Opinión

Mendoza, potencia artística y cultural

El arte y la cultura sin dudas sirven para expandir las almas y las conciencias. Esta afirmación, que todos los humanos hemos comprobado en carne y espíritu propios, es también aplicable a las sociedades en su conjunto. Los pueblos crecen y se desarrollan cuando parten de un umbral mínimo en estos menesteres, lo que les sirve de trampolín para proyectarse hacia el infinito y hacia el futuro. Son innumerables los casos de naciones enteras que carentes de recursos naturales suficientes para poder acometer el desafío del desarrollo, lo alcanzaron basándose en el conocimiento y el saber extendido entre sus habitantes. La creatividad y el talento muchas veces valen más que la ubicación geográfica o la dotación de materias primas.

Hasta aquí todas afirmaciones compartidas por cualquier tratadista o especialista que se precie de tal. Por ello prácticamente todos los gobiernos del mundo ponen en práctica algún tipo de política cultural. La idea es difundir sus ventajas entre sus habitantes, intentando lograr una formación más completa. Pero en general esto no es suficiente. Aquellos que se han animado a provocar que una sociedad se atreva a imaginar y crear al borde mismo de los límites de la conciencia universal, han adelantado infinidad de casilleros en este juego de la oca planetario. Un gran disparador para que luego se produjera un fenómeno similar en otras áreas del conocimiento. Es sorprendente la correlación que existe entre creatividad extrema en lo artístico y cultural y su equivalente en el conocimiento científico y tecnológico. El Soho y Silicon Valley tienen mucho más en común de lo que todos creen, lo mismo que la locura creativa de los artistas de Berlín con el rigor científico de los industriales de la cuenca del Ruhr o la propia síntesis de ciudades como Londres, Tokyo o Boston en sus diferentes barrios o distritos.

Nuestra Argentina supo ser una buena versión latinoamericana de este fenómeno, cuando fuimos vanguardistas en lo artístico y al mismo tiempo comenzamos a despuntar en el mundo de las ciencias duras. Convivían el Instituto Di Tella, o el Grupo Sur con los premios nobeles, la industria aeronáutica o el desarrollo incipiente del átomo. Lo hicimos principalmente allá por los 60 y 70. Después, años de atraso y sufrimiento nos hicieron perder aquellos ímpetus. El desafío actual debería ser el volver a pisar el acelerador en estas materias.

Claramente es el gobierno el que puede y debe tomar la iniciativa tratando de encontrar un atajo a esta paradoja de crecer por mucho tiempo sin alcanzar el tan ansiado desarrollo que siempre se nos aleja.

Los mendocinos podríamos también avanzar en este tema. Nuestras políticas culturales y artísticas deberían ir mucho más lejos de lo que habitualmente abarcan y avanzar mucho más allá de la difusión para entretenimiento. Financiar presentaciones de grandes artistas o la reiteración de festivales folclóricos no es suficiente, aunque sin dudas es importante. Tampoco deberíamos conformarnos con la enseñanza básica de algunas disciplinas, que terminan despertando verdaderas vocaciones las que muchas veces no encuentran formas de sustentar una vida dedicada al talento y a la locura creativa.

Los gobiernos hacen una gran tarea. Pero deberíamos desarrollar programas de largo plazo que entiendan que destinar presupuestos importantes en estos temas no es un gasto sino una inversión. Mendoza debería desarrollar una política activa de construcción de un polo cultural y artístico de vanguardia dentro del país y la región. Evaluar desapasionadamente en cuál o cuáles disciplinas tenemos suficiente masa crítica como para competir a nivel mundial y proponernos conformar un cluster productivo en la materia. Si son los artistas plásticos, como, Roggerone, Hoffmann, Copoletta, Mortarotti, y tantos otros, ayudarlos a fondo para que puedan conquistar el mundo entero y plantar nuestra bandera. Conseguir que en pocos años el país todo hable de ellos y nuestra provincia se proyecte como uno de los centros más destacados en la materia. No alcanza con una gestión o un ticket aéreo para que puedan participar de alguna muestra o exhibir su obra en alguna galería de arte de renombre. Hay que ayudarlos a conquistar mercados; a transformarse en verdaderos ejemplos que traccionen hacia arriba a miles de comprovincianos talentosos y tantos otros de afuera que quieran instalarse en aquel verdadero paraíso cultural que pueda conformarse al pie de Los Andes.

Los efectos multiplicadores de esta industria exceden ampliamente la venta de cuadros y el negocio individual que cada artista pueda realizar. A las artes plásticas pueden sumarse la música, en alguna de sus formas, el teatro o el cine. Todo esto sirve para instalar nuestra marca, potencia al vino y nuestro turismo y por sobre todo aprovecha algo en lo que parece que somos buenos. Tal vez los mejores del país.

Mendoza potencia artística y cultural, una posibilidad que está disponible si realmente nos decidimos a hacerlo.


* Rosales es periodista y analista internacional.

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