Columna del domingo

Del agro, la necesidad del agua y Portezuelo

Escribe: Myriam Ruiz.

Esta semana, el gobernador Rodolfo Suárez estuvo en General Alvear para presentar, junto a Walther Marcolini el inicio de licitaciones para la ciudad educativa ubicada en el predio de la Ugacoop. Pero además, en ese acto, Suárez habló de otros dos proyectos que concitan la atención de todo el sur mendocino: Portezuelo del Viento y el trasvase del río Grande al Atuel.

Suárez dijo que Portezuelo se hace y que el dinero de la nación está llegando en tiempo y forma. Y subió la apuesta al anticipar que está encargando los estudios de factibilidad técnica para la obra del Trasvase del río Grande, ubicado en Malargüe, al Atuel que riega los territorios de San Rafael y Alvear y cuyo caudal se ha visto menguado por el cambio climático.

El anuncio de Suárez fue por demás bien recibido en el Sur provincial, donde la crisis hídrica se está haciendo sentir.

Aquí hay que tener algo en claro. Cuando pensemos en Portezuelo del Viento, visualicemos un embalse de casi 200 metros de altura por 500 de largo sobre el Río Grande, el cual estará dotado con una potencia instalada de 210 megavatios. O sea, una central que generará alrededor de 890 gigawatts de energía al año, cantidad suficiente para abastecer a unos 130.000 hogares

Visualicemos también un dique, con la reconstrucción de la ruta del Pehuenche, la relocalización de Las Loicas y que generará, en 5 años de obra, trabajo directo para unas 5 mil personas y unos 10 mil puestos de empleo indirecto. O sea, gente que trabajará para cubrir las necesidades de los trabajadores que serán alojados cerca de la construcción.

Más allá de todo esto, Portezuelo es una obra estratégica para Mendoza en el manejo del recurso hídrico.

¿Cómo se explica, a quien no ha nacido en el desierto, lo que significa el milagro del agua?

¿Cómo decirle a quien no debe regar jamás una planta porque la lluvia acompaña sus días, que aquí en Mendoza a los frutales se los cuida como a niños? Abrigándolos del hielo de la madrugada, apañando los frutos aún en estado embrionario para que lleguen a ser ese durazno sabroso, ese damasco tierno o esa ciruela dulce que saborearás en el verano.

Aquí los montes frutales y los huertos no subsisten si no se les riega. Y el agua que corre por los ríos de Mendoza es la misma que cada invierno se deposita en las cumbres de Los Andes y que luego rellena los arroyos y vertientes bajando hacia el valle.

No tenemos otro recurso para alimentar a nuestras plantas. Mendoza creció desde tiempos inmemoriales, desde antes de la colonización ya existían los canales de riego.

Nuestros agricultores, hombres y mujeres que trabajan la tierra y la ayudan a producir, son en definitiva la primera etapa en esa cadena alimenticia que luego llevará ese fruto fresco y dulce a tu mesa. Sin ellos no habría cajones de frutillas exquisitas en las verdulerías; ni lechugas crujientes; ni tampoco mermeladas industrializadas o dulces caseros.

Si no se los cuida, Mendoza habrá perdido otra batalla frente a un mundo que cada vez más exige alimentos orgánicos, cuidados, frescos y riquísimos como son los que se cultivan en estas tierras bajo la cordillera.

Nuestros gobernantes tienen que entenderlo. Sin economías regionales no hay riqueza genuina y, menos aún, herramientas para combatir el hambre.

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