En la Asamblea General de las Naciones Unidas, 138 países contra 9 votaron por el reconocimiento a Palestina como Estado no miembro de la organización. Algo que la iguala en su status a entidades universalmente aceptadas como el propio Vaticano.
En la Asamblea General de las Naciones Unidas, 138 países contra 9 votaron por el reconocimiento a Palestina como Estado no miembro de la organización. Algo que la iguala en su status a entidades universalmente aceptadas como el propio Vaticano.
Los palestinos contaron a su favor con la totalidad del mundo árabe y musulmán, algo que estaba descontado, pero también sumó el apoyo de la mayoría de las naciones europeas y latinoamericanas, incluyendo a la Argentina, mas China, Rusia e India. Por supuesto, Israel y su permanente aliado los EEUU se ubicaron entre los opositores. Alemania y el Reino Unido se abstuvieron.
De esta manera el nuevo estado recién reconocido podrá utilizar el sistema internacional para denunciar los abusos de sus vecinos y eternos enemigos, contando así con una caja de resonancia mucho mayor para sus puntos de vista y planteos. Para Israel se trata nuevamente de un fuerte golpe propiciado por la comunidad internacional, que lo vuelve a poner en la vereda de enfrente de la opinión pública universal mayoritaria, aunque se trate de una decisión del organismo consultivo de las Naciones Unidas y gracias al veto norteamericano, tengan asegurado la imposibilidad de obtener una decisión similar del Consejo de Seguridad, cuyas resoluciones son de cumplimiento obligatorio por parte de todos los estados miembros.
Pero más allá de las consideraciones que se desprenden en materia de política internacional y en el plano de la geostrategia, conviene analizar si estas movidas diplomáticas sirven o no para apaciguar los ánimos en una de las regiones más convulsionadas del planeta. El problema entre Israel y Palestina va mucho más allá de lo que las manos alzadas en la ONU puedan decidir. Tiene un componente religioso profundo relacionado con la presencia y pertenencia a la Tierra Prometida del pueblo judío, que coincide con algunas de las áreas más sagradas para el mundo musulmán. A esta complejidad desde lo sobrenatural, se le suma la historia reciente a partir de la creación del Estado de Israel después de la Segunda Guerra Mundial y los abusos horrorosos del nazismo. Religión e historia conspiran para poder unir a estos dos pueblos en este territorio que sumado no es más que una provincia pequeña argentina.
Para que la paz se instale en este verdadero polvorín ambas partes deberán hacer concesiones y reconocimientos mutuos. El Estado de Israel aceptar y negociar con el Estado Palestino y establecer fronteras claras y terminar con desigualdades y segregaciones insoportables. Pero el otro lado tiene que también hacer sus propios deberes. Unificar los comandos de sus dos regiones: Cisjordania y Gaza. Tolerancia y convivencia con sus relativamente nuevos vecinos y un compromiso a no caer en la tentación de elegir como sus representantes a los más fanatizados.
La paz se garantizará cuando finalmente prevalezca el entendimiento y la moderación en ambas partes. Algo que no sólo servirá para terminar con la sangría permanente de aquella región del mundo, sino también para neutralizar el principal foco de tensión que puede desencadenar un conflicto aún mayor, un choque entre las civilizaciones, desencadenando un enfrentamiento de alcance planetarios solo comparables a aquellos que asolaron la humanidad en la primera mitad del siglo XX.