"¡Sos igualita a tu vieja!" . Te lo dicen todo el tiempo y vos no sabés si reírte o llorar. Ya ni te gastás en negarlo. Hace rato que venís notando que repetís sus gestos, sus frases (¡calcadas!) y hasta adoptaste esas manías que te parecían tan ridículas. ¿En qué momento te convertiste en una réplica de tu madre? ¿Cuándo ocurrió la tan temida metamorfosis? Admitámoslo: cuesta aceptar que en mucho de lo que hacemos hay algo suyo. Un sello indeleble de esa mujer que, bien o mal (¡o simplemente como pudo!), nos mostró su versión del mundo y nos marcó un rumbo. Porque, más allá del tamaño de las caderas o del color de los ojos que hayamos heredado de ella, también nos legó modos, hábitos y valores que forman parte de nuestra identidad. Aprendimos de sus presencias, de sus ausencias, de sus aciertos y también -por qué no- de sus fallas. ¿Qué influencia tuvo en nuestra manera de pensar y de entender el mundo? ¿Cómo evoluciona la relación madre/hija en cada etapa de la vida?