Un tsunami que complica más las chances de Anabel

Por Luis Ábrego

Si algo le faltaba a la predecible derrota electoral del Frente de Todos (FdT) en Mendoza fue la virulenta reacción desatada en el Gobierno nacional con una ola de renuncias, cruces y cuestionamientos públicos, así como sucesivos desplantes y agravios al mismísimo Alberto Fernández que se coronaron con la carta donde la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner puso en jaque al mismo gobierno que ella pergeñó. Puro fuego. Y del propio.

Así como todos los argentinos, los peronistas locales no podían salir de su asombro a medida que la crisis escalaba con los días y el sainete tomaba visos de crisis institucional. Suponían ellos que si algo debía hacer el oficialismo nacional para recuperarse de una derrota tan traumática como la del domingo pasado en 15 distritos del país, no era justamente lo que pasó: un despiadado pase de facturas que apuntaba a restar responsabilidad de un grupo sobre otro, o cargar las culpas sobre tales o cuales funcionarios según su pertenencia interna.

Por el contario, tanto en el entorno de Anabel Fernández Sagasti como de Adolfo Bermejo, ya habían registrado, antes de las PASO, esa amarga sensación de insatisfacción en el electorado que los obligó a cambiar tanto el tono como el discurso de campaña y pasar de pregonar que "la vida es un carnaval" a admitir que "las cosas no salieron como se esperaba".

Aun así, los malos augurios se cumplieron y el Partido Justicialista (PJ) y sus aliados perdieron por 18 puntos y estuvieron por debajo de las expectativas que ellos mismos se habían estipulado, al conseguir sólo 25,18% del 30% con el que aspiraban a quedar mejor posicionados para las generales del 14 de noviembre. La nueva y definitiva batalla a ganar.

La dura derrota también en Mendoza se sumó a los lamentos por la pobre perfomance del kirchnerismo en las provincias grandes (Córdoba y Santa Fe), al igual que el inesperado traspié en la Provincia de Buenos Aires, como así mismo en la también pronosticada caída en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Todo, más la derrota en provincias clásicas del peronismo como La Pampa y Santa Cruz entre otras, significaron la claudicación nacional. Algo que a todo el peronismo junto no le sucedía desde hace décadas.

Por ello, en tren de recalcular la estrategia y con el efecto de reordenar la tropa y recuperar fuerzas para revertir la elección, el primer mensaje local fue exigirle otro esfuerzo y escucha al Gobierno nacional para que instrumente políticas más efectivas que -principalmente- reduzcan la inflación, mejoren el poder adquisitivo y hagan olvidar entonces todas las polémicas atribuidas a la gestión de Fernández, en especial desde la llegada del Coronavirus: desde las restricciones que afectaron el trabajo de los padres y la educación de los hijos, hasta los escándalos del Vacunatorio Vip y el Olivos Gate que avergonzaron a propios y extraños. Y en lo que para muchos hay empezar a buscar el germen de esta derrota.

La mejor metáfora que hallaron en el FdT fue pedirle al presidente que "pasara" su gobierno de "gas a nafta". Un reclamo que encierra no sólo el pedido de más potencia para la gestión sino también ganar celeridad en la obtención de logros visibles. Una circunstancia que a coro se le achaca a Alberto y que en todo caso, la propia Cristina se encargó de dejar plasmado con un tono más imperativo, casi como una orden.

En aquel ahora lejano lunes 13, el kirchnerismo local estaba todavía impactado por los resultados, pero convencido que si la gestión nacional acompañaba, en un contexto de tregua epidemiológica como el que se atraviesa, con ajustar la campaña y el discurso para convencer a una porción de los que no los votaron e incentivar a quienes se quedaron en la casa o votaron en blanco (en Mendoza cerca del 10%) la coalición estaba en condiciones de dar pelea. O al menos de intentarlo con chances de mejora.

Se entendió que para ello era necesario hacer gestos acordes. No sólo pasar el auto "a nafta", sino también repasar chapa y pintura. Y por qué no, cambiar el chofer que lo trajo hasta aquí. Así, Lucas Ilardo dejó su lugar como jefe de campaña en favor de Martín Aveiro. Un cambio de manos que también era simbólico, para dentro y para afuera del peronismo.

Se iba un joven kirchnerista paladar negro, nacido y criado políticamente en La Cámpora, y llegaba un intendente exitoso, más vinculado al PJ ortodoxo, con inserción e influencia territorial no sólo en Tunuyán, su departamento, sino también en todo el Valle de Uco.

La apuesta apunta a mostrar también en Mendoza una moderación que se contraponga con la extendida concepción sobre los excesos de La Cámpora, bajo el influjo de su líder, Máximo Kirchner, pero también imbuir a la campaña de la metodología que le permitió salvar la ropa en departamentos más rurales para intentar así contrarrestar el poderío que volvió a exhibir el Frente Cambia Mendoza (FCM) particularmente en el Gran Mendoza. Aunque en esa lógica bien vale destacar la victoria de Alfredo Cornejo y Julio Cobos en dos departamentos emblemática e históricamente peronistas como Maipú y San Rafael.

Mucha de esa construcción de ingeniería electoral y comunicación política empezó a volar por los aires cuando la escalada en la Casa Rosada hizo suponer la peor de las pesadillas. No sólo por la fractura expuesta del Gobierno nacional (y con ello del FdT) sino incluso con consecuencias institucionales nunca jamás imaginadas mientras la carga de los resultados iba apareciendo el domingo en las pantallas.

El alumbramiento con fórceps de un nuevo gabinete, de clara influencia cristinista supone el regreso de figuras cuestionadas como Aníbal Fernández o Juan Manzur. Allí, el Presidente sólo puede exhibir la continuidad de Martín Guzmán y Matías Kulfas (ministros del riñón político del presidente, pero también los principales intérpretes de su pensamiento, y por ello, blanco de los cuestionamientos K) y el corrimiento de la escena de otro apuntado por el Instituto Patria: el ahora ex jefe de Gabinete Juan Pablo Cafiero que pasará a comandar la política exterior. Otra errática senda en la que Alberto se perdió entre contradicciones y guiños a Venezuela y Nicaragua.

Todo ello hace presumir que la empresa para el peronismo en Mendoza será más dura aún que lo imaginado en la tarde misma de la derrota. Especialmente en un electorado que no resulta permeable a su mensaje, tampoco al de Alberto y mucho menos al de Cristina. Un estigma repetido que obliga a revisar otro viejo cuestionamiento hacia el PJ local, que desde hace tiempo, tal vez desde la época de José Octavio Bordón, no tiene un claro proyecto para la provincia, por más que en el camino dos de sus hombres (Celso Jaque y Francisco Pérez) hayan logrado llegar al sillón de San Martín, más como emergente de olas nacionales que de fortalezas propias.

Esas mismas olas hoy traen coletazos del irresponsable tsunami nacional, un huracán de escándalos que se montan sobre problemas de gestión y una crisis apabullante que -pandemia mediante- el peronismo no ha podido resolver. Y de hecho, allí reside la polémica de este contrapunto oficialista, por deficiencias en las prioridades o las concepciones con la que albertistas (pero no cristinistas, aseguran) hicieron las cosas en este tiempo.

Una marea alta no apta para salir a navegar, mucho menos para armar travesías ni para pescar los abundantes desencantados que flotan en este mar de incertidumbre.

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