cargando en orden lo seco, lo fresco y lo congelado, para que los perecederos estén el menor tiempo sin frío. Luego, hay que ordenar alacenas y heladeras para que siempre esté adelante lo que vence antes, dice.
Con la comida que sobra, el consejo es usarla en nuevos platos. Para eso, debe ir a la heladera sólo si se podrá comer hasta en dos días; y si no, frizar. Casi todo alimento cocido puede conservarse, pero los frescos no. Hacer el doble de ensalada es condenarla a la basura, advirtió Edgardo Ridner, ex titular de la Sociedad Argentina de Nutrición.
Pedir en restaurantes llevar lo que sobra y usar frutas y tomates maduros para salsas y dulces son otros consejos. Y también pensar que en productos no perecederos la fecha de caducidad es indicativa.
Los derroches se producen mientras falta comida en un 11,7% de los hogares del país. Además, tirar un alimento es desperdiciar los recursos naturales usados para producirlo, apuntan en la FAO. Y convocan a combatir lo que el Papa Francisco llama la cultura del desperdicio: Hay que volver a los valores de nuestros abuelos, por el bienestar de las próximas generaciones.